Los homo sapiens, las comunidades imaginadas y los catalanes
El escritor Mircea Eliade escribió en su Tratado de historia de las religiones que para un europeo medieval el infierno era un lugar tan real como Turquía pueda serlo para un europeo moderno. A muchos lectores esta afirmación del historiador de las religiones rumano puede parecerles incongruente: si ellos mismos no han estado en Turquía, por lo menos conocerán a algún amigo que haya estado en allí y haya vuelto, por lo que la "realidad" de la existencia de Turquía nos resulta a casi todos casi intuitivamente más cierta que la existencia del (hipótetico) infierno. Ahora bien: Turquía no es solo un lugar geográfico.
En su ambicioso (y quizás algo sobrevalorado) libro Sapiens, el historiador Yuval Noah Harari argumenta que el éxito evolutivo de nuestra especie (el homo sapiens sapiens) se basa en nuestra capacidad de crear comunidades imaginadas dentro de las cuáles cooperamos a gran escala, algo que el resto de animales (y verosímilmente el resto de subespecies humanas, como los neandertales) no eran capaces de hacer. El término comunidades imaginadas usado por Harari fue acuñado -que yo sepa- por el marxista Benedict Anderson (al que Harari no cita) para referirse a las naciones, y de hecho, Harari explica elocuentemente que "imaginada" no quiere decir necesariamente "imaginaria": es decir, no por ser imaginada la comunidad no es real. Harari distingue sin embargo tres tipos de realidades:
- Realidades subjetivas: por ejemplo, la creencia de mi sobrino de que un monstruo aguarda debajo de la cama es real sólo para él, y dejará de ser real incluso para él en cuanto su mamá logre persuadirle de que no existe tal monstruo
- Realidades intersubjetivas: un Bitcoin, por ejemplo, se cotiza en estos momentos a casi 6.000 euros. La opinión que yo tenga sobre si este valor es muy alto o muy bajo es irrelevante (y de hecho, puede decirse lo mismo de la opinión de Paul Krugman), ya que mientras haya un grupito fervorosamente creyente en el valor de una criptomoneda cuya oferta está por diseño restringida, habrá una demanda de Bitcoins y éstos tendrán su correspondiente precio
- Realidades objetivas: por ejemplo, que la Luna orbita alrededor de la Tierra
Nuestro lenguaje no distingue demasiado bien entre ciertas realidades intersubjetivas de las objetivas. La pregunta ¿existe Peugeot? puede parecer casi igual de arbitraria que la pregunta ¿gira la Luna alrededor de la Tierra?
Peugeot es una sociedad anónima con 200.000 empleados que produce 3 millones de vehículos cada año y mientras sus 200.000 empleados sigan creyendo que van a cobrar su nómina el próximo mes y sus accionistas sigan confiando en que el valor de sus acciones va a por lo menos mantenerse, la entidad imaginada Peugeot seguirá existiendo. Si, en cambio, esa gran comunidad de personas dejara de asumir esos presupuestos (algo poco probable según Harari), Peugeot dejaría de existir.
Peugeot es un ejemplo de una realidad intersubjetiva que nos parece sólida, pero cuando en 1891 Armand Peugeot decidió convertir su empresa familiar de molinillos de café en una fábrica de coches, seguramente muchos de los inversores a los que necesariamente tuvo que abordar considerasen que el sueño de construir automóviles del señor Peugeot era una realidad más bien subjetiva.
No es casual que tanto a los creadores de empresas como a los de religiones o a naciones se les llame fundadores. Todos ellos son reverenciados por su capacidad de crear realidades intersubjetivas.
El 22 de octubre de 1987 el parlamento de Cataluña aprobó "celebrar el milenario de la independencia de hecho de los condados catalanes, basándose en la negativa del conde Borrell II de Barcelona a prestar vasallaje al rey de los franceses Hugo Capeto el año 988". En su afán de crear mitos fundadores los partidos de corte nacionalista sitúan pues el nacimiento político de Cataluña nada menos que en el primer milenio. Sin embargo, la realidad intersubjetiva nación es un concepto que no empieza a tomar la forma que conocemos hoy hasta finales del siglo XVIII: más o menos de la misma forma que la realidad intersubjetiva sociedad anónima. Retomando el ejemplo de Eliade que abría este post, en el año 988 ningún hombre cuerdo dudaba de la existencia del infierno (que era una realidad intersubjetiva universalmente compartida), y de forma parecida, ningún hombre cuerdo concebía la existencia de Cataluña (ni de España, ¡ojo!).
En cierta forma, incluso para los que no comulgamos con el credo independentista, es fascinante presenciar la creación de una nueva realidad intersubjetiva en directo. La historia nos enseña que muy a menudo es la minoría recalcitrante se ha llevado el gato al agua. Sin embargo, la historia nos ha enseñado igualmente que el nacionalismo catalán solamente logrará llevarse el gato al agua si consigue el apoyo de unos 3 de los 5 países que componen permanentemente el Consejo de Seguridad de la ONU. Algo así es imposible que ocurra mientras los independentistas no logren una mayoría clara (y el 48% de los votos no lo es), y que las potencias en cuestión tengan algún interés estratégico en la independencia de Cataluña. Puede que Rusia tuviera cierto interés en desestabilizar la Unión Europea con ese reconocimiento, pero los riesgos de que un movimiento de ese tipo se le girara en contra de sí misma (por ejemplo en Chechenia) a día de hoy no le compensan.
Es decir, crear una nación es en cierto modo más difícil que crear una religión: la Iglesia de la Cienciología no necesita del reconocimiento de la Iglesia ortodoxa y del Dalai Lama, mientras que una nueva nación sí: el derecho a decidir y la soberanía nacional son ambos realidades intersubjetivas, pero con diferente grado de reconocimiento internacional mal que les pese a los independentistas. Una nación es en cierto modo una realidad intersubjetiva de segundo orden: existe legalmente no solamente porque lo quieren así sus habitantes, sino también porque lo quieren así las otras naciones, y éstas tienden hacia el statu quo salvo razones de estado que no se dan en el caso que nos ocupa.
Ahora bien, si España aceptara de buen grado la escisión es indudable que las barreras para el reconocimiento del resto de naciones se levantarían. Buscar el reconocimiento de España es por lo tanto la única vía razonable para los independentistas catalanes, porque el adagio cuánto peor, mejor, es cierto solamente hasta cierto punto. Si bien imponer duras penas de prisión a líderes independentistas puede crear algo parecido a mártires nacionalistas, una independencia unilateral y descontrolada provocaría una huida masiva de capitales y empresas, como ya se empezó a vislumbrar durante el "farol" de octubre, y un corralito autoimpuesto nunca podrá favorecer al independentismo.
La existencia de realidades intersubjetivas que son contradictorias con el proyecto independentista, y que los líderes del mismo, por ignorancia o por interés partidista, han obviado, harán difícil que 'el Procés' pueda culminarse con éxito en los próximos años, y bien puede aún durar una generación o más. Pero si nos creemos a los de los mitos fundadores, ¿qué más dan unos años más o menos a quién lleva esperando más de 300?