Una vaca cae a un raro agujero de tres metros y al rescatarla hallan reliquias con 200 años de antigüedad
La historia cuenta con dos partes bien diferenciadas entre la tragedia y la sorpresa.
El pasado mes de junio tuvo lugar un episodio tan trágico como asombroso. El lugar testigo y protagonista de esta historia fue las Costas de Amor, en la región de la Bretaña francesa. Como otro día cualquiera, una ganadera, de nombre Adeline Yon-Berthelot, iniciaba su jornada contando su rebaño cuando detectó algo que le descuadraba: le faltaba una vaca.
Al darse cuenta de la situación, rápidamente comenzó a buscarla por todos los lugares próximos, pero no encontró ni rastro de la novilla. Hasta que se percató de la existencia de un agujero de medio diámetro y tres de profundidad donde, desafortunadamente, cayó la novilla, que murió como consecuencia del golpe.
Hasta aquí la parte trágica de la historia, pero aún quedaba la parte más sorprendente. Tras comunicarlo a las autoridades y a los servicios veterinarios, la curiosidad de Adeline por saber si este tipo de agujeros eran habituales, la llevó a contactar con el centro arqueológico de Rennes, quienes enviaron un grupo de al menos, cinco arqueólogos al lugar.
Restos de entre el 550 y el 150 a.C.
Una vez allí comenzaron a investigar, analizar y fotografiar este gran agujero, con el objetivo de rellenarlo para que no se volviera a repetir una situación de este tipo, algo que corrió a cargo de la Dirección General de Asuntos Culturales de Bretaña, que tuvo que afrontar el pago de aproximadamente 2.000 euros.
Así, estos arqueólogos se toparon con restos de cerámicas y carbón vegetal que podrían ubicarse en el tiempo entre los años 550 y 150 a.C., de acuerdo con lo expuesto por la conservadora del patrimonio encargada del seguimiento de Costas de Amor en la Dirección Regional de Asuntos Culturales (Drac) Gadea Cabanilla de La Torre.
Según informó, esta no es la primera vez que se producen descubrimientos arqueológicos de forma accidental o improvisada, y como ejemplo perfecto tenemos el descubrimiento de la cueva de Lascaux, descubierta por Marcel Ravidat y su perro, y que, tras acceder a la caverna, encontraron unas pinturas que terminaron siendo reconocidas como arte rupestre del Paleolítico Superior.