La falacia de la paz inminente en Ucrania

La falacia de la paz inminente en Ucrania

Hace meses que las líneas rojas dejaron de existir...

Un tanque ucraniano se mueve por los alrededores de KupianskAnadolu via Getty Images

En las últimas semanas se ha especulado sobre un posible inicio de conversaciones de paz entre Rusia y Ucrania. El tira y afloja para ganar el relato y el apoyo internacional y así mostrar quien es el impulsor de la búsqueda de una tregua ha ido in crescendo y parece, por lo que dicen, que estamos cerca de esa conferencia. Según dicha dialéctica, 2025 podría ser el deseado año que ponga fin a la guerra.

Pero nada más lejos de la realidad. Creer que ambos lados van a ceder a estas alturas de la película es difícil, incluso de ilusos, aunque espero equivocarme. Los deseos de un acuerdo del canciller alemán Olaf Scholz difícilmente se materializarán, y su país seguirá siendo el segundo socio de Ucrania en la guerra. De hecho, las autoridades del Kremlin consideran que no se negociará un alto al fuego hasta que los ucranianos se retiren de Kursk, cosa que no parece que harán por propia voluntad, como es comprensible.

A pesar de todo, desde el inicio del conflicto han existido contactos. Recordemos que, citando al célebre militar prusiano von Clausewitch, la guerra es la política por otros miedos, y aunque parezca contradictorio, mientras los soldados se matan en las trincheras los políticos siguen utilizando los vasos comunicantes existentes y sus posiciones se modelan por los éxitos o fracasos en el frente. Es una constante histórica y en particular de las guerras modernas (incluyendo las de Antiguo Régimen), y esta no será una excepción. Aunque se puedan llegar a acuerdos puntuales como intercambios de prisioneros, concretar un tratado de paz es otra cosa.

Pienso que desde la fallida ofensiva de febrero de 2022, Rusia ya ha perdido la guerra particularmente desde una perspectiva política y cultural (en referencia a su relación con la sociedad ucraniana). Militarmente es otra cosa en este momento, pero también está muy lejos de producirse una victoria determinante. Tras el objetivo de máximos fallado, las migas son el Donbás, o al menos eso parece. 

Aunque la tecnología nos hace creer que todo ha cambiado en el campo de batalla, la verdad es que se encuentran en una dinámica de guerra de posiciones, como el frente occidental de la Primera Guerra Mundial, pero siendo aún más mortífera para la infantería a causa de la irrupción de los drones. Incluso con los recientes avances rusos en Pokrovsk y Kupiansk no se visibiliza una ruptura del frente, ni tampoco una victoria cercana para Putin. Son victorias tácticas destacadas (si se finalizan con éxito, claro), pero no estratégicas. 

Los rusos cada día sienten con mayor intensidad el peso de una guerra que se libra en su tierra, y esto tiene un impacto de primer orden que varía cómo se concibe lo que inicialmente era una operación en suelo foráneo

Por otro lado, los ucranianos han lanzado una sorprendente ofensiva en dirección a Kursk, ciudad con un valor simbólico importante por la decisiva batalla de 1943. Diferentes analistas esgrimen que Ucrania pretende ganar fuerza ante una eventual negociación, y obtener, por ejemplo, una contrapartida territorial para canjear zonas del Donbás.

La historia, no obstante, nos enseña que Rusia tiene un espíritu de guerra y resiliencia envidiable, que ya son seña de identidad. En conflictos exteriores recientes es cierto que ha fracasado, como sucedió en Afganistán, pero luchar en su territorio es otra historia.

Como señala Putin en relación con la ofensiva ucraniana de Kursk, el deber más sagrado de su ejército es expulsar a los invasores. Por ahora la dimensión de la Operación militar especial (un eufemismo en toda regla) ha cambiado radicalmente. Y aunque Antony Blinken, el secretario de Estado de Estados Unidos, considere que antes desaparecerá el presidente ruso que el apoyo de la OTAN a Ucrania, las sociedades occidentales no están acostumbradas a este tipo de desgaste, como se ha observado en las elecciones regionales alemanes de Turingia y Sajonia. 

Rusia, por su parte, hace un all in y se prepara para una guerra larga. Posee la voluntad, los medios y los recursos para mantener el pulso. Al otro lado, y siempre que se le garanticen los recursos, tampoco le falta determinación a resistir.

Hace meses que las líneas rojas dejaron de existir. Las amenazas de una guerra nuclear ya llegan a provocar indiferencia (e incluso risas) a la OTAN. Si tiramos de hemeroteca, en 2022 parecía impensable dar tanques Leopard al ejército ucraniano, y menos aún misiles de largo alcance, tampoco usar material occidental en suelo ruso. 

Ahora estamos en otro estadio. Más violencia, penetración de drones y misiles en suelo ruso, bombardeo de ciudades como Moscú, mayores ataques contra infraestructura militar y civil, y una retórica que no invita a buscar una solución diplomática a corto plazo. Los rusos cada día sienten con mayor intensidad el peso de una guerra que se libra en su tierra, y esto tiene un impacto de primer orden que varía cómo se concibe lo que inicialmente era una operación en suelo foráneo.

Cómo el Kremlin puede vender a su población que, en caso de una eventual victoria en el Donbás (que no en toda Ucrania), esto sería suficiente para poner fin al conflicto, y además justificar más de medio millón de bajas. Cuando movilizas a un país de tales dimensiones, con el peso de los traumas de 1941 y 1990 y una visión imperial del mundo, es especialmente complicado volver a la normalidad. Las heridas del conflicto perdurarán décadas y nadie, al menos ahora, puede permitirse flaquear en ningún aspecto.

Cualquier cesión puede causar profundas crisis internas de carácter impredecible en cada bando, particularmente en Rusia. Ucrania lucha lícitamente por su supervivencia como estado y nación, y Rusia se ha metido en un embrollo que su propia narrativa oficialista y la organización politicosocial y étnica le coloca en un estadio parecido. Al llevar la guerra a la dimensión de conflicto étnico, y de vida o muerte para la supervivencia del Estado, se eleva la contienda a una de las categorías bélicas más voraces y sanguinarias de todas, cuyo desenlace no será nada esperanzador.

A mi modo de ver el desarrollo de los acontecimientos, 2025 no será el año de la paz, incluso con una eventual victoria de Trump en EEUU como se especula. Tampoco tiene muchos puntos 2026 si la determinación ucraniana a luchar sigue como ahora. De hecho, es posible que la guerra se intensifique todavía más, y veremos una escalada e intervención mayor de los estados en relación con la financiación, material bélico, asesoramiento militar y apoyo diplomático internacional. Obviamente, esto afectará nuestra cotidianidad y la política interna de cada estado.

Gerard Pamplona Molina es investigador de la UPF-UOC, doctor en Historia Moderna y especialista en procesos de ocupación y represión militar.

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