En Como la sombra que se va, que he leído este verano en Lisboa, Muñoz Molina describe el zeitgeist de aquella época que nos impulsaba a querer ser unos eternos adolescentes, que soñaban con convertirse en personajes de una película de Woody Allen, deseosos de vivir en una buhardilla en la Plaza de Ópera, rodeados de libros, comics, músicas, viviendo la noche a tope en Malasaña, entre alcohol, rock, jazz y, quién sabe qué otras drogas.