Pedro Sánchez vuelve por sus fueros y, pese a todo, explora posibilidades para una investidura. La suya, claro, no va a ser la de Rivera. Que aquí en esta España de la política del disparate cabe todo menos un Borgen. Si le sale, se habrá impuesto a Rajoy y al PSOE. Si no, habrá ganado tiempo hasta la nueva convocatoria y cegado el paso a cualquier operación de sus críticos para desbancarlo.
En EEUU dicen que si algo camina como un pato, nada como un pato y grazna como un pato, seguramente se trata de un pato. Poco puede importar que el pato aduzca que en realidad es la paloma de la paz. ¿Por qué Ada Colau, a pesar de que sus actos políticos apuntan en la dirección contraria, sigue negando su nacionalismo catalán?
El PSC sigue tocando mientras la marca se hunde. Naufraga, sí, por más que no llegara el temido sorpasso y el resultado del 26-J diera un tibio respiro a una marca agonizante. Poco más de 5 millones de votos y 85 diputados pueden ser muchas cosas, pero no el PSOE que España ha conocido en los últimos 40 años.
Se trata de ver las cosas de otra manera, con el pensamiento lateral o con lo que a cada uno se le ocurra, para buscar soluciones a problemas complejos. Se trata de intentar romper la cerrazón y el pensamiento único que en la mayor parte del corpus político se ha instituido sobre aspectos cuasi religiosos como la unidad de España o la nacionalidad única.
España, como señaló Bismarck, tiene una tendencia a autodestruirse, aunque no lo consiga. Es un impulso profundo que no ha desaparecido, que permanece en tensión adaptado a las circunstancias. Es como un cava espumoso de esos que se agitan en los estancos que reparten un 'gordo'.
Érase una vez una familia compuesta por un próspero matrimonio, don Mariano, y su apuesta esposa, Petra, y sus tres maravillosos hijos: Pablo, Alberto y el pequeño Arturo. Este último, el más rebelde de los tres, decidió un día que era hora de emanciparse, de dejar la casa para vivir sus propias aventuras.
La pluralidad lingüística y cultural es una realidad en la mayoría de los países del mundo, pero ninguna Constitución, que yo sepa, incluye en su articulado ese derecho. Autodeterminación y democracia son dos conceptos de naturaleza diferente y deben, por tanto, ser tratados como tales.
España sin Catalunya pierde el 18% de su población, el 20% de su PIB y un bagaje cultural de gran valor además de importantes consecuencias geopolíticas. Pero Catalunya sin España puede terminar en una mayor encrucijada. Es decir, asumiendo contingentes, costes arancelarios, fuera del marco de libre circulación de personas, bienes, capitales y servicios, y con la asunción de nuevos gastos en Defensa o en representación para el exterior, nada desdeñables.
Que cada uno se considere libre para sentirse catalán, vasco, español o, como el escritor Javier Marías, heredero del Reino de Redonda. Por mucho que se quiera cercar el campo, la fractura social ya se ha producido. Se ha dado paso a las emociones, y esas poco tienen que ver con la razón. Es mejor abrir cuanto antes un debate político sobre el derecho a esa consulta
Catalunya Sí Que Es Pot (Cataluña Sí Se Puede) es la candidatura de esa gente a la que despectivamente se refería Artur Mas como "los del sí se puede", los que se ubicaban más allá de las trincheras del Sí y el No. Es la apuesta política por conectar dos oleadas democratizadoras, una apuesta doblemente ambiciosa: en la construcción de poder para los de abajo y también en la plurinacionalidad.
El 27S se ha llamado a las urnas, y el principal motor de cambio tiene un nombre, Junts pel Si. Las elecciones serán un primer paso de la constitución de un nuevo país. ¿Por qué no podemos hacer dos países mejores en lugar de seguir apostando por un sólo país dónde lo único que se quiere mantener son las desigualdades y las prebendas de algunos?