Dime qué lees
Me gusta preguntar a los amigos qué están leyendo. Para mí, que sufro el pecado de la dispersión, es un modo de conocer títulos nuevos, de impulsar el interés por otros que estaban aparcados en la nebulosa del tal vez, de abrir otras puertas a la curiosidad.
Me gusta preguntar a los amigos qué están leyendo. Para mí, que sufro el pecado de la dispersión, es un modo de conocer títulos nuevos -aunque no sean de reciente publicación-, de impulsar el interés por otros que estaban aparcados en la nebulosa del tal vez, de abrir otras puertas a la curiosidad.
No todos llegan por amigos, claro. Una mención en un artículo o en una charla, una buena reseña, un aniversario, un clásico pendiente...; a menudo, un libro te lleva a otro. También ojeo las listas, estas que tanto proliferan en esta época del año. En el fondo, es un modo de elevar a la categoría de compartido lo que te gusta o te interesa y de ratificar algún título sobre el que tenías dudas. Nosotros mismos hemos publicado en esglobal la de los mejores libros de temas internacionales de 2013. El proceso de preparación y debate para elaborarla es uno de los momentos más entretenidos en la redacción.
Así que uno de estos inevitables repasos que hacemos al comienzo de cada año es el de los libros que leímos el año anterior y el de los que tenemos pendientes. En mi caso, además, va asociado en muchas ocasiones a las personas que los recomendaron. Así, animada por José Luis empecé 2013 con la crueldad vital y la miseria humana descritas por Mo Yan en Las baladas del ajo; Mercè me introdujo en el fascinante rompecabezas del universo de lo cotidiano de George Pérec, y de su Vida instrucciones de uso. Y gracias a un regalo de Marisa me zambullí en la travesía del Star of the Sea, de Joseph O'Connor, una fantástica novela sobre la Irlanda del XIX que demuestra que el misterio y la intriga no están reñidos con la mejor literatura.
En otro orden de cosas, Diego me habló al poco de ser publicado del último ensayo de Antonio Muñoz Molina, Todo lo que era sólido, demoledora descripción del camino que nos llevó a la profunda crisis económica, política, social y moral que sufrimos en España. En 2013 le tocó también el turno a Por qué fracasan los países, de Daru Acemoglu y James A. Robinson, que estuvo entre los mejores libros de política y economía internacional de 2012; una interesante teoría sobre los orígenes y las causas de la desigualdad entre las naciones que supone, además, una amenísima lectura. Igual que El fin del poder, de Moisés Naím, con su provocadora tesis de la progresiva fragmentación del poder y sus consecuencias. Ambas obras son una clara prueba de que las ideas novedosas y el rigor pueden presentarse de un modo atractivo y comprensible, algo que suelo destacar, en contraposición con los aburridos y sesudos textos de tantos académicos españoles para los que, si es divertido, es que no es lo suficientemente serio. En esa línea, aunque su autor no es estrictamente académico, fue una sorpresa descubrir, gracias a Ruth, Anatomía Serbia, de Miguel Rodríguez Andreu, en la que el autor acerca la búsqueda de la identidad serbia a unos lectores poco conocedores en general de aquella realidad.
Los libros son además mucho más que lo que cuentan. La fascinación de Emilio por Ayn Rand, la escritora ruso-americana, me movió a querer leerla -también Olga me había hablado de ella- y empecé por Los que vivimos (1936), pues encontré un ejemplar en la biblioteca de mis padres (una mina). Se trataba de una edición de bolsillo publicada en España a principios de los 60 que había comprado mi madre en aquella época. La lectura no fue fácil: un cuerpo 8 (o sea, letra diminuta para ya cierta edad) sobre unas páginas amarillas que se desmoronaban al pasarlas y una pésima traducción. Pese a ello, según avanzaba el relato de la deshumanización en la Rusia comunista y el grito por las libertades individuales y por la independencia de la mujer, no podía dejar de preguntarme qué pensó mi madre al leerlo ella, en un tiempo y en unas circunstancias tan diferentes de las actuales.
Será por hábito, o por nostalgia, sigo prefiriendo el papel, por mucho que Alfredo y Carmela insistan en que me tengo que pasar al libro electrónico. Ya llegará, pero de momento no quiero renunciar al tacto de las hojas, ni a ir midiendo el paso de las páginas, ni al juego de las tipografías. No me interesa tampoco acumular miles de obras que sé que nunca podré leer, un síndrome potenciado por la facilidad y la capacidad de almacenamiento de los nuevos dispositivos. Prefiero ir construyendo mi lista día a día así, de un modo un tanto anárquico, entre amigos, referencias y curiosidad.
Comienzo el año con Guillermo Cabrera Infante y Enrique Vila-Matas. En la lista de inminentes están Petros Márkaris, para entender mejor la crisis griega, ahora que el país asume la presidencia de la UE, y La gran convergencia de Kishore Mahbubani, para seguir vislumbrando hacia dónde va Asia. A ver con quién lo termino.
Mis mejores deseos para 2014 y que ustedes lo lean bien.