Antonio Muñoz Molina: "Al mundo que retrato no creo que nadie en su sano juicio quiera volver ni cinco minutos"
Entrevista con el escritor, que publica 'Volver a dónde', un libro en el que mezcla lo vivido en la pandemia con sus recuerdos de infancia.
En un suave ir y venir entre el confinamiento y su posterior desescalada hacia la nueva normalidad y los recuerdos de su infancia en Úbeda; entre el balcón de su casa de Madrid, donde cuida con mimo sus tomates, un jazminero, una gardenia, una camelia o una glicinia, y el que le ponía su padre a la huerta, transcurre Volver a dónde (Seix Barral), el último libro del escritor Antonio Muñoz Molina, miembro de la RAE y premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2013.
En sus páginas no faltan los momentos en los que se empezó a oír hablar del coronavirus; los aplausos y cómo acabaron extinguiéndose cuando por fin se pudo pasear; las caceroladas; las gafas empañadas por las mascarillas o las fiestas saltándose las normas sanitarias. Pero tampoco el espantar pájaros con un cencerro para que no estropearan las cosechas, el santoral o el habla de cuando era niño y sus mayores no decían viento, sino aire.
Su última creación llega a las librerías en las vísperas de la Feria del Libro de Madrid, en la que se reencontrará con sus lectores los dos primeros fines de semana. Tras la presentación oficial del libro, charla con El HuffPost sobre lo vivido en la pandemia, su visión del panorama político y sociaa y sobre si le importa tener a El Rubius como compañero en las firmas de libros.
En Volver a dónde hay desde crónica, hasta autobiografía, análisis... ¿Qué es lo que se va a encontrar el lector?
Es difícil. Se va a encontrar como una tentativa de contar lo inmediato desde distintos ángulos. Se va a encontrar un libro que fue naciendo casi de manera espontánea, como una derivación de un diario, y de un deseo de ir fijándose en las cosas y de ir dejándose llevar por donde lo llevara a uno el recuerdo, la imaginación o, simplemente, los hechos cotidianos.
Muchas veces se piensa que un libro tiene que responder a un plan previo, esa idea que dan mucho en las escuelas de escritura, de que antes de tener un libro tienes que tener un proyecto. A mí cada vez me gusta más hacer cosas que no tengan un plan, que vayan creciendo espontáneamente. De pronto un día tienes una conversación telefónica con alguien que te cuenta una historia de hace mucho tiempo y eso te lleva al pasado lejano, pero luego te encuentras, como me pasaba a mí, con un amigo que ha vuelto de China de traer material sanitario y eso también es apasionante. O te encuentras deprimido y te encuentras una música, te estremece y eso te lleva a pensar en las herramientas que tienes para sobreponerte a una situación como el confinamiento.
Digamos que el libro es como un relato del suceder de la vida. Yo voy donde me lleva lo que escribo. Cada día no sabía lo que iba a escribir ni sabía por dónde me iban a llevar los recuerdos.
En el libro abarca desde esa incertidumbre inicial, pasando por las ‘trampas’ para pasear más sacando al perro, las caceroladas, hasta el último aplauso. Se ha vivido mucho condensado en muy poco tiempo y lo ha plasmado aquí.
Lo pensaba hoy. Uno trabaja con lo que tiene. Yo había hecho libros anteriores que reflejaban una vida más viajera o más vagabunda, ahora lo que he hecho ha sido lo contrario: en vez de contar una vida expansiva, contar una vida limitada. En vez de hablar de Nueva York o de Lisboa, hablar no ya de Madrid, de unas calles de Madrid que son las que rodean mi casa, contar lo que veo desde el balcón de mi casa.
Hay un gran fotógrafo húngaro, André Kertész, que vivía en Nueva York jubilado. Tenía problemas de movilidad, lo que hacía era foto de lo que veía desde su ventana. Se paraba un pájaro, hacía una foto. Un escritor trabaja con lo que tiene a mano.
El título, Volver a dónde, ¿encierra cierto pesimismo? Hay también una frase en el libro que es ‘Este es el mundo al que teníamos tanta prisa por volver’, cuando regresa el asfaltado, el tráfico...
El título es una pregunta, la que cualquiera se puede hacer. Estás pensando que termine el confinamiento y dices ‘¿a qué quiero volver exactamente?’ ¿Quiero volver a dejarme llevar por una ansiedad de estar en todas partes, como muchas veces que ha tenido la gente que se dedica a este trabajo mío, y de repente estar de avión en avión, de feria en feria...? ¿Quiero volver a eso?.
Por otra parte, cuando sientes el desamparo del presente es lógico que te refugies un poco en los recuerdos y dices ‘¿Quiero volver al mundo lejano del pasado? ¿Quiero eso?’.
La respuesta, yo creo, implícita, es que no hay a dónde volver. Mal que bien, tienes que habitar el único tiempo que existe, que es éste.
En una entrevista reciente a Manuel Vilas —cuya última novela, Los besos, también tiene de telón de fondo la pandemia— le preguntábamos si no teme que los lectores digan ‘basta’, que no quieran tenerla también en los libros. O, al contrario, ¿es momento de hablar de ello?
Según cómo sea el libro. Por regla natural, cuando ocurre un hecho tan tremendo y tan abrumador, y que afecta todos los aspectos de la vida, los que nos dedicamos a contar la vida, sea en el periódico o donde sea, es natural que lo contemos. También hay una tendencia muy humana y comprensible a alejarse cuanto antes de algo que ha provocado mucho sufrimiento. Depende, habrá quien haga un buen libro que sea memorable, otro que sea regular.
Hay un pasaje, el de ‘había pandillas de mocetones brutales que se divertían acosando a los tontos’ que conecta con ciertas agresiones de las que hemos oído últimamente. Se acaba de conocer que la presunta víctima de la agresión homófoba de Malasaña se ha retractado, pero hemos tenido el asesinato de Samuel, agresiones racistas, machistas... ¿Somos una sociedad que no ha avanzado?
Claro que ha avanzado, lo que pasa es que precisamente ahora llama la atención, escandaliza, eso antes era cotidiano. Lo cuento en el libro, en las fiestas locales iba la banda de música y delante iban los tontos, la gente se reía de ellos y les tiraba cosas.
Era normal. Recuerdo ir por la calle con una tía mía que era muy guapa y yo le decía ‘¿Pero qué te dicen?‘. Me asustaba, era un niño muy sensible, e iba con mi tía y lo típico: ‘¡Tía buena!’. Eso era completamente normal.
Lo que tenemos que saber es que hay que estar siempre vigilantes, pero no podemos olvidar que una ventaja tremenda que tenemos sobre ese pasado es que hay muchas cosas que han cambiado y para bien, como que ahora empezamos a tener sensibilidad hacia el sufrimiento de los animales, yo cuento en el libro cómo se mataba un cerdo. Al mundo que yo conocí y que retrato ahí no creo que nadie en su sano juicio quiera volver ni cinco minutos.
También escribe otra frase: “No sé si se va a aprender alguna lección política de este tiempo”, sobre la pandemia. ¿Sigue pensándolo?
Sí, porque tenemos que ver qué ocurre con el dinero europeo. Tenemos el debate sobre qué modelo económico queremos, porque nos hemos dado cuenta de que éste no funciona, es muy frágil. Tenemos un problema de que es vital que haya un sistema sanitario sólido, coordinado, moderno, bien financiado, con profesionales contentos. Sabemos que hay que recuperar la investigación científica. Entonces implica un modelo educativo, implica un modelo fiscal. Tenemos que pagar todo esto, las pensiones, conquistas como el ingreso mínimo vital. Tiene que haber un gran acuerdo para todos esos cambios estructurales. Si no hay una capacidad política para llegar a acuerdos a largo plazo sobre esas cuestiones vamos a ser más frágiles todavía en el porvenir.
No se detiene mucho en las menciones a políticos en el libro, pero ahora que mencionaba el ingreso mínimo vital, de Yolanda Díaz sí dice que hizo su trabajo. Y también llama la atención la mención a Isabel Díaz Ayuso; le dedica el adjetivo ‘histérica’.
Bueno, es lo que pienso sobre el particular. Me parece que son como dos modelos distintos. No, no llamo histérica a Isabel Díaz Ayuso, llamo histérica a su personaje político que interpreta, pero creo que son dos modelos, uno basado en la gestión, bastante discreta y bastante eficiente, porque esta mujer [Yolanda Díaz] ayudó a que fuera posible el acuerdo de los ERTES, los grandes acuerdos entre empresarios y sindicatos, que han sido una cosa fundamental. Quien está en la política puede procurar hacer cosas y buscar acuerdos o calentar el ambiente. Cada cual elige.
Y sobre la educación pública, en el libro destaca que es “la mejor esperanza, casi única, de progreso social”. Si la perdemos, ¿qué nos espera?
Eso es una cosa que está muy estudiada. Es la única forma de progreso personal y de progreso y de prosperidad para un país. Un problema de una sociedad, como por ejemplo, de la mayor parte de las sociedades musulmanas, en las que las mujeres no tienen presencia. No solo están condenando a la frustración a seres humanos; están condenando a su sociedad a no recibir el beneficio del trabajo y del talento de esos seres humanos.
Una buena educación pública permite, en primer lugar, que la persona desarrolle mejores capacidades y, en segundo lugar, corregir en alguna medida, las desigualdades brutales que existen.
Hace unos días salió un titular de una agente literaria que decía ‘hay que ordenar la Feria del Libro, El Rubius no puede firmar al lado de Muñoz Molina’. No sé si usted tiene alguna querencia al respecto.
Ah, no sabía yo eso. No soy partidario de crear como categorías cerradas... Todo el mundo tiene derecho a escribir lo que quiera y todo el mundo tiene derecho a comprar o no comprar el libro que quiera. La cuestión está en que haya una sociedad lectora saludable, en que haya instituciones como ésta [la entrevista se realizó en la Biblioteca Eugenio Trías de Madrid, en El Retiro], en que haya buenos apoyos a la industria del libro... todo lo demás, no tengo nada contra nadie en ese sentido. ¿Quién soy yo para ponerme encima de nadie?
¿Cómo afronta este reencuentro con el público? ¿Cree que va a ser más frío por las medidas sanitarias o que va a haber incluso más emoción?
Me he dado cuenta, cuando por ejemplo volvió a haber conciertos, ópera, cuando se pudo volver a las exposiciones... Había una vehemencia especial. Hay una cosa que hemos comprobado los que nos gustan estas cosas: que el arte, la literatura, la música, son un alimento muy necesario, además en épocas de mucha aflicción.
La primera vez que vuelves a un concierto te das cuenta de todo lo que te ha faltado. Eso también puede ser un aprendizaje, la conciencia de que las artes no son un adorno para pedantes, sino un alimento del espíritu.
¿Tiene alguna recomendación para los que vayan a acudir a la Feria y estén pensando en adquirir algún libro? ¿Qué está leyendo usted ahora?
Estoy leyendo Anna Karenina, que es extraordinaria. No lo había leído desde la adolescencia y la habría leído fatal.
Hay unos cuantos libros recientes que me han gustado mucho. Cuaderno de memorias coloniales, de Isabela Figueiredo; Trilogía de Copenhague, de Tove Ditlevsen, una escritora danesa que murió hace bastante, pero que ahora se ha reeditado esta trilogía autobiográfica; una de las novelas contemporáneas que más me ha impresionado en mucho tiempo es Todo en vano, de Walter Kempowski. Además, he estado en el jurado del Premio Reina Sofía de Poesía y se lo dimos a una poeta portuguesa extraordinaria, que es Ana Luísa Amaral.
¿Sigue cuidando tan primorosamente del huerto?
Sí, ahora en agosto ha sufrido un poco porque he estado fuera y ha hecho mucho calor en Madrid, pero sí, sí, lo tengo bastante bien, la verdad [ríe].