La sobrecogedora amenaza de Musk
Lo grave es que hoy no podemos esperar a redentor alguno que nos salve de la inexorable y definitiva calamidad que representan esos personajes en lo alto de la gran colina.
Elon Musk, de 53 años, nacido en Sudáfrica, canadiense desde 1989, norteamericano desde 2002, inepto por tanto para ocupar la presidencia de los Estados Unidos por no ser oriundo de este país, posee indiscutiblemente unas potencias extraordinarias que lo han encumbrado a unas cimas inéditas en nuestra cada vez más galopante globalización. Implicado en innumerables iniciativas que lo hicieron multimillonario desde muy joven, ha acabado controlando Tesla —empresa fundada en 2003, de la que actualmente sería propietario de más del 20%— poco después de haber constituido SpaceX en 2002; compañía esta cuyo objetivo fundamental es la conquista y colonización de Marte y que ya ha desarrollado varias lanzaderas de cohetes estratosféricos, la constelación de satélites Starlink, la nave de carga Dragon y ha transportado astronautas a la Estación Espacial Internacional.
Toda su biografía es vertiginosa: además de lo anterior, en 2015 Musk cofundó OpenAI, una empresa de investigación sin ánimo de lucro que promueve la inteligencia artificial amigable. En 2016, cofundó también Neuralink, una compañía de neurotecnología centrada en el desarrollo de interfaces cerebro-ordenador, y ese mismo año creó The Boring Company, una empresa de construcción de infraestructuras. También adquirió en 2022 la red social estadounidense Twitter por 44.000 millones de dólares. Musk propuso asimismo en 2013 el hyperloop, un revolucionario sistema de transporte mediante tubos de baja presión y en régimen de hardware libre. En noviembre de 2021, el propietario de la mayoría de control de Tesla fue la primera persona de la historia en acumular una fortuna de 300.000 millones de dólares.
Era fácil prever que un personaje con tales capacidades no se detendría en el desarrollo tecnológico: el poder acumulado por semejante concentración de haberes y por el dominio del primer medio virtual de comunicación del mundo, el único realmente global, tiene un notorio valor político a escala planetaria. De momento, Musk ha hecho valer estas capacidades en la segunda entronización de Trump, que es un personaje capaz de colmar las ambiciones y objetivos de Musk… Pero no se ha detenido ahí: a través de Twitter —sospechosamente rebautizada «X», en un evidente guiño a la mentalidad grotesca de las muchedumbres atraídas por la interconexión—, Musk ejerce físicamente su poder blando en todo el orbe, siendo capaz de interferir en los procesos electorales de los países a través del sistema mediático y de otras artimañas, y sin duda dispuesto a influir en el orden establecido a todos los niveles y en todas las escalas imaginables.
En este proyecto, a medio camino entre lo mágico y lo mefistofélico, Musk se ha encontrado con la gran ventaja de la inexistencia de un orden global, lo que significa que está en condiciones de generar una especien de anarquía complaciente que pueda fácilmente administrar. El caso de «X» es paradigmático: todos los miembros activos de esta comunidad global, que son más de 500 millones, reciben en sus cuentas muchos de los mensajes de Elon Musk, sigan o no expresamente al personaje, lo que significa que, con la mayor desfachatez, la pertenencia a Twitter supone la recepción de bulos y de intoxicaciones no necesariamente deseados y la correspondiente sumisión a unas coordenadas ideológicas.
Como es lógico, el primer designio de Musk ha sido controlar el poder en su propio país, para lo que ha encontrado en Trump la horma de su zapato. El multimillonario tecnológico y el político también perteneciente a la élite más adinerada se complementan de forma clara y directa. La potencialidad mediática de Musk ha entregado de nuevo la Casa Blanca a Trump (no ha sido, evidentemente, el único factor, pero sí uno de los de mayor peso). Y a cambio, Trump no solo ha entregado a su socio un gran poder político tasado —la capacidad orgánica de poner en marcha reformas que eliminen todas las regulaciones y que avancen hacia el ’estado mínimo’— que beneficia a las minorías selectas asociadas al Partido Republicano sino que le ha otorgado una prácticamente total inmunidad personal y corporativa, a la vez que ha convalidado el ’pensamiento único’ —basado en el liberalismo radical— que acaricia desde hace tiempo la derecha norteamericana y que está en la trastienda de la extrema derecha europea y latinoamericana. Los abrazos entre Musk y Mielei —abril y septiembre de 2024—, entre un personaje maquiavélico con capacidades extraordinarias y un patán primitivo e insensible ante los requerimientos humanitarios de redistribución y justicia sociales, muestran al espectador la perversión del maridaje entre una inteligencia sin duda superior, el poder del dinero y unas políticas pensadas por y para las élites enriquecidas que aseguren a los poderosos la plena inviolabilidad en todos sentidos y su posición eminente sin la menor preocupación por el sufrimiento colectivo de las sociedades marginalizadas por los desequilibrios creados ilegítimamente.
Todo este planteamiento ya no solo tiene valor, como hasta hace poco, en el marco de los Estados Unidos y sus proyecciones internacionales directas: la inquietud es ya global puesto que Musk no se ha detenido tras defender, potenciar e impulsar de nuevo a Trump hacia la presidencia USA: sus últimos movimientos acreditan que también va a aupar a los trumpistas de todo el orbe, y en concreto a la extrema derecha europea, que se ha ubicado en la estela del presidente electo USA para destruir los estados de bienestar que se construyeron en el Viejo Continente gracias al consenso socialdemócrata ulterior a la Segunda Guerra Mundial. Este designio incluye conseguir que, por razones igualmente inhumanas, Occidente se desentienda de la depauperación material y política del Tercer Mundo. África, sobre todo, caerá mañana mismo en un pozo insondable.
Las iniciativas de Musk rebasan ya la categoría simbólica y son operativas. El último flirt del sudafricano ha sido otro actor detestable de la antiglobalización, Nigel Farage, un nocivo personaje que desempeñó un papel tan decisivo como indecente en el Brexit, que defendió aquel disparate con una demagogia diarreica y falaz, y que actualmente enarbola la bandera ultra en el Reino Unido; un país indeciso que acaba de pasar a manos de los laboristas (la profunda crisis de los conservadores ha hecho posible que Farage pueda lucir hoy un 14% de los votos). Musk y Farage se han encontrado recientemente en la casa del padre Trump en La Florida, en la célebre mansión de Mar-a-Lago, y el británico ha confirmado sin rubor que Musk está pensando seriamente en financiar su movimiento. El diario The Times de Londres aseguró unos días antes que la donación podría ser de hasta 100 millones de libras, unos 120 millones de euros, una cifra nunca vista en la política del Reino Unido.
Tal intromisión no es un gesto aislado, ya que Musk también ve con buenos ojos, y con el pertinente descaro, el ascenso de las extremas derechas alemana y italiana. En referencia a Alternativa para Alemania (AfD) el asesor de Trump ha escrito en “X” que sólo esta opción siniestra “puede salvar a Alemania” (de hecho, el apoyo de Musk a los neonazis comenzó hace ya varios meses). Un eslogan inquietante que como es obvio hace referencia a las elecciones federales del próximo 23 de febrero, ulteriores a la derrota del canciller Scholz en la moción de confianza del pasado 16 de diciembre.
Que un miembro relevante del entorno del futuro presidente de los Estados Unidos esté apoyando activamente en Europa a los herederos de las potencias del Eje que, entre otras proezas, llevaron a cabo el Holocausto no debería ser observado con despreocupación. Porque, además, y por supuesto, Musk ve también con buenos ojos al gobierno de Giorgia Meloni y recientemente ha respaldado a Matteo Salvini, encausado por bloquear el desembarco de migrantes rescatados en el mar por el navío humanitario Open Arms; la débil justicia italiana ha terminado absolviendo cobardemente al aprendiz de genocida que admira a Mussolini.
Al margen de estas intervenciones directas y escandalosas, es conocido asimismo el influjo de «X», y por lo tanto de Musk y de Trump, en los procesos electorales del Este de Europa, en los que la red, como el inminente inquilino republicano de la Casa Blanca, adopta posiciones inquietantes y ambiguas. En todo caso, la UE no debería aceptar que Washington manipulara las políticas internas de sus miembros a través de unas redes sociales descontroladas, en manos de personajes maliciosos, sin principios y sin escrúpulos como Musk, o directamente abominables, como Trump.
El eco de los mensajes abyectos de Trump-Musk a través de “X” es portentoso, a pesar de los tibios movimientos europeos de abandono de la red contaminada y el paso de muchos tuiteros a otras redes análogas (Bluesky, Theads, Mastodon, etc.). Un retuit de Musk en «X», en la que tiene más de 200 millones de seguidores y llega también a la mayoría de los usuarios que no le siguen, consigue una difusión asombrosa. Según un análisis reciente del The Washington Post, los mensajes en su red han tenido 133.000 millones de visualizaciones desde julio, 15 veces más que los de Trump.
Parece claro que Occidente, primero, y toda la comunidad internacional, en segundo término, deben protegerse del asedio de esta especie de ciclón globalizante organizado por los pioneros de la tecnología que han olvidado la obligación cultural y política de un humanismo que lleva siglos acuñándose, desde las antiguas civilizaciones a las revoluciones modernas, y que ha alumbrado una contemporaneidad basada en una ética que supedita la política a la conquista de la felicidad general. Hemos de luchar con vehemencia contra los líderes mesiánicos pero también, y sobre todo, contra las élites que contaminan materialmente la política y que de ninguna manera pueden ser aceptadas como líderes intelectuales de toda la humanidad.
Cuando Chaplin rodó, al fin en sonoro, «The Great Dictator», en 1940, los Estados Unidos no habían marchado aún a defender a Occidente en la colosal contienda contra el nazismo y el fascismo que liberó a la humanidad. Lo grave es que hoy no podemos esperar a redentor alguno que nos salve de la inexorable y definitiva calamidad que representan esos personajes, Musk y Trump, en lo alto de la gran colina.