Son cada vez más clamorosas, graves y preocupantes las experiencias que muestran que frente a cada vez más relatos, y cada vez más acríticamente asumidos, no hay "dato" ni evidencia empírica que pueda mover un solo voto.
Que el primer ministro húngaro haya tenido el descaro de reunirse en el Kremlin con el autócrata ruso y extender beneficios al no menos despótico Lukaschenko, es en sí una elocuente muestra de su contumaz desprecio por lo común.
Les place experimentar ese voto como una forma exasperada o nihilista de rechazo por casi todo lo demás, y saborear al daño que creen infligir, al votar, a ese supuesto statu quo cuyo desprecio incita la ultraderecha flamígera.
Urge preservar la mayoría proeuropea frente a quienes la impugnan, pero no es sensato subestimar —menos aún, ignorar— el riesgo indicado por la tendencia al alza de la reacción nacionalista, del populismo de ultraderecha y su explotación de las incertidumbres y temores.
Pierde clientela por el centro, que huye despavorido de las nuevas inclinaciones ultraderechistas, y pierde por la extrema derecha ya que los ultras prefieren el producto genuino al sucedáneo sobrevenido.
El antisionismo es un despojo antiguo, y conviene vigilar que no tenga reminiscencias; el antiislamismo y la arabofobia están en cambio muy presentes en nuestro ámbito cultural, elitista y xenófobo.