Por un verdadero sello del patrimonio europeo
El conocimiento de la historia de la Unión Europea es fundamental para proyectar sus valores hacia el futuro.
El nacimiento de Europa se hunde en la historia más remota. Hay quienes ubican sus raíces en la cultura grecorromana. Esto no es del agrado de las naciones del nordeste europeo, que no sienten la cultura clásica de la antigua Grecia y Roma como pilares civilizatorios. Otros señalan a la figura de Carlomagno como rex pater Europae, otros, de signo conservador, tienden a indicar la traducción y difusión de la Biblia, como primer elemento aglutinador entre los europeos. Estos debates resultan fútiles. Europa es la suma de la diversidad, también de su diversidad histórica. Por ello, es necesario conocerla en toda extensión, solo así puede fomentar el entendimiento entre los europeos. Pero para participar democráticamente a nivel europeo es necesario conocer otra faceta de la historia europea, la propia historia de la Unión.
La Unión Europea es consciente de ello, si bien siempre ha sido tímida en estos temas, y no solo por la falta de competencias en materia cultural. No es de extrañar pues, que la iniciativa europea que pretende hacer tangible el patrimonio común europeo, el sello de patrimonio europeo, surgiera de una iniciativa intergubernamental nacida en 2006.
Con el impulso inicial de los Estados miembros, la Comisión propuso establecer el sello de patrimonio europeo a nivel de la Unión Europea a través de una decisión en 2011. Se introdujeron entonces nuevos criterios y un nuevo procedimiento de selección. Entre ellos, el requisito de que el sello se otorgase a patrimonio material e inmaterial de carácter transnacional o que hubiera contribuido a la historia de la Unión Europea. Desde su puesta en marcha efectiva, se han registrado 48 lugares.
Sin embargo, un primer análisis de los mismo rápidamente muestra que, de los dos ejes históricos, es decir, historia de Europa e historia de la Unión Europea, la gran mayoría pertenecen a la primera categoría y además casi no hay lugares con el sello ubicados en el nordeste de Europa. Solamente cinco de los 48 lugares que ostentan el sello pueden adscribirse plenamente a la segunda categoría.
Entre ellos se encuentra la casa de Robert Schuman, en Scy-Chazelles (Francia), donde Schuman trabajó en el borrador de la declaración del 9 de mayo de 1950, texto fundacional, que abrió el camino hacia la integración europea. La casa museo Alcide de Gasperi —uno de los padres fundadores de la UE—, en Pieve Tesino (Italia), también se encuentra entre los lugares que han merecido el sello, así como el distrito europeo de Strasburgo (Francia), donde después de la segunda guerra mundial, se establecieron las instituciones europeas.
El sello también se ha concedido a Schengen (Luxemburgo), donde se firmó el acuerdo homónimo en 1985 dando como resultado a la libre circulación de personas sin pasaporte para más de 400 millones de europeos. También posee el sello el Tratado de Maastricht (Países Bajos), que sobresale de la lista por su condición de patrimonio inmaterial. El Tratado de Maastricht es un hito clave para la integración europea, estableciendo la unión monetaria y económica y reforzando el papel del Parlamento Europeo como colegislador.
Quizás pueda también considerarse en esta categoría, el parque memorial Picnic, en Sopron (Hungría) donde tuvo lugar la manifestación por la paz del 19 de agosto de 1989. Este evento permitió a casi 600 ciudadanos huir a través de la frontera húngara hacia el oeste, lo que puede considerarse como el primer antecedente que llevaría al colapso del Telón de Acero, representando así, la Europa sin fronteras y unificada posterior a 1989.
En cierta medida, este reducido muestrario de la rica historia de la Unión Europea es el resultado natural del procedimiento de atribución del sello de patrimonio europeo, ya que la primera preselección y su candidatura se lleva a cabo a nivel nacional, con un máximo de dos sitios candidatos cada dos años, y tan solo luego, en base a las recomendaciones de un panel de expertos europeos, la Comisión Europea puede otorgar el sello a uno de ellos.
El Estado nación siempre ha sido reacio a europeizarse en materia cultural, pues teme que al resaltar elementos plenamente europeos se pierda pertenencia y cohesión a nivel interno, una dicotomía artificial de la cultura y la historia, ya que las identidades son siempre múltiples y compuestas y por tanto permiten el sentimiento de pertenencia a diversas polis. Quizás esto explique que el Salón de los Caballeros de la Haya, donde se celebró el congreso de 1948 en el que nació el Movimiento Europeo y las instituciones del Consejo de Europa, no sea parte del sello de patrimonio.
Se priva así al ciudadano europeo, y muy especialmente a las nuevas generaciones, de un rico conocimiento que les pertenece. Por ejemplo, pocos europeos conocen hoy la figura de Louise Weiss, mujer polifacética, periodista, directora de cine, activista por los derechos de la mujer, por la paz y la reconciliación y diputada en el Parlamento Europeo en su legislatura constitutiva, donde pronunció el primer discurso de la Eurocámara, anunciando en el mismo la presidencia del Parlamento para otra mujer ilustre del europeísmo, Simone Veil, y superviviente del holocausto.
Tampoco se conoce suficientemente la isla de Venteotene, donde Altiero Spinelli y Ernesto Rossi, reclusos por el régimen fascista de Mussolini, escribieron el manifiesto Por una Europa libre y unida, texto seminal, y posterior hoja de ruta del movimiento federalista, que habría de llevar a la creación de una Europa unida. Este desconocimiento sería impensable, por ejemplo, en Estados Unidos, donde figuras clave de su historia como Jefferson o Lincoln forman parte de la cultura popular.
Iniciativas bien encaminadas, como la Red de Casas y Fundaciones Políticas de Europeos Ilustres puesta en marcha en noviembre de 2017 por el Parlamento Europeo, la Casa de la Historia Europea, cuyo origen se lo debemos a Hans-Gert Pottering, el Observatorio Europeo de Memorias (EUROM) o el mismo sello de patrimonio europeo, demuestran el interés por parte de las diversas instituciones europeas, académicos y la sociedad civil de mostrar una historia de la construcción europea que es diversa y plural.
Pero estas iniciativas requieren quizás de un enfoque más sistémico e integral, capaz de llegar al máximo número de ciudadanos europeos, en especial a los más jóvenes. Este enfoque debe nutrirse de los anteriores, sumando sus puntos fuertes, para relanzar y poner al alcance de los europeos la historia de este proyecto común.
Por eso, he propuesto, junto con Nacho Sánchez Amor, Esteban González Pons y Maite Pagazaurtundúa y otros 25 eurodiputados, un proyecto piloto que pretende establecer un sello de patrimonio de la integración europea y conectar estos lugares, eventos y personalidades relevantes, es decir nuestro patrimonio tangible e intangible, en una red europea. Esta red facilitaría la colaboración activa de estos sitios y formaría diferentes rutas de integración europea, facilitando el turismo europeo y las visitas escolares.
Para ello, es necesario identificar y cartografiar estos emplazamientos e hitos por parte expertos, elaborar materiales pedagógicos que expliquen la contribución de esos lugares y eventos dirigidos a dos grupos diferentes, el público en general y estudiantes de primaria y secundaria, lo que implica la creación de materiales adaptados a las visitas escolares y al aula. Si se aspira a un impacto duradero, es imprescindible reunir a los responsables del patrimonio, a las comunidades pedagógicas y a los responsables políticos a nivel regional, nacional y europeo para idear acciones conjuntas, compartir recursos, e identificar conexiones históricas mutuas. Por último, es necesario establecer sinergias con otros programas europeos, en especial Erasmus.
A medio plazo, es imprescindible revisar la decisión de 2011 para reforzar la dimensión referida a la historia de integración de la europea, además de eliminar los filtros nacionales y las limitaciones a dos candidatos, consolidando también su carácter sistémico mediante sinergias con otros programas e iniciativas de la Unión.
El conocimiento de la historia de la Unión Europea es fundamental para proyectar sus valores hacia el futuro, la voluntad de garantizar la paz, la solidaridad entre los pueblos y el hecho que la Unión hace la fuerza. Todos ellos valores que cabe reafirmar en un mundo globalizado y sujeto a una creciente polarización social.