No me avergüenzo de haber abortado
Si piensas dejarme un comentario llamándome asesina o meter a Dios en el debate, permíteme que te pare a tiempo.
Ahora tengo 35 años, pero cuando tenía 18, me quedé embarazada. No fue buscado y el padre no quería que tuviera al bebé. Yo aún vivía con mis padres, era estudiante y no estaba preparada emocional ni económicamente para ser madre. Tras meditarlo mucho y hablarlo con una asesora, decidí abortar cuando estaba de ocho semanas.
Hasta este mes, mi aborto no era un tema del que hablara con mucha gente. Contaba con los dedos de una mano el número de personas que lo sabían hasta antes de publicar esto. Todo lo que está pasando en Estados Unidos ahora mismo (y en Irlanda del Norte hace poco) me cabrea. Me cabrea que se retrate como egoístas (o incluso asesinas) a tantas mujeres. Antes de escribir esto, vi unos tuits de la actriz Jameela Jamil en los que decía que no se arrepentía de haber abortado y me hicieron darme cuenta de que era el momento de hablar de mi experiencia y explicar por qué estoy a favor de la libertad para decidir.
No puse fin a mi embarazo porque no fuera el momento deseado o porque fuera un inconveniente para mí tener un bebé, sino que tomé la decisión porque sabía que si no, terminaría estancada en un ciclo de necesitar ayudas sociales en todo momento para criar a mi hijo. Era un ciclo en el que había crecido yo, en el que era habitual no tener calefacción durante gran parte del invierno. Tuve claro desde niña que trabajaría duro, conseguiría un trabajo decente y rompería ese ciclo. En resumen, supe que no podría hacerme cargo de un bebé. Apenas era adulta.
En aquella época estudiaba, ganaba 80 libras semanales y aún vivía con mis padres. No era suficiente dinero para mantenerme a mí misma y mucho menos para mantener a un bebé por mi cuenta. Así pues, tomé la que probablemente fue una de las decisiones más difíciles de mi vida: aborté.
Aunque no me arrepiento de mi decisión, sí que me pregunto a veces adónde nos habría conducido la vida si hubiera tomado otra decisión. Pese a que no se lo dije a mis padres y lo guardé en secreto hasta ahora, no me avergüenzo de haber abortado. Y no me cabe ninguna duda de que algunos de mis familiares y amigos se quedarán estupefactos al leer esto, porque no tenían ni idea.
Estoy segura de que mis padres me habrían apoyado si hubiera continuado mi embarazo, pero hice lo mejor para mí, no para ellos.
Me parece terrible que los políticos estadounidenses tomen esta decisión en representación de todos sus ciudadanos sin siquiera someterlo a una consulta ciudadana, como hizo Irlanda el año pasado. Sin embargo, sigue siendo ilegal abortar en Irlanda del Norte y muchísimas irlandesas han tenido que viajar a Inglaterra, Escocia o Gales para interrumpir sus embarazos.
Personalmente, me parece una salvajada obligar a las mujeres a traer a este mundo a un bebé del que no se van a poder hacer cargo. ¿Qué pasa si la madre tiene problemas de salud mental? ¿Y si no puede pagar la comida, la ropa ni cuidar al bebé? Ese bebé terminará “dentro del sistema”, ese mismo sistema que se ha estirado hasta casi romperse tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido. No hablemos ya de las mujeres que son víctimas de una violación o de relaciones abusivas. A Estados Unidos no parece preocuparle la situación en la que nacen los bebés, solo le interesa que lleguen a nacer.
¿No tiene más sentido que sean las mujeres quienes tomen la complicada decisión de poner fin a su embarazo en vez de obligarlas a dar a luz? ¿Qué impacto tiene en su salud mental? Todas las mujeres deberían tener derecho a decidir lo mejor para ellas y ejecutar su decisión sin miedo a ser perseguidas o criticadas.
Si estás leyendo esto y piensas dejarme un comentario llamándome asesina o meter a Dios en el debate, permíteme que te pare los pia tiempo. Si estás embarazada y estás sopesando tus opciones, puedes quedarte tranquila sabiendo que aunque fue una decisión dura, no me avergüenza haber abortado y no me arrepiento de mi decisión.
Este post fue publicado originalmente en el blog de la autora, apareció posteriormente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.