¡Que estos días no sean desastrosos!
No cuesta nada ser inclusivo y usar conscientemente un lenguaje que celebre la rica diversidad religiosa, desechando la idea de que todos nuestros vecinos y vecinas comparten la celebración cristiana de la Navidad.
Es evidente que el sintagma "¡feliz Navidad!", con el que hemos acostumbrado durante siglos a desearnos unos a otros paz y armonía durante estas fechas, ya no está adaptado a la realidad sociocultural de nuestro país. Quizá en otras épocas, en donde la sociedad era mucho menos diversa que en la actualidad, esa fórmula lingüística sí fuera adecuada para este fin, pero hoy en día un número creciente de ciudadanos y ciudadanas no se van a sentir identificados con una consigna que se refiere sólo a una de las muchas religiones que se profesan, invisibilizando y negando el derecho a existir de las demás. No cuesta nada ser inclusivo y usar conscientemente un lenguaje que celebre la rica diversidad religiosa, desechando la idea de que todos nuestros vecinos y vecinas comparten la celebración cristiana de la Navidad.
Por eso, la fórmula "¡felices fiestas!" parece más adecuada para transmitir nuestro cariño en estas ocasiones, y debería ir sustituyendo al anticuado "¡feliz Navidad!" en la comunicación institucional, en los centros escolares y medios de comunicación, en los abrazos de los amigos y las amigas. Quizá sea cierto que las fiestas a las que hace alusión la frase "¡felices fiestas!" son las fiestas de Navidad. No se celebra el 25 de diciembre la Fiesta del Cordero ni el Año Nuevo Chino, ni el Yom Kipur. Pero la retirada de la palabra "Navidad" es una forma de abrir la puerta a toda la ciudadanía, sea cual sea su credo. Simboliza el reconocimiento y el arrepentimiento por las ofensas que cometimos infinidad de veces, cada vez que felicitamos las navidades a alguien no cristiano.
Es más, la propia expresión "¡felices fiestas!" tampoco resulta totalmente inclusiva, ya que anula e invisibiliza a uno de los colectivos sistemáticamente más maltratados durante estas fechas: las personas que odian estas fiestas, lamentan que comiencen, están deseando que terminen, y quisieran que fueran días laborables normales de cualquier otra época del año. Seguro que muchos lectores y lectoras han asentido con la cabeza en este momento, al haberse sentido identificados con estas líneas. Por encima de que sea Hanuka o Navidad, no se identifican con la expresión "¡felices fiestas!". ¿Por qué excluir con la palabra “fiesta” a los que no desean estar de fiesta? Si democracia es diversidad e inclusión, se propone la expresión “¡felices días!” como la más democrática que podemos utilizar para este fin.
O no. Podemos ir más allá. Muchas personas rechazan los abusos del pensamiento positivo y creen que la obsesión por la felicidad provoca paradójicamente grandes tasas de infelicidad. La actitud del sabio es asumir serenamente la vida, con sus penas y alegrías, sin obcecarse por éstas últimas. No se desea, claro, que ocurran desastres, pero más allá de esto se acepta lo que la vida va poniendo en el camino. “¡Felices días!” representa todo lo que estas personas rechazan, ¿por qué usarlo? “¡Que estos días no sean desastrosos!” es la frase perfecta que no excluye a nadie —por su credo, su gusto por las fiestas o su opinión sobre la felicidad—. Deberíamos usarla en vez de “¡Feliz Navidad!”, ya que todos y todas nos identificamos con ella. ¡Que estos días no sean desastrosos, queridos seguidores y seguidoras de esta columna!