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El año de Franco

El año de Franco

En este 2025 se cumplirán cincuenta años de la muerte en la cama del dictador Francisco Franco, el hito biológico que hizo posible que este país se planteara la inaplazable urgencia de construirse un futuro y la conveniencia de hacerlo para asemejarnos al contexto democrático.

Francisco Franco, en el ataúd.Getty Images

En este 2025 se cumplirán cincuenta años de la muerte en la cama del dictador Francisco Franco, el hito biológico que hizo posible que este país, subyugado por una dictadura emanada de la cruenta guerra civil 1936-1939, se planteara la inaplazable urgencia de construirse un futuro y la conveniencia de hacerlo para asemejarnos al contexto, es decir, al Occidente democrático y a la Europa que nos había marginado y ya se hallaba en un avanzado proceso de integración.

El relato de este medio siglo transcurrido es una historia de éxito, toda vez que hemos edificado un régimen democrático de alta calidad sobre los cimientos de un consenso fundacional que representó la aceptación de los valores democráticos que habían ganado la Segunda Guerra Mundial y el archivo de la rivalidad entre vencedores y vencidos a través de una amnistía general que eliminó todas la responsabilidades políticas previas (hubo entonces consenso pleno sobre un perdón universal que hoy plantearía objeciones éticas de gran calado porque según el derecho moderno los delitos de lesa humanidad son imprescriptibles).

Es importante resaltar estos dos ingredientes de la fundación del nuevo sistema: no solo hubo un proceso de reconciliación basado en el olvido —la cancelación de responsabilidades— sino también un elevadísimo respaldo al resultado del proceso constituyente, lo que representaba el descarte de las fórmulas autoritarias anteriores y la aceptación incondicional de los códigos y valores democráticos y de las fórmulas pluralistas que la Unión Europea abrazaba de forma excluyente e irrevocable.

El hecho de que se cumplan ahora esos cincuenta años aporta poco a la evaluación sin duda positiva de la proeza conseguida. Pero se da el caso de que la efemérides que se cumplirá en noviembre próximo se celebrará en un marco europeo e internacional de retorno de unos valores autoritarios que explícita o implícitamente militaron en el marco de las potencias del Eje, nazis y fascistas, que perdieron la Segunda Gran Guerra, cometieron el odioso Holocausto y pusieron al mundo al borde del abismo.

Esta coincidencia, esperemos que momentánea y pasajera, ha envalentonado a quienes hoy, sorprendentemente, intentan resucitar una visión positiva, y por tanto falsaria, de la dictadura, y ya se percibe una oposición creciente al propósito de los demócratas de “celebrar” el aniversario de la muerte del “caudillo”. Dicho sea el término “celebrar” en su acepción más positiva y hasta festiva. Porque la realidad es que, en términos históricos y humanos, aquel óbito fue una feliz noticia de justicia poética, ya que liberaba de facto a una sociedad víctima de una dilatada opresión de la que no fue capaz de zafarse. De hecho, la característica principal de la dictadura franquista no fue su origen bélico, como emanación de una guerra civil, sino su violencia germinal tras el conflicto: según historiadores de toda solvencia (Juan Pablo Fusi), unas 50.000 personas fueron fusiladas a sangre fría al término de la confrontación bélica como aviso a navegantes. La disidencia quedaba así brutalmente agostada por mucho tiempo.

Lo cierto es que la muerte del dictador aquel 20 de noviembre de 1975 fue clamorosamente celebrada por toda la gente que no se sentía expresamente vinculada al régimen, y que era la inmensa mayoría como se constató poco después, en las primeras consultas parlamentarias y en el referéndum constitucional. Pasado un tiempo, la sociedad civil ha optado, a través de sus gobiernos, por ir eliminando los vestigios cruentos de aquella etapa de proscripción y miedo, al tiempo que rescataba y honraba a la víctimas ocultas de la represión. Y como todos los países europeos han hecho con relación a sus pasados autoritarios, hemos escrito un imborrable “nunca más” del que no vamos a abdicar pase lo que pase. La democracia es tan grandiosa que admite en su seno también a sus enemigos, pero nunca renunciará su derecho a defenderse de quienes quieren reescribir el pasado sanguinolento de los excesos autoritarios que aún invaden nuestra memoria.

Por ello, la “celebración” de ese cincuentenario ha de ser también, forzosamente, un ejercicio de memoria. Quizá la muestra más expresiva de ello es el libro que acaba de aparecer, “Franco para jóvenes”, obra del maestro de periodistas José Antonio Martínez Soler, y de uno de sus hijos, Erik. Con esta obra y con la tesis que sostiene no se postula el odio ni el desquite: simplemente, se trata de dar por sentado que no cabe plantear el retorno de ideas disolventes que causaron una innombrable tragedia. Lo que significa que no solo permanecerá la condena sino también la decisión de impedir por todos los medios una vuelta destructiva al origen.