Regusto agridulce y mucho por hacer: el balance de la Cumbre del Clima al llegar a su ecuador
Se han logrado importantes compromisos en la primera semana en Glasgow, pero no son vinculantes ni suman a los peces grandes. Ahora hay que afinar el acuerdo final.
La Cumbre del Clima de Glasgow (COP26) llega a su ecuador dejando un regusto agridulce. En sus primeros días, pisó el acelerador de los acuerdos y anunció al mundo compromisos importantes para evitar un mayor calentamiento del planeta. Con varios peros: ni son vinculantes -esto es, de obligado cumplimiento- ni aglutinan a todos los países del mundo y, menos aún, a los que más contaminan.
Ahora, cuando el encuentro media, llega el momento de la verdad, de dar paso a los científicos, a los que saben, y a los políticos que han de comprometerse y cuajar un acuerdo final a la altura del reto existencial que nos traemos entre manos. Las delegaciones, que trabajan ya a destajo en privado, confían en que ese acercamiento cristalice en un texto digno. Lo contrario, sencillamente, es inadmisible para las generaciones actuales y las por venir.
Han sido días de fotos de familia y camaradería de los grandes líderes mundiales, salpicados de manifestaciones en la calle para reclamar a los que pisaban la moqueta que actuasen ya. No sólo ha habido candilejas, sino pasos destacables, acuerdos sobre metano, carbón deforestación y financiación verde que han ilusionado. Llegaban con ganas. Demostraban movimiento. La Agencia Internacional de la Energía concluye que, sumando los nuevos anuncios y compromisos nacionales, se limitaría el calentamiento global a 1,8 grados, a mitad de camino entre los perentorios 1,5 que anhelan los científicos y el 2% tope que se fija como umbral de supervivencia. Un gran avance si se tiene en cuenta que con los actuales compromisos el mundo se encamina a un calentamiento “catastrófico”, de hasta 2,7 grados. Irreversible, además
Sin embargo, lo logrado aún es insuficiente, porque ni hay garantías de cumplimiento ni soluciona el problema en su conjunto. El más destacado logro ha sido el acuerdo sobre metano, auspiciado por la Unión Europea y EEUU, para reducir las emisiones de metano en un 30% para ya, para 2030. Hablamos del segundo gas que más contribuye al calentamiento global, culpable de algo menos de un tercio de ese calentamiento. Casi cien países firmaron el texto, pero faltan varios de los que más metano expulsan, de China a Rusia, pasando por India. Los firmantes representan un 40% de las emisiones, que tampoco es poca cosa, por más que no haya compromiso de cumplimiento ni cuentas que rendir. Quien quiera lo aplica, quien no...
También ha habido pasos en cuanto al carbón. Otros 40 países se comprometían a abandonar progresivamente su uso, siendo como es el combustible fósil más contaminante que se conoce. Pero de nuevo, se han quedado fuera países esenciales para ponerle freno de veras a su empleo, como EEUU, Australia, China o Japón. Sólo cinco de los 20 países que más carbón consumen -Corea del Sur, Indonesia Vietnam, Polonia y Ucrania- están incluidos en la declaración, que persigue que en 2030 los países ricos dejen de usar carbón y amplía el plazo hasta 2040 para los países en desarrollo.
El tercer gran acuerdo de estos días tiene que ver con la deforestación del planeta, que se intenta revertir o frenar, en función de la gravedad del fenómeno. En este caso, Reino Unido tiró del carro para que otro centenar de estados se sumaran. Juntos representan el 90% de los bosques del mundo, lo que incluye grandes masas verdes como las de Brasil, República Democrática del Congo o Indonesia. Tampoco es vinculante y hay dos precedentes que hacen temer incumplimientos: uno es que hay textos previos con idéntico fin, como la Declaración de Nueva York (2014), que no han tenido aplicación práctica; y otro es el currículum de los firmantes. A ver quién se va a creer la vuelta al redil de Brasil con un presidente como Jair Bolsonaro denunciado hasta la Corte Penal Internacional por deforestar la Amazonía.
Bolsonaro, uno de los grandes ausentes, por cierto, junto a Xi Jinping, de China, o Vladimir Putin, de Rusia.
El cuarto anuncio esperanzador -que sí, que luego cada cual hará lo que quiera, pero es importante- ha sido el de forzar la inversión de los bancos para financiar la lucha contra el cambio climático de los países más vulnerables. El marco está muy bien, pero no hay claridad respecto a la fijación de un nuevo objetivo de financiación para llegar a 100.000 millones de dólares para un Fondo Verde para el Clima, lo que sigue siendo un obstáculo importante para los estados con menos posibilidades económicas. En la parte buena, 450 entidades financieras de todo el mundo con inversiones de 130 billones de dólares se comprometen ahora a acelerar su reducción de emisiones en sus créditos y carteras de activos en 2050. El aviso supone, en la práctica, la movilización de 130 billones de euros hacia la economía verde en las próximas décadas.
Lo que queda
Ahora viene lo bueno, lo complicado, lo que compromete y salva... o no. Se callan los anuncios para dar paso a las negociaciones calladas y al trabajo duro, afilando cada palabra y cada número para incluir al mayor número posible de países. Lo esencial es que hay que presentar un documento final que dé respuesta al compromiso del llamado Acuerdo de París, alcanzado en 2015, por el que los países se comprometieron a que la temperatura global no aumente más 1,5 grados, para así evitar los efectos más catastróficos del cambio climático.
“Queda una semana para la que la COP26 cumpla con el mundo y es el momento de tirar juntos hasta la línea de meta”, dijo el primer ministro anfitrión, Boris Johnson, que es una de las incógnitas del esperado final feliz, porque con sus líos domésticos está notablemente ausente de los debates y de algo esencial: el toque, la llamada y el favor pedido a los demás líderes para que se suban al carro. No está a lo que está.
Las negociaciones, según los borradores que da a conocer periódicamente la ONU, se centran principalmente en el Artículo 6 del Acuerdo de París, que quedó sin desarrollar en la capital francesa, y que no se ha podido cerrar en las diferentes cumbres que se han celebrado desde entonces, como la de Madrid en 2019. Este artículo define los mecanismos internacionales para que las empresas y Estados que hayan sido incapaces de realizar las reducciones necesarias puedan compensarlas a través de la inversión y la compra de derechos de emisión de gases de efecto invernadero a otras naciones que sí han cumplido los compromisos adquiridos. Algo que ya existe en la UE, y que ha permitido en gran parte la reducción de emisiones de sus miembros. Queda pendiente firmar la letra pequeña de este mercado, que se llamará “Mecanismo de Desarrollo Sostenible” y crear otras formas de cooperación fuera de él, como ayudas al desarrollo verde.
Por el momento, denuncia Ecologistas en Acción en un comunicado, “el texto presentado no recoge ningún consenso de la comunidad internacional, ni tan siquiera las diferentes perspectivas de los países, por lo que es previsible que habrá grandes discusiones en torno a estos mecanismos. Estas discusiones pueden hacer imposible, de nuevo, alcanzar un acuerdo durante los últimos días de la COP26”.
A juicio de esta ONG, “lo más preocupante es la falta de acuerdo entre los Estados sobre cómo proveer la financiación necesaria para hacer realidad los mecanismos de cooperación entre países, necesarios para que el Norte global afronte mínimamente su deuda histórica con muchos países del Sur global”. “Las promesas escuchadas durante los primeros días de esta cumbre climática deben responderse con hechos, especialmente si la cumbre quiere restaurar esa confianza entre el Norte y el Sur global”, añade.
Las delegaciones de los distintos países coinciden en resumir que, aparte de estos dos bloques de temperatura y justicia, queda un debate importante en cuanto a la transición en el transporte, la alimentación y la agricultura y la seguridad energética, puntos esenciales que, al menos esta vez, cuentan con cierto impulso de Washington, pasada la época negacionista de Donald Trump.
Teresa Ribera, vicepresidenta tercera y ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico, que participa en la recta final de la Cumbre del Clima de Glasgow, ha asegurado este lunes en RNE que es optimista sobre los resultados del encuentro final: “Los países tienen muchas ganas de aportar. La sensación es que debemos pisar el acelerador. Hay espacio para el acuerdo. Necesitamos cosas sencillas. Mensajes claros sobre combustibles, fósiles o bosques”, señala.
Comprende la desesperación que puede haber en colectivos sociales, que entienden que son demasiado tibios estos avances, pero sostiene que aunque los procesos vayan lentos, es importante que existan: “Son procesos distintos e importantes”, defiende. Quita importancia a la posible presión de las grandes empresas o naciones y habla, en cambio, de un proceso de transformación importante, transversal, en el que incluye una conciencia ciudadana “que requiere un cambio social muy importante”.
Aunque la dureza de las negociaciones hace complicado fijar un calendario y las estimaciones siempre saltan por los aires, las Naciones Unidas confían en tener listo un acuerdo el día 10, para poder afinarlo el 11 y presentarlo en sociedad en 12, último día de esta COP26 que viene acompañada de polémicas como los contagios de algunas delegaciones por coronavirus, la falta de transportes ecológicos para los desplazamientos, las acreditaciones superando el aforo, el sueñecito de Joe Biden o la incapacidad de la ministra israelí de Medio Ambiente de llegar al plenario porque va en silla de ruedas y no hay medios adaptados.
Los presidentes y primeros ministros ya se han marchado de Glasgow. Es el momento del nivel técnico y del compromiso, porque ya sabemos que no hay planeta b.