Gobierne, por favor: el castigo histórico a los 'tories' deja a Starmer el reto de hacer país
Del nuevo primer ministro laborista se espera acción, tras el desastre conservador, pero también prudencia: la ola que lo lleva a Downing Street tiene muchos grados de rojo y deberá contentar a intereses dispares. Los retos son mayúsculos.
Se esperaba la victoria, pero es que ha sido espectacular. El Partido Laborista se ha impuesto por mayoría absoluta en las elecciones de Reino Unido, recibiendo un apoyo masivo de los ciudadanos, por encima del avanzado en las encuestas. Los conservadores, en cambio, han sentido en el rostro la bofetada de las urnas, aún más sonora que la alegría de sus contrarios: los ingleses, galeses, escoceses y norirlandeses han dejado claro que, sobre todo, no quieren a un tory en Downing Street.
Keir Starmer se convertirá de inmediato en primer ministro con un mandato sencillo en la formulación y complejísimo en la ejecución: gobierne, por favor. La descomposición de los 14 años de mandato conservador, en una etapa que no sólo ha vivido el Brexit sino, también, el aumento del populismo en las propias filas conservadoras y el encadenamiento de primeros ministros fracasados y poco íntegros, ha llevado a un bloqueo administrativo. Se han tomado pocas decisiones, las pocas abordadas han sido polémicas, escoradas cada vez más a la derecha, sin dar respuesta a los problemas esenciales de servicios públicos o poder adquisitivo de los ciudadanos.
Los ciudadanos quieren un cambio para que todo eso se aborde, pero Starmer debe tener claro que hay muchos tonos de rojo en la ola que lo ha encumbrado este 4-J y que tiene que responder a todos ellos con prudencia. Si lo que ha dicho en campaña lo tiene integrado, en su mano está la hoja de ruta: "hay que devolver a la política del cinismo a la estabilidad, la decencia y los cuidados".
Es espectacular lo que han hecho los laboristas en esta elección, con los recuentos dándoles ahora mismo 392 de 650 escaños en los Comunes, cuando venían de tener 202 en la legislatura comenzada en 2019, con lo que va en camino de registrar su mejor resultado desde el récord de 418 logrado en 1997 por el antiguo dirigente Tony Blair. El Partido Conservador de Rishi Sunak se hunde con sólo 103 escaños de momento, de 365 logrados en los comicios de 2019, que ganó Boris Johnson con mayoría absoluta, tras su promesa de ejecutar el Brexit.
Los números de Starmer saben aún mejor porque hace cuatro años y medio lograron los peores resultados desde 1935 y ningún analista, entonces, pensaba en una remontada en una legislatura. Hablar de "tsunami", como decía un torie a la BBC, es acertado, pese a que lo ha logrado un señor de escaso carisma, buen profesional, nombrado sir por sus servicios, abogado especializado en derechos humanos, fiscal, que no entró en política hasta los 50 años y que tiene claro que no ha venido aquí a hacerse rico, sino a trabajar. No tiene, en absoluto, el aura de triunfo de Blair, pero sus datos se parecen. Tan grande es la desesperación ciudadana, que ha votado laborista, más que Starmer.
Y, sobre todo, el electorado muestra una determinación despiadada de expulsar a los conservadores del poder. Porque donde no se ha votado al laborismo, tampoco ha habido bipartidismo clásico, sino que han subido otras opciones, con tal de no votar a los conservadores: suben los liberales, sube la ultraderecha, suben los verdes. El partido de Sunak obtuvo alrededor del 22,3% de los votos con más de dos tercios de los escaños declarados, una caída catastrófica de 20 puntos porcentuales desde el 42,4% logrado en 2019. Pero los laboristas, a su vez, subieron sólo 4,2 puntos porcentuales más que en las elecciones anteriores. Ha logrado más escaños, pero no tantísimos votos. La idea era echar a Sunak y a su gente.
Sir Keir Starmer tiene que saberlo para no llegar a la nueva oficina deslumbrado. No parece que vaya con su carácter, pero por su acaso. Es tiempo de ser tranquilo e incluyente, para acometer esa "vuelta al civismo" que, a su entender, es la antesala de la buena gestión. "Calma, estabilidad, hechos", dijo el martes en una entrevista. Se espera que en sus primeras palabras haya un guiño para esa diversidad de votantes, que explique en pocas palabras que ha entendido el mensaje, que esta vez la ideología está un poco por encima de las necesidades.
El nuevo Gobierno se enfrentarán a todos los viejos problemas que tantos dolores de cabeza causaron a su predecesor: el coste de la vida, las finanzas del Gobierno y la deuda pública, la carga fiscal, la criminalidad, las complicaciones y peligros de la geopolítica, los restos del Brexit -ese que, en parte, también ha determinado votos, en una especie de ajuste de cuentas tardío con el leave-. Ninguna mayoría, por grande que sea, puede borrarlos. Cuando se pasen los efluvios de la victoria, eso es lo que quedará: mucha plancha, que hay que apilar con humildad porque el desencanto de partida es enorme y la esperanza vuela.
Toca renacer
El conservadurismo tiene mucha digestión también por hacer. Sunak pudo presentarse como un antídoto ante las crisis previas con Boris Johnson o Liz Truss, un regenerador de la vida política, un tipo íntegro. Tenía buena fama como ministro de Finanzas, de hecho. Pero lo que ha hecho ha sido trabajar de espaldas a los enormes problemas ciudadanos, lo que le ha llenado las calles de manifestantes y las urnas, de votos enfadados. "Una agenda política moldeada a los caprichos de una facción conservadora de extrema derecha", como describe en The Guardian el analista Rafael Behr. "Sunak ha aprendido por las malas que si se ofrece a los votantes un acto de tributo populista, es posible que voten por el acto real", añade. Al final, los buenos datos de los ultras de Farage (entran en el Parlamento con cuatro escaños, por primera vez), muestran cómo se ha polarizado la política de Reino Unido, también, en parte por esta inclinación de Sunak.
"Muchos observarán el porcentaje de votos combinados de los reformistas y los conservadores e imaginarán un camino hacia la renovación a través de la fusión. La resistencia a ellos será la facción conservadora moderada, inactiva durante mucho tiempo, que reconoce la locura de abandonar cualquier intento de atraer a los votantes que encuentran repelente el faragismo", augura Behr.
Es la misión que tienen ahora los tories: renacer tras el hundimiento. De cómo lo hagan depende su futuro. No es fácil, porque su líder ha mantenido el escaño de milagro pero hasta ocho ministros y una exprimera ministra (Truss), pesos pesados del partido y posibles aspirantes a suceder a Sunak, se han quedado sin asiento en los Comunes, con lo que no pueden dar réplicas a los de Starmer. ¿Quién dará el paso para reparar lo roto? ¿Quién queda dentro que pueda fiscalizar a los laboristas durante los próximos cinco años?
La situación es justo la contraria respecto a Starmer y su equipo, conformado desde hace cuatro años cuando fue nombrado líder laborista, un gabinete cuidado de colaboradores cercanos, que ha unido al partido dejándose jirones de piel por el camino: se ha suavizado el izquierdismo de su líder previo, Jeremy Corbyn -que ha sacado escaño, ganando a su vieja familia-, se ha hecho una investigación interna para acabar con supuestas trazas de antisemitismo y se han acallado a las familias ideológicas, con un resultado apabullante. El bloque laborista estará en los Comunes fuerte como nunca en décadas.
El independentismo, el populismo
El anteriormente dominante Partido Nacional Escocés fue derrotado por primera vez en una década en las elecciones de anoche, lo que hace retroceder su lucha por la independencia. Es, junto a los conservadores, el gran perdedor de estos comicios.
Se pronosticaba que el SNP, que obtuvo 48 escaños en Escocia en 2019, ganaría ocho ahora. El partido laborista, que había ganado apenas un escaño en los últimos comicios, había ganado 35 escaños a las cinco de la mañana, incluidos todos los escaños en Glasgow, la capital. El vuelco ha ido al rojo, también.
Aunque el SNP fracasó en su intento de asegurar la independencia de Escocia en un referéndum en 2014, ganó la mayoría de escaños en todas las elecciones del Reino Unido desde 2015 y ha dirigido el gobierno regional escocés desde 2007. La situación actual lo deja en un limbo desconocido en su historia. Había hecho campaña con el argumento de que si ganaba la mayoría de los 57 escaños de Escocia tendría mandato para renegociar un segundo referéndum de independencia, pero la amplia derrota del partido deja la cuestión en un segundo plano por ahora.
A los que les ha ido bien es a los ultras de Farage. Con sus mentiras, arrastró a mucha gente al "sí" al Brexit en la consulta de 2016, que fue el inicio de la bajada a los infiernos interna de los tories, por otro lado. Se apartó de la política, se puso en un segundo plano, pero sólo estaba esperando los malos tiempos de la derecha tradicional para saltar. La hora era esta. La ultraderecha también muerde un Parlamento tan antiguo y venerado como el de Londres.
El suyo va a ser un bloque pequeño, de cuatro (las encuestas, es verdad, le daban 13), pero potencialmente ruidoso en Westminster. Aunque Farage, ahora diputado por Clacton, ya es una figura familiar en los medios, liderar un pequeño partido en el parlamento de Westminster le garantiza una mayor exposición mediática en el futuro. Reform UK ocupó el segundo lugar en docenas de escaños, por delante de conservadores y liberales, particularmente en áreas que anteriormente apoyaban el Brexit, posicionando al partido como un rival de la izquierda en futuras elecciones en caso de que Starmer flaqueara y resultara impopular.
Y es que una de las conclusiones generales de esta elección es que, en muy poco tiempo, la política de Reino Unido se ha contagiado de la corriente de Occidente y se ha vuelto volátil, muy rauda y cambiante. Hace cinco años, en las últimas elecciones, se habló de un realineamiento en la política británica cuando los conservadores, entonces liderados por Johnson, arrebataron zonas tradicionales de clase trabajadora a los laboristas, en gran medida porque los votantes de esas zonas estaban dispuestos a apoyarlo para completar Brexit, porque creyeron que les traería algo más de prosperidad.
La victoria de Starmer ahora sugiere que no ha habido un realineamiento ideológico a largo plazo, sino más bien que las viejas lealtades tribales en la política británica no son tan fuertes como antes. Los votantes británicos están bastante dispuestos a juzgar con dureza a los políticos si fracasan o no responden, más aún si el contexto es de pandemia o de guerras como la de Ucrania, de inflaciones galopantes y salud y educación paupérrimas. Una victoria aplastante ahora ya no hace imposible la derrota en la siguiente, como acaba de pasar: hemos dejado una mayoría absoluta torie por una mayoría absoluta laborista en un sólo mandato... y con elecciones anticipadas seis meses, incluso.