Noreste de Siria: ¿Qué futuro les espera a los niños?
Más de 43.000 personas están encerradas en campo de detención de Al Hol y el 65% de ellas son menores. No tienen ni con que jugar, se enfrentan a la violencia policial, la desnutrición o las enfermedades crónicas. Toca actuar.
Acabo de regresar del noreste de Siria, una región con más de tres millones de habitantes gobernada de forma autónoma del resto del país. Visité el enorme campo de detención de Al Hol, cerca de la frontera con Irak. Allí se encuentran recluidas más de 43.000 personas que viven en tiendas de campaña rodeadas por una imponente valla y guardias armados por todo el perímetro.
Originalmente, el campo proporcionaba alojamiento temporal y servicios humanitarios a personas desplazadas por el conflicto en Siria e Irak. Sin embargo, desde el traslado de personas que vivían en los territorios controlados por el Estado Islámico en diciembre de 2018, el lugar se ha convertido cada vez más en una prisión al aire libre, insegura e insalubre.
Desde entonces, la población del campo ha estado atrapada en un limbo, y sólo un pequeño número de detenidos ha sido devuelto a sus países de origen, como Francia, Canadá, Australia, Siria e Irak, y también España. Caminando por el campo, lo que más me llamó la atención fue el gran número de niños que había. El 65% de las personas del campo son menores de edad y el 51% tiene menos de 12 años. Al entrar en el campo, se ven niños jugando en el suelo con juguetes improvisados hechos con basura. No tienen acceso regular a la educación ni a actividades sociales. Al verlos intentar pasar el tiempo, queda claro que no se puede obligar a nadie a vivir así, y mucho menos a los niños. Me pregunto qué futuro les espera, atrapados en medio de violencia y desesperación.
Durante años hemos documentado las inseguras condiciones de Al Hol y, sin embargo, más de cinco años después, las cosas siguen igual. Poco después de mi visita, se produjo otra incursión violenta de las fuerzas de seguridad. A primera hora de la mañana del lunes 10 de junio, rajaron tiendas de campaña, agredieron físicamente a desplazados, entre ellas una mujer y un niño que fueron atendidos por lesiones en nuestra clínica en el campo, destruyeron efectos personales y separaron a nueve niños de sus angustiadas madres. Estas mujeres aún no han recibido información sobre el paradero de sus hijos. Los niños mayores de 12 años son sistemáticamente trasladados a centros de detención fuera del campo, donde se les recluye sin apenas contacto ni supervisión del mundo exterior.
Pocos días después, cuando visité nuestros programas en las ciudades de Raqqa y Hassakeh, empecé a comprender que la desesperación en el noreste de Siria no se limita a Al Hol. En toda la región la falta de servicios es evidente. Visité a nuestros equipos que prestan apoyo a un centro de atención primaria, dirigen un programa de alimentación terapéutica para niños desnutridos, gestionan dos clínicas de tratamiento de enfermedades crónicas y responden a brotes de enfermedades como el cólera y el sarampión.
Al ver estas iniciativas y hablar con los pacientes, quedó claro cómo la crisis económica en Siria, además de todo lo que la gente ha experimentado durante más de una década de conflicto, ha golpeado ahora de verdad. Escuché historias de personas que tienen que decidir entre poner comida en la mesa para su familia o comprar medicinas para su enfermedad crónica.
Muchas historias que escuché hablaban de un sentimiento de abandono que, por desgracia, los datos corroboran: la financiación de los donantes para programas humanitarios en todo el país se reducirá un 20% en 2024. Es el segundo año consecutivo de reducciones. Si tenemos en cuenta que en 2024 se necesitan 4.070 millones de dólares para responder a las necesidades humanitarias en Siria, pero que sólo se ha financiado el 6%, es decir, 326 millones de dólares, a través del Plan de Respuesta Humanitaria (HRP), es fácil darse cuenta de lo paralizante de la situación, con un interés y un apoyo cada vez menores.
En marzo, el sistema de derivación médica de 11 campos, incluido Al Hol, financiado por la Organización Mundial de la Salud, cesó por falta de fondos. Este recorte de fondos elimina esencialmente la posibilidad de que los habitantes del campo de Al Hol, y de otros campos del noreste de Siria, tengan acceso a atención sanitaria especializada, incluso para enfermedades tratables y prevenibles, y para atención especializada urgente como la cirugía.
Junto con la crisis económica y los problemas de abastecimiento de alimentos y medicinas, la región se enfrenta a una crisis de escasez de agua sin precedentes. La reducción de las precipitaciones, las graves condiciones de sequía combinadas con los bajos niveles de agua en el río Éufrates, las interrupciones del suministro de la estación de agua de Alouk, que solía abastecer a más de un millón de personas, y los daños en las infraestructuras hídricas no sólo han privado a millones de sirios de agua potable, sino que también han provocado una mayor inflación y pérdidas de cosechas e ingresos.
Las personas con las que hablé en el noreste de Siria se sienten atrapadas y vulnerables. A la larga lista de problemas que enfrentan se suma la imposibilidad de ver un futuro más allá del día a día. La comunidad internacional tiene un papel esencial para proporcionar ayuda humanitaria y buscar una solución a largo plazo para Al Hol. No podemos permitir que este lugar del mundo siga cargando con sus problemas en solitario.