Más igualdad para más salud
La percepción de nosotras mismas, los roles que ocupamos, así como los obstáculos y presiones que soportamos condicionan la salud mental de las mujeres muy por encima de nuestras características biológicas.
“A la mujer no la domina la reflexión y el espíritu crítico; la mujer se deja llevar siempre de la emoción, de todo aquello que habla a sus sentimientos, pero en poca escala en una mínima escala de la verdadera reflexión crítica (…) El histerismo no es una enfermedad, es la propia estructura de la mujer; la mujer es eso: histerismo y por ello es voluble, versátil, es sensibilidad de espíritu y emoción. Esto es la mujer”.
Con estas palabras, el diputado Roberto Novoa, justificaba su oposición al voto femenino en el año 1931 en un debate que ha pasado a la historia por la defensa de la diputada Clara Campoamor, que ocupaba un rol inusual para una mujer de su tiempo. Una mujer determinada en la defensa de la igualdad entre mujeres y hombres, que tuvo que abrirse paso en una sociedad especialmente dura con las mujeres: “Lo que hacéis es detentar un poder; dejad que la mujer se manifieste y veréis como ese poder no podéis seguir detentándolo”.
Hoy, 92 años después, el poder masculinizado sigue siendo el germen de una presión social que afecta a las mujeres en todo el mundo. Son diversas las formas en las que se presenta, como expectativas culturales, estereotipos de género o discriminación, que desafortunadamente tienen un impacto significativo en la salud mental de las mujeres.
Esta es la realidad, y no la que que alimenta mitos aún por desterrar, como el de que son nuestros ciclos hormonales los que nos hacen vulnerables a las emociones y propensas al histerismo que evocaba el diputado Novoa en 1931.
Una vida saludable está muy relacionada con cómo interiorizamos los valores y normas sociales y con cómo, en base a ello, integramos nuestras experiencias y la educación que recibimos. La percepción de nosotras mismas, los roles que ocupamos, así como los obstáculos y presiones que soportamos condicionan la salud mental de las mujeres muy por encima de nuestras características biológicas.
¿Cómo debemos ser?, ¿qué debemos sentir?, ¿hasta dónde debemos llegar?, ¿cuáles deben ser nuestras prioridades?, son grandes barreras que conviven con nosotras limitando nuestra libertad para decidir sobre nuestras propias vidas. Y es que no cumplir con los modelos diseñados para nosotras es garantía de un juicio social que nos provoca sentimientos de culpabilidad o de inseguridad, con la consiguiente necesidad de demostrar permanentemente nuestra valía en todo lo que emprendemos: Quien no se conforme con el rol tradicional de madre y esposa, tiene que destacar en los estudios y en ámbito profesional, pero sin dejar de satisfacer lo que todo el mundo espera de nosotras, y por tanto sentimos como un deber estar “estupendas”, ser buenas amantes, perfectas compañeras de vida, madres e hijas.
Este es el estereotipo de mujer moderna, que en una sociedad patriarcal se define con una frase que alguien me dijo sintetizando este debate: “que listos fuimos cuando os convencimos de que acceder a nuestros espacios os hace ser una superwoman”.
Por eso, no es baladí que todos estos factores tengan un impacto negativo en la salud mental femenina y que muchas mujeres se vean afectadas por episodios de ansiedad o depresión como resultado de unas expectativas sociales imposibles de alcanzar. Además, a menudo nos sentimos solas en nuestras experiencias, agravando esta situación.
Que todos los días son 8 de marzo, es algo que tratamos de visibilizar en un tiempo en el que tenemos mucho camino por recorrer para lograr la igualdad efectiva entre mujeres y hombres. Corresponsabilidad, brecha salarial, techos de cristal fortalecidos por los espacios de poder masculinizados, violencias… son asignaturas pendientes que enfrentamos las mujeres y no podemos superar solas. Es esencial un esfuerzo colectivo para abordar las causas que subyacen a esta presión social si queremos un mundo más igualitario.
La Organización Mundial de la Salud define salud mental como un estado de bienestar mental que permite a las personas hacer frente a los momentos de estrés de la vida, desarrollar todas sus habilidades, poder aprender y trabajar adecuadamente y contribuir a la mejora de su comunidad.
Partiendo de esta definición, podemos explicar por qué las mujeres que sufren depresión y ansiedad duplican a los hombres, o por qué de cada 10 personas que consumen antidepresivos o ansiolíticos, 8 son mujeres. Y efectivamente, tenía razón el diputado Novoa cuando apuntaba a una cuestión estructural que no hemos resuelto, porque las palabras de Clara Campoamor siguen vigentes, como siguen vigentes las estructuras de poder que alteran la libertad para expresar todo el potencial de más de la mitad de la población.
“Dejad que la mujer se manifieste y veréis como ese poder no podéis seguir detentándolo”, this is the question.