Todo lo que debes saber de Donald Trump, el aspirante republicano a la Casa Blanca
Lo prometió y lo ha cumplido: el expresidente de EEUU pelea de nuevo por ocupar la Casa Blanca. Los sondeos le daban en cabeza, sobrado, hasta que Joe Biden tiró la toalla y apareció Kamala Harris. ¿Habrá retorno al ultranacionalismo de su MAGA?
No hay rincón del planeta donde no se le conozca. Su pelo amarillo al aire, el rostro anaranjado, la corbata roja, el puño en alto, las ideas incendiarias, las bravuconadas, el ultranacionalismo, el ultracapitalismo. Donald Trump ya era una estrella mundial antes de entrar en la Casa Blanca, ejemplo de millonario ganador -hortera pero envidiado-, que decidió "poner orden" en su país, volver a hacerlo "grande de nuevo", "arrasar" con el pasado reciente progresista. 74 millones de personas le dieron su apoyo. Ahora cabalga de nuevo. Quiere volver a ser lo que fue.
Desde 2016, Trump no sólo es sinónimo de torres infinitas y taco de dólares, sino de aislacionismo, odio y retroceso. Es el empresario hecho presidente de la mayor potencia del mundo, Estados Unidos, por obra y gracia de su dinero, por la crisis profunda de liderazgo e ideas del Partido Republicano y por esa corriente de malestar ciudadano que tan bien supo oler y usar en su beneficio. Se subió a lomos del populismo prometiendo tierra quemada y un nuevo comienzo. Lo primero, lo cumplió. Lo segundo, ni modo.
Pero tiene mal perder. Trump no asumió que en 2020 el demócrata Joe Biden le ganó las elecciones, cosechando no sólo apoyos de votantes progresistas sino, sobre todo, de ciudadanos cansados de trumpismo. Aquellos comicios fueron "robados", mantiene. A sus 78 años, se presenta de nuevo como candidato en las elecciones del 5 de noviembre, en las que deberá enfrentarse a Kamala Harris: mujer, exfiscal, afroasiática, sin hijos, "socialista", como la llama. Una mezcla de esas que a él le revuelven el estómago.
Los sondeos apuntan a un empate técnico, con ligera ventaja para su oponente (48,2 frente a 46,4%, aún en la horquilla del margen de error estadístico), así que cunden los nervios. Trump llevaba dos años encabezando todas las encuestas, por una diferencia sensible con Biden, que se ha dejado por el camino con el efecto Harris y su apuesta por la esperanza.
Trump llegó hace ocho años al cargo siendo un hombre de récords: el presidente que accedió al cargo con más edad (70, que luego superó Biden, con 78), el de mayor riqueza (3.100 millones de dólares, según Forbes), el primero sin servicio militar cumplido y el primero que no había ejercido ningún cargo político antes de llegar a lo más alto. Ahora añade a su currículo una derrota, más el legado poco glorioso de cuatro años que apenas salvaron los datos económicos (muchos de ellos, ramas verdes de lo sembrado en la era de su archienemigo, Barack Obama). Y rabia, mucha rabia por verse en la lona y ganas, muchas ganas de volver.
¿Empresario hecho a sí mismo? No, niño rico
El candidato republicano a la Casa Blanca y expresidente de EEUU nació en el barrio de Queens, en Nueva York, el 14 de junio de 1946. Un géminis que por nombre completo lleva el de Donald John Trump. Es el cuarto de los cinco hijos que tuvo el matrimonio formado por Fred Trump y Mary Anne MacLeod.
Aunque los inmigrantes han sido siempre una de sus fijaciones, lo curioso es que Trump es descendiente directo de ellos: su abuelo, Frederick Trump, y su abuela, Elizabeth Christ, eran alemanes. Su apellido, en realidad, no es con el que firma decretos o corona edificios, sino Drumpf. Sus antepasados se lo cambiaron en la Guerra de los Treinta Años. Y su propia madre llegó al país desde Escocia (Reino Unido). Inmigrante de sangre por doble vía.
La fortuna familiar se empezó a cuajar con los restaurantes y pensiones que gestionaba su abuelo Frederick en Seattle (EEUU) y Klordike (Canadá). Poco después, las inversiones crecieron en Nueva York, donde a los hoteles sumaron burdeles, donde los Trump amasaron una notable fortuna, según la escritora Gwenda Blair, que ha reconstruido la historia de la familia de las últimas tres generaciones.
Luego, su padre, el heredero de todo ello, se dedicó a hacer casas y alquilarlas a trabajadores de clase media cerca de Nueva York. Llevaba el proceso completo, desde la obra hasta la firma del contrato final. Donald no ha trabajado nunca para alguien que no sean sus padres o para sí mismo, porque entró en Elizabeth Trump and son en 1971, con 25 años.
Antes de ponerse el traje y la corbata para siempre, el exmandatario estudió Económicas en la Universidad de Pensilvania, en la Escuela de negocios Wharton donde también estudió su ahora financiador máximo, Elon Musk. A su padre le interesó porque estaba especializada en bienes raíces, los huevos de oro de la saga. Trump se tituló pero nunca fue un buen estudiante, peso eso no importó cuando en 1971 se hizo con las riendas de la empresa familiar.
Con 13 años lo echaron del instituto por un problema de conducta y sus padres lo metieron en una academia militar de Nueva York para enderezarlo. Pese a sus relación con lo marcial, hizo todo lo posible por no cumplir con el servicio militar. Se salvó hasta cuatro veces de la mili: dos por prórrogas para sus estudios, otra por un problema médico y la última, porque no salió su número en el sorteo. Afortunado.
También lo fue porque, al intentar plantear sus propios proyectos, su papá le dio un millón de dólares para empezar, como quien no quiere la cosa. Trump afirma que se hizo a sí mismo por sus ideas y apuestas, pero colchón y base previa ya tenía: Blair calcula que el imperio que heredó a la muerte de su padre, en 1999, era de entre 250 y 350 millones de dólares (entre 475 y 665 millones de dólares al cambio actual).
"Siempre quiso ser más que su padre", dicen los que lo conocen bien en documentales como Un sueño americano (Netflix). Así que si su progenitor se centró en pueblos y barrios de la periferia de Nueva York, él se fue a Manhattan, directamente. A por los ricos. Su marca: los diseños llamativos y espectaculares, como los de la Torre Trump que fue su residencia hasta que la cambió por Washington y su Pennsylvania Avenue y donde retornó tras la derrota de 2020. Llamativos y espectaculares, sí, y también dorados. Dice que lo echaba de menos y en la Casa Blanca lo primero que hizo fue poner las cortinas de su despacho de este color. El primer meme de muchos.
La estrella
En los años 80, apenas superada la treintena, ya era megafamoso. Se daba el lujo de rodearse de los mayores empresarios y políticos del momento y hasta aparecía, como estrella invitadísima, en películas míticas como Solo en casa 2. Sí, es el señor que se cruza con Kevin en el vestíbulo del Hotel Plaza. Los productos con su apellido se venden en el mundo entero, más allá de los ladrillos: ropa, colonia, material de oficina... Las críticas y denuncias por fraudes y subcontrataciones le llovían, pero sin hacerle mella.
Entre 1996 y 2015, Trump fue el dueño de las competiciones de belleza de Miss USA y Miss Universo. Entre 2004 y 2015, fue también un conocido rostro televisivo gracias al programa The Apprentice, una especie de competición entre empresarios que acababa si Trump gritaba: "Estás despedido". Tanto le gusta la frase que hasta contrató a un doble de su antecesor en la Casa Blanca, Barack Obama, para poder gritárselo a la cara. A Biden se la ha dicho también alguna vez.
Trump nunca ha entrado en bancarrota personal, pero sí empresarial, hasta seis veces. Sobre todo, tras la compra de casinos que no salieron bien, algunas incluso con bonos basura. Tras refinanciar deudas y pedir créditos, tuvo que declararse "roto". Un tema al que siempre le da la vuelta afirmando que es un gran empresario y sabe salir de todas.
Cuando se presentó a las elecciones, su fortuna era de 4.500 millones de dólares, según la revista Forbes. Era el millonario 324º del mundo. Luego se vio obligado a desprenderse de algunos negocios por incompatibilidad. Hoy tiene solamente 3.100 millones de dólares y es el rico número 766 del mundo, con participaciones en 500 empresas. Tiene intereses en EEUU, Panamá, Brasil y el Caribe, esencialmente. El Washington Post sostiene que empresarialmente es más bien un "fanfarrón", con éxitos puntuales y grandes fracasos. Y con muchos problemas en los tribunales: 1.900 litigios como denunciante y 1.450 como denunciado. Tuvo una fundación, pero debió cerrarla por problemas legales.
Por tener, Trump tiene entre sus propiedades hasta un equipo de fútbol, el patrocinio de peleas de boxeo y un Tour ciclista que lleva su nombre. Como lo que más le gusta es el golf, tiene 18 campos en todo el mundo, como el famoso de Mar-a-Lago donde se evitó un atentado en su contra el pasado septiembre. También tiene devoción por la lucha libre de la WWE, por eso invitó a la Covención Republicana de julio a la superestrella Hulk Hogan.
Deporte no hace, eso sí. Tampoco lee prácticamente. Sus aficiones son limitadas. Ha confesado en algún cuestionario clásico que sus películas favoritas son Ciudadano Kane, El bueno, el feo y el malo, El padrino y Lo que el viento se llevó, aunque asesores antiguos han dicho que, sin pose, la que le gusta mucho es Contacto sangriento, de Jean-Claude Van Damme. En cuanto a novelas, se queda con Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque, y en lo musical, con Neil Young y The Rolling Stones.
En los 90 y primeros 2000, a Trump también le dio por escribir (o dictar o firmar), y publicó tres libros muy parecidos entre sí: El arte de la negociación, Queremos que seas rico y Piensa en grande y patea traseros en los negocios y en la vida.
Trump no bebe alcohol. La muerte de su hermano mayor, Fred, por alcoholismo, le hizo tomar la decisión de ser abstemio de por vida. Su equipo dice que se levanta a las seis de la mañana pero no empieza a trabajar hasta las nueve. Ese tiempo lo dedica a ver las tertulias y las noticias de la televisión. Su jornada acaba entre las seis y las siete de la tarde. En la Casa Blanca paraba a comer su vicepresidente, Mike Pence, con el que ha acabado fatal. Ahora, con algún amigo empresario. No es muy de hacer equipo de campaña. Los fines de semana los pasa en Mar-a-Lago y queda con sus fieles amigos.
Su vida personal la ha compartido con tres esposas, las tres modelos: Ivana Trump (checa, que le ayudó a levantar sus construcciones más reconocidas, con la que vivió entre 1977 y 1992 y con la que tuvo a Donald Junior, Ivanka y Eric), Marla Maples (su pareja entre 1993 y 1999, madre de su hija Tiffany) y Melania Trump (de Eslovenia, su actual esposa, con la que se casó en 2005 y madre de su hijo menor, Barron).
Ha tenido, también, su escándalo sexual, más allá de la infidelidad que acabó con su primer matrimonio. Se trata del caso Stormy Daniel, en el que la actriz porno que bautiza la causa denunció que tuvo una aventura con él en 2006, que el magnate negaba. La también productora de cine para adultos aseguró que el abogado de Trump llegó a un acuerdo de confidencialidad con ella por valor de 130.000 dólares, para que se callara. El pasado mayo, Trump fue declarado culpable de 34 cargos penales, por falsificar los registros comerciales dentro de una trama para ocultar el pago y la aventura, antes de las elecciones de 2016. Luego hablamos más de la maraña que tiene el señor candidato en los tribunales.
El Trump político
Antes de concurrir con el Partido Republicano e imponerse a 17 precandidatos como aspirante a la Casa Blanca en 2015, Trump ya intentó ser presidente por el Partido Reformista. Fue en 2000. Se retiró antes de la votación final. No es que tuviera muchas opciones, con el bipartidismo tan fuerte que hay en su país, pero fue una manera de tirar por la calle de en medio. La verdad es que el magnate le ha dado a todo: ha sido demócrata entre 1987 y 2009, independiente entre 2011 y 2012 y, luego, republicano. Hasta hoy, al menos.
Su cercanía con la política siempre ha sido intensa, como la de cualquier millonario del mundo, pero hasta que dio el paso de presentarse en serio por los conservadores sobre todo estuvo presente como donante, como financiador de campañas. Al primer presidente al que le puso dinero en la mesa fue a Ronald Reagan, republicano, en los años 80.
En los primeros 90, los años en los que sumaba dinero, carisma y juventud, siempre se le preguntaba si sería él el próximo candidato. "Probablemente no, pero me canso de ver cómo nos arrancan el país", le decía ya entonces a Oprah Winfrey -hoy, una de las principales valedoras de Kamala Harris-. "No creo que tenga la inclinación", justificaba. Así que siguió dando dinero a los republicanos, al menos en 2004 (con George W. Bush) y en 2012 (con Mitt Romney).
Fue el 15 de junio de 2015 cuando anunció que iba a pelear por la candidatura a la Casa Blanca en las primarias del Partido Republicano. Ahí lanzó su lema de campaña, que lo ha acompañado desde entonces: "Make America Great Again" (MAGA) o "Haz que América sea grande otra vez". Trump se refirió a sí mismo como "la persona más exitosa para correr para la presidencia, por el momento", señalando incluso que él es dueño de una "tienda de Gucci que vale más de Romney", el que entonces quería de nuevo ser candidato. El "excéntrico multimillonario", que lo llamaba la BBC. Lo que ha llovido.
La oposición de Trump a la inmigración ilegal, el libre comercio y el intervencionsimo militar le granjeó un fuerte apoyo entre la clase media estadounidense. Sus polémicas propuestas, como la de construir un muro con México, y sus declaraciones sobre la necesidad de devolver el esplendor al país lo auparon en los sondeos y se impuso en las primarias y caucus, relegando a republicanos de todas las familias. Desde entonces, tiene al centenario partido atrapado en su puño.
Tras una campaña voraz, sexista, racista, ultranacionalista, plagada de ataques a la prensa, Trump se impuso en 2016 gracias al anticuado sistema electoral de EEUU, por los votos del colegio electoral, y no por los votos de los ciudadanos, en los que venció Hillary Clinton.
Su legado: radicalismo...
Trump se convirtió en el insólito presidente de EEUU, el número 45, para sorpresa del mundo. Se hizo grande ante la pequeñez de su victoria y se carcajeó del mundo desde el minuto uno, tratando de amoldar las políticas de la Casa Blanca a su visión: el mundo empieza y acaba en mi país, el multilateralismo es un cuento, los derechos humanos ya tal.
A lo largo del mandato se ganó hasta dos juicios políticos (impeachments) tuvo: uno en 2019, a raíz de que un informante denunciara ante el Congreso que el presidente había presionado a líderes de Ucrania para que investigaran a Biden (entonces exvicepresidente y precandidato presidencial demócrata) y a su hijo Hunter; y otro por incitación a la insurrección por el asalto al Capitolio de 2021, con cargos presentados una semana antes de que finalizara su mandato presidencial.
En su primer día en el Despacho Oval, hizo que EEUU se saliera del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, integrado por 12 países de cuatro regiones geográficas. Supuestamente, lo hizo para proteger a los trabajadores estadounidenses. En los primeros cien días, los de gracia, firmó 67 órdenes ejecutivas sobre inmigración, empleo y economía que fueron el cerrojazo claro del país. Por ejemplo, firmó la orden ejecutiva para construir el muro con México, retomó la polémica construcción de dos oleoductos, empezó a desmantelar de la ley sanitaria de Obama y ordenó la prohibición de la entrada en EEUU de ciudadanos de siete países -Libia, Irán, Irak, Siria, Somalia, Sudán, y Yemen- por ser de mayoría musulmana.
Mientras usaba Twitter (ahora X) como un púlpito intimidatorio para avivar la controversia o intimidar a sus oponentes, iba haciendo ruido y, a la vez, generando grandes cambios de política. Así hasta el final, cuando alentó la toma del Capitolio por parte de sus seguidores, el 6 de enero de 2021, insistiendo en que no había perdido las elecciones, sino que le habían arrebatado la victoria. Nunca se ha disculpado por aquello ni ha asumido su gravedad.
... economía...
Sus cuatro años fueron una montaña rusa, pero hay que reconocer que en materia económica siempre le fue muy bien. En parte, por medidas ya implementadas por sus antecesores demócratas y por la buena racha, pero le fue. Hubo tuvo dos fases distintas: antes y después del coronavirus, del que hizo una nefasta gestión, dicho sea de paso.
Antes de que la pandemia golpeara en marzo del 2020, el desempleo había alcanzado mínimos de 50 años (3,5%, y lo dejó con un 6,7%), los salarios estaban aumentando para los trabajos de menores ingresos y la brecha entre el desempleo de negros y blancos se estaba reduciendo. El histórico proyecto de ley de impuestos que Trump firmó a fines de 2017 impulsó el crecimiento económico por encima del 3%, una promesa de la campaña de Trump, durante un breve período.
Las cosas podrían haber ido mejor, pero una guerra arancelaria de 18 meses con China, que costó miles de millones a las empresas estadounidenses, fue un lastre para el crecimiento y el empleo. Terminó a principios del 2020 con un déficit comercial con China mayor que cuando comenzó. Tres recortes de tasas de la Reserva Federal en 2019 ayudaron a mitigar el impacto. Los contribuyentes desembolsaron alrededor de 50.000 millones de dólares en subsidios a los agricultores estadounidenses solo en 2020 para compensar la pérdida en las ventas a China.
La pandemia, y el fracaso de la Administración para controlarla -para el recuerdo queda su negacionismo respecto a las vacunas o sus soluciones mágicas como la lejía-, corre el riesgo de dejar la economía marcada mucho después de que Trump deje el cargo. Cerca de 21 millones de puestos de trabajo desaparecieron de inmediato y 9 millones de ellos aún no han regresado. Millones más vieron cómo se les reducían las horas o el salario y algunos se retiraron por completo de la fuerza laboral.
Mientras tanto, la deuda nacional de Estados Unidos aumentó en casi 7,8 billones de dólares a 27 billones, a medida que los ingresos fiscales corporativos cayeron y el gasto aumentó para contrarrestar la guerra comercial y los impactos de la pandemia.
... inmigración...
Luego estaba su gran fjación: Trump terminó su presidencia como la comenzó, con un enfoque duro sobre la inmigración. "Lo hicimos", dijo Trump, de pie frente a una sección de 724 kilómetros de valla fronteriza nueva en Texas en uno de los últimos días de su presidencia. La valla es el ejemplo más visible de la remodelación del sistema de inmigración de Estados Unidos por parte de Trump. Estableció una multitud de nuevos obstáculos burocráticos para los inmigrantes que buscaban ingresar o permanecer en Estados Unidos.
Muchas de las medidas fueron impugnadas en los tribunales y algunas fueron detenidas por medidas cautelares nacionales. Trump impuso una prohibición de viajar a un puñado de naciones de mayoría musulmana que luego se amplió, recortó el programa de refugiados de Estados Unidos y obligó a decenas de miles de solicitantes de asilo a esperar en México las audiencias judiciales de Estados Unidos.
La política de "tolerancia cero" del 2018 para procesar los cruces fronterizos ilegales hizo que varios miles de niños fueran separados de sus padres y tutores legales en la frontera entre Estados Unidos y México. Más tarde revirtió la política, pero se tardó años en localizar a los padres de unos 600 niños. Algunos, nunca se han vuelto a encontrar, denuncian las ONG locales.
En medio de la pandemia, la Administración impuso nuevas restricciones que permiten a los funcionarios fronterizos expulsar a casi todos los migrantes atrapados cruzando la frontera y bloquear la entrada de muchos trabajadores extranjeros temporales y solicitantes de tarjetas de residencia.
... política exterior...
En política exterior, Trump cambió algunos principios esenciales de Estados Unidos luego de la Segunda Guerra Mundial, al cuestionar la alianza de la OTAN, enemistándose con los socios europeos y tratando de complacer a los autócratas. Vladimir Putin, ese amigo de América.
Su desdén por el multilateralismo provocó la retirada de acuerdos y órganos, incluido el acuerdo nuclear de Irán que tanto trabajo costó sacar adelante y la Organización Mundial de la Salud (OMS), cuyas recomendaciones por el covid no creía. Su trato a los aliados de Washington dejó a Biden con amigos "conmocionados", como suelen decir los diplomáticos franceses, y el desafío de restaurar a Estados Unidos como un campeón de la democracia. Se han tendido nuevos puentes, pero el daño fue mucho.
Trump cumplió parcialmente su promesa de campaña de traer tropas a casa de "guerras interminables", aunque no ejecutó la salida de Afganistán (fue cosa de Biden) y queda personal en Irak o Siria. Y a pesar del compromiso histórico de Trump con el líder norcoreano Kim Jong Un, con el que se vio en plena frontera en un encuentro formidable, no ha avanzado en persuadir a Kim de que renuncie a sus armas nucleares.
La línea dura de Trump sobre Irán fue especialmente llamativa, en un momento de acercamiento a Occidente muy beneficioso para todo Oriente Medio. Eso acabó cuajando en más sanciones y bloqueando su economía. Y en el caso del conflicto palestino-israelí, destaca el acercamiento que logró de los países árabes respecto de Tel Aviv, con los llamados Acuerdos de Abraham, básicamente acuerdos comerciales que dejaban a un lado la causa palestina. Cuatro países se sumaron a su iniciativa, proseguida por Biden. Más escandaloso fue el anuncio del traslado de la Embajada de EEUU de Tel Aviv a Jerusalén, avalando la ciudad triplemente santa como capital del Estado de Israel, algo no reconocido por la comunidad internacional. En la práctica, tras todos los fastos, el traslado no ha sido realmente efectivo.
... "Chaina"...
China fue la diana de muchos de sus discursos. El Gobierno de Trump puso el ascenso de Pekín en el centro de atención y ayudó a forjar una visión estadounidense bipartidista y cada vez más antagónica de la segunda economía más grande del mundo.
Desde una serie de aranceles sobre miles de millones de dólares de importaciones chinas hasta sanciones contra altos funcionarios y un uso contundente de sanciones contra las principales empresas chinas como Huawei, ZTE, SMIC y TikTok, Trump golpeó a Pekín en una variedad de frentes. Sin embargo, algunos aliados han planteado dudas sobre la efectividad de estas medidas y esperan que el presidente electo Joe Biden, quien prometió ser igual de duro con China, se coordine mejor con ellos para controlar a Pekín.
Las tensiones aumentaron especialmente durante el último año con Trump culpando repetidamente a China por el coronavirus, que se originó en la ciudad de Wuhan. Las dos potencias mundiales están cada vez más en desacuerdo sobre una variedad de otros temas, incluidos Hong Kong, Taiwán y el mar de la China Meridional.
... y un par de locuras más
Tampoco estuvo fino en lo ambiental, porque Trump desestimó el consenso científico de que la industria estaba causando el calentamiento global y destruyó a las agencias científicas federales, incluida la Agencia de Protección Ambiental y el Departamento del Interior, e interfirió con sus paneles de asesores científicos. También se jactó de sacar a Estados Unidos del Acuerdo de París sobre el cambio climático.
Se definió como un "amigo" de los combustibles fósiles, cortejando a los trabajadores del carbón y a los ejecutivos petroleros por igual y cumplió sus promesas de aliviar los costos para las empresas de energía al hacer retroceder más de 100 regulaciones relacionadas con el clima y el medio ambiente.
Tampoco estaba contento cuando los jueces que nombró fallaron en contra de sus esfuerzos por revocar los resultados de las elecciones presidenciales del 2020, pero su remodelación del poder judicial en una dirección conservadora sigue siendo uno de sus mayores legados. Durante sus cuatro años en el cargo, nombró a tres jueces de la Corte Suprema, la primera vez que ésto se hace desde que el presidente Richard Nixon nombró a cuatro en su primer mandato. La corte ahora tiene una sólida mayoría conservadora de 6-3.
Y están sus odios: el nacionalismo blanco floreció bajo Trump. La propaganda y el reclutamiento para las organizaciones contra las minorías aumentaron, al igual que los delitos de odio. El motín del Capitolio es el mejor ejemplo. O las restricciones a los musulmanes por el simple hecho de serlos.
En sus años, casos como el de George Floyd, muerto por violencia policial en mayo de 2020, no le provocaron ni una ceja enarcada. Todo el movimiento Black Lives Matter cosechó sus críticas, no su calor o, al menos, su entendimiento.
Ese es el candidato que quiere volver a la presidencia de Estados Unidos. Y que puede volver, a tenor de los datos. La solución, el 5 de noviembre.