Sola ante el peligro: la congresista republicana Liz Cheney desafía a Donald Trump
La congresista de Wyoming acaba de perder su puesto como número tres de los republicanos del Congreso y podría acabar perdiendo su escaño en las primarias.
En Estados Unidos están pasando cosas muy inquietantes. La principal es que en un sistema bipartidista, uno de los dos partidos, el Republicano, se ha declarado abiertamente en contra de las reglas democráticas. Su derrota en las urnas, en lugar de servir para abrir un periodo de reflexión y rectificación, lo ha llevado a posiciones todavía más extremas.
Nadie sabe cómo va a acabar todo esto y, tanto entre los conservadores tradicionales como entre los demócratas, hay mucha preocupación por la enfermedad que corroe y consume al Partido Republicano, cada vez más entregado a Donald Trump y a la gran mentira de que este ganó las elecciones presidenciales.
Desde su refugio dorado de Florida, Trump decide a qué políticos va a apoyar y a qué políticos va a vetar. Por esta razón, secundar la gran mentira se ha convertido en el requisito indispensable para no ser condenado al ostracismo. En estos momentos la congresista republicana por Wyoming Liz Cheney, hija del antiguo vicepresidente Dick Cheney, ha caído en desgracia por negarse a aceptar la gran mentira. Sus repetidas críticas a la idea de que Trump ha ganado las elecciones le han pasado factura, a pesar de lo cual, ella se niega a claudicar. Nadie más se atreve a decir en público que Trump ha perdido.
Ella está convencida de que la historia está de su parte y de que, tarde o temprano, se impondrá la razón, pero de momento está sola ante el peligro. Como consecuencia, acaba de perder el puesto de responsabilidad que tenía como número tres de los republicanos del Congreso y también podría acabar perdiendo su escaño en las elecciones primarias, ya que Trump ha dejado saber a sus seguidores que quiere que la expulsen de todos sus cargos.
Aunque los políticos republicanos saben muy bien que Trump no ha ganado las elecciones, se hacen eco de la gran mentira o, al menos, permanecen callados, ya que no quieren ofender ni al antiguo presidente ni a sus seguidores. Se estima que, debido a la constante repetición de la gran mentira, en estos momentos el 70% de los votantes republicanos cree que Joe Biden ha llegado al poder con malas artes. Las diversas teorías conspiratorias que barajan los republicanos sobre el fraude electoral giran todas alrededor de las minorías étnicas. Cuando no dicen que los venezolanos trucaron las máquinas de votar dicen que los chinos metieron papeletas falsas en las urnas.
A los supremacistas blancos, que constituyen el núcleo de los seguidores de Trump, les resulta inaceptable que su héroe haya perdido porque las minorías étnicas votaron en contra de él. Como en el fondo consideran que estos grupos no deberían tener poder político, que hayan determinado los resultados de las elecciones con su voto les parece un robo. Si la gran mentira tiene tantos seguidores es porque refleja la creencia de los supremacistas blancos de que cualquier poder que ostenten las minorías étnicas es ilegítimo.
La guerra a la verdad que ha emprendido el Partido Republicano se ha extendido incluso al pasado. Los republicanos ahora quieren impedir que se estudien algunos aspectos de la historia de Estados Unidos. En particular, no les gusta que se examine la esclavitud de los negros ni la subyugación de los indios americanos, de los hispanos y de los asiáticos a lo largo de los siglos ni que se analicen los mecanismos y efectos del racismo, campos de investigación en los que destacan las universidades americanas. Estos estudios les parecen “divisivos” y quieren suprimirlos.
Es decir que, no contentos con negarse a reconocer los resultados de las elecciones, en las que tuvo un papel importante el voto de las minorías étnicas, ahora se niegan incluso a reconocer las contribuciones de estos grupos al desarrollo del país y las tribulaciones que sufrieron. Y, por supuesto, no desean que sigan votando, razón por la cual están intentando por todos los medios cambiar las reglas para dificultar el acceso a las urnas de las minorías étnicas en las próximas elecciones.
No quieren un gobierno de la gente, por la gente y para la gente, como describió Abraham Lincoln a la democracia en el famoso discurso que dio en Gettysburg durante la guerra civil, sino de los blancos, por los blancos y para los blancos. Pero esto va totalmente en contra de la realidad actual de Estados Unidos, que es un país enormemente diverso, en el que la suma del número de negros, indios americanos, hispanos y asiáticos constituye un porcentaje creciente de la población. En Hawái, Nuevo México, California, Texas, Nevada, Maryland y el distrito de Columbia, donde se encuentra Washington, la población ya es mayoritariamente no blanca y se espera que el país en general tenga una mayoría no blanca antes de mediados de siglo.
Muchos políticos republicanos retirados han condenado la deriva racista de su partido y su absoluta desconexión de la realidad. Por ejemplo, George W. Bush dijo recientemente que si los republicanos iban a ser el partido de los blancos, no volverían a ganar unas elecciones presidenciales.
Por desgracia, los políticos republicanos en ejercicio no se atreven a hablar. La gran mentira del fraude electoral, con todas sus connotaciones racistas, se ha convertido en la ortodoxia del Partido Republicano. La congresista republicana Cheney, que ha dicho repetidas veces que Trump perdió las elecciones y que hay que reconocer este hecho y pasar página, destaca por el valor, firmeza y claridad con que ha defendido el estado de derecho, el cual descansa en la aceptación de las leyes, incluidas las relacionadas con los comicios.
Se ignora si Cheney pensará presentarse a las elecciones presidenciales de 2024. Lo que está claro es que está decidida a luchar contra Trump y el autoritarismo que éste encarna y representa. Aunque es cierto que una golondrina no hace verano, también es cierto que, tarde o temprano, las golondrinas siempre vuelven, así que no sería inconcebible que, poco a poco, a Cheney se le unieran otros republicanos.
Una derecha saludable es fundamental para el buen funcionamiento de la democracia bipartidista, por lo que tanto los conservadores tradicionales como los demócratas contemplan con tímida esperanza la ardiente defensa que Cheney ha hecho de la verdad.