El orgullo, a la sombra de Vox

El orgullo, a la sombra de Vox

"La actitud de Vox con respecto al colectivo gay viola los derechos humanos más elementales e inhabilita este partido para participar en la ceremonia democrática de la mano de formaciones sinceramente constitucionalistas".

Manifestación del Orgullo LGTBIQ+ el año pasado en MadridSOPA Images

Uno de los asuntos capitales del catálogo de propuestas antidemocráticas que enarbola Vox es su rechazo frontal a la igualdad de géneros y a la diversidad sexual. En concreto, la aversión al colectivo lgtbiq+ constituye uno de los distintivos más repulsivos de la extrema derecha y del autoritarismo en general: Abascal, al igual que Vladimir Putin en Rusia o Viktor Orban en Hungría, sigue condenando a quienes no se plieguen a la ortodoxia canónica de la más acendrada heterosexualidad. Es la misma pulsión que llevó al franquismo a perseguir las «desviaciones» homosexuales con una saña inaudita, con la colaboración impagable del clero y de un cierto colectivo de psiquiatras al que algún día habrá que reclamar la debida rendición de cuentas.

El Partido Popular, que llevan en el adn un al parecer un invencible resquemor hacia la sociedad y la cultura gays, ya había llegado a la conclusión hace tiempo de que su aclimatación plena a la democracia pasaba por la admisión incondicional de una sociedad multiforme que da lugar a variedades distintas de familias y en la que nadie debe dar cuenta de sus preferencias sexuales, ni mucho menos puede ser perseguido por ello. Sin embargo, su alianza con Vox en las comunidades autónomas y en los ayuntamientos ha servido de excusa a los populares para oponer nuevos reparos a la tolerancia universal que las grandes democracias prodigan a la diversidad. Aunque el PP sitúa en puestos de responsabilidad en sus propios escalafones a personas homosexuales que no esconden su condición, no hay que ser muy sagaz para advertir cierta desconfianza y no pocos reparos a la hora de gestionar esta cuestión. La ciudad de Madrid, sede histórica del orgullo, ha emitido este año unos carteles anunciadores insoportablemente frívolos que ni siquiera sugieren que el problema del acoso a los heterodoxos todavía no se ha resuelto ni pone de manifiesto que esta festividad alegre y colorida es el envés de una inicua persecución de siglos que costó mucha sangre y mucho dolor a los colectivos que acaban de ingresar precariamente —todavía— en ese colectivo homosexual. Es claro que el PP, que ha tomado la polémica decisión de unirse al neofascismo en el ámbito de la política territorial, modera sus expansiones liberales en este asunto para no molestar al socio, que a su vez presiona todo lo posible para que no solo sea constreñida la diversidad sexual sino también consumada la secular exclusión, que incluso podría devolver a la hoguera a quienes tengan la osadía de exhibir su personalidad «diferente».

Lo sucedido en Baleares —de nuevo— es bien expresivo: El tal Le Senne, el militante de VOX que preside la cámara balear y que rompió recientemente desde su asiento la fotografía de una víctima del franquismo en una sesión parlamentaria, acaba de ir a los tribunales para denunciar que el acuerdo de la mesa de la institución para exhibir la bandera multicolor lgtbiq+ con el voto a favor del PP. El individuo ha protestado así contra la “traición” de sus socios (al menos hasta ahora), que al parecer han dejado de manifestar la obligatoria homofobia a las pérfidas minorías excéntricas que gozan, por imperativo constitucional, de los mismos derechos que la gente heterosexual.

El PP tiene numerosos motivos para romper inmediatamente con Vox. Hoy mismo acaba de saberse que Abascal presiona a las comunidades autónomas en cuyos gobiernos participa Vox para que rechacen el reparto de menores inmigrantes que se realizará para descongestionar las mayores concentraciones. Per sin duda una de las razones de más peso para desprenderse del lastre de estos indignos compañeros de viaje es su pertinaz rechazo al mundo gay, que inevitablemente crea escuela y que arrastra a otros inadaptados a perseguir y acosar a quienes no salvan favorablemente el escrutinio de su “normalidad”.

El caso es grave y excede de lo meramente ideológico: la actitud de Vox con respecto al colectivo gay viola los derechos humanos más elementales e inhabilita este partido para participar en la ceremonia democrática de la mano de formaciones sinceramente constitucionalistas. El PP debe tomar una decisión al respecto y los restantes partidos tendrían que pensar en ofrecer una salida airosa al centro derecha si este acaba rompiendo con su despreciable aliado.