'Quo vadis'
Ya no vale advertir de “que viene el lobo”; el lobo está entrando hasta la cocina después de llamar a la puerta de una derecha que ha abandonado todo sentido de moderación.
No hay más ciego que el que no quiere ver, y enero ha venido con señales explícitas para curar la ceguera provocada por la ignorancia libremente aceptada.
En palabras de Jean Monnet, la paz y la prosperidad estarán garantizadas solamente si las personas se unen. Palabras plenamente vigentes en el paradigma actual, ya que la unidad nos ha permitido estar a la altura de los retos que juntas y juntos afrontamos.
Paradójicamente, vemos como la polarización es una realidad que, entre reproches y acusaciones, alimenta la desigualdad y acelera graves consecuencias que derivan en problemas democráticos.
En estos días, hemos conocido el informe sobre desigualdad que Oxfam Intermón ha publicado con ocasión del Foro Económico de Davos, según el cual, el 1% de la población mundial habría acaparado el 63% de la riqueza global. Esta crisis de desigualdad se traduce en que, mientras las familias más vulnerables tienen grandes dificultades para llenar la nevera o para mantener sus hogares a una temperatura adecuada, sectores como el de la energía o las grandes empresas multinacionales han experimentado un extraordinario crecimiento de sus beneficios empresariales, disparando el patrimonio de los más ricos. Ciertamente, el contexto de incertidumbre provocado por la pandemia y la guerra en Ucrania está siendo un negocio muy rentable para unos pocos, a costa de una gran mayoría.
Consecuentemente, este Foro de Davos se ha singularizado por hablar de sostenibilidad, desigualdad o fiscalidad como los grandes desafíos globales que hemos de tener presentes para poder impulsar soluciones con visión de futuro. Es digna de mención la elocuencia en el alegato del presidente Sánchez, llamando a las grandes élites a luchar por un sistema justo que priorice los valores democráticos y la justicia social. Un alegato que se materializa en el reconocimiento a la gestión del Gobierno de España por los buenos resultados económicos: “No pasa lo mismo en el resto del mundo”.
Pero a pesar del consenso en el diagnóstico, la realidad nos devuelve un mundo en el que se alienta la polarización extrema desde fuerzas políticas que no respetan las más esenciales reglas de la democracia y ello también ha sido explícito en estos primeros días del año.
El asalto a las principales instituciones brasileñas por parte de una turba de seguidores de Bolsonaro, movida por la falta de aceptación de la legítima derrota de éste en las urnas, y sus muchas similitudes con el asalto al Capitolio tras la derrota de Trump, nos ponen frente a un espejo de posiciones políticas que no nos son desconocidas.
Este caldo se empieza a cocer llamando ilegítimo a un gobierno democráticamente elegido, o con soflamas que instan a la pérdida de confianza en las instituciones democráticas como instrumentos capaces de aportar soluciones a los problemas de la gente. Se aliña con redes sociales aceleradoras de sentimientos de frustración, discursos de odio o desprecio al adversario, con el ánimo de alimentar un descontento popular muy aprovechable por quienes han cambiado la política por el populismo para exacerbar la polarización.
El peligro que implica tener a la ultraderecha en las instituciones es muy real, porque ya no vale advertir de “que viene el lobo”; el lobo está entrando hasta la cocina después de llamar a la puerta de una derecha que ha abandonado todo sentido de moderación, y ahora niega el pan y la sal tras otorgar callando ante el último intento de socavar el derecho de las mujeres a decidir sobre su maternidad con plena libertad y sin injerencias.
Enero ha venido marcando destinos claramente delimitados en un año crucial para nuestras expectativas de futuro. Las direcciones son contrapuestas, pero los caminos están despejados y hay visibilidad para responder sin dudas a dónde vamos.