‘El fin’ y ‘Von Lustig’, comedias que muestran la distancia entre la crítica y el público
Dos comedias para el verano.
El personal quiere reírse, y el mundo del teatro lo sabe. Por eso busca comedias. Dentro de esa búsqueda llegan a la cartelera madrileña El fin, en el Teatro Español, y Von Lustig, en el Teatro Lara. Ambas se estrenan con un halo de prestigio.
La primera, por el centro en el que se programa. Pero, por si fuera poco, se añade el haber ganado el Premio del II Certamen de Comedia de dicho teatro. Y que su autor, Paco Gámez, tiene una ristra de premios y sus textos se estrenan con regularidad, al menos en la capital. Y, claro está, la protagoniza un rostro popular, Toni Acosta, a la que acompaña Silvia Abril, aunque en video.
El prestigio de la segunda viene de la mano de la compañía, Los Absurdos: Patricia Estremera y Alfonso Mendiguchía. Tal vez, la versión actual de una compañía de la legua, pues ellos están dispuestos a recorrerse España. Muy comprometidos con lo que hacen. Muy esforzados por proporcionar un mínimo de calidad. Lo que se nota en cada uno de sus montajes. Esta vez, los dirige Natalia Hernández, una prestigiosa actriz de teatro. Y también llegan con un premio. El XXVI Edición del Certamen Nacional de Teatro Garnacha de Rioja 2023. Y unas cuantas nominaciones a los Max.
Todo esto, la crítica lo sabe, y pasa tanto por uno como por otro teatro para verlas y criticarlas. El público, normalmente no. Sobre todo, el mayoritario, el mainstream. Ellos van buscando algo de lo que reírse. Pasar la tarde y tomarse algo antes o después de la función.
¿Se lo van a proporcionar ambas funciones? Pues sí. Lo van a tener. ¿Ha considerado la crítica profesional que se proporciona con calidad? En el caso de El fin, rotundamente, no. En el caso de Von Lustig, sí, pero con reparos.
El fin, ¿por qué no?
Aunque la crítica marca las tintas en el texto, con su exceso de tramas y subtramas de corte contemporáneo (por ejemplo, la fluidez en el sexo) una visión detallada, quizás llegue a la conclusión de que no funciona por la puesta en escena. La comedia es exceso, cierto, pero no es exceso de tramoya o elementos escénicos.
En este sentido, sobra la plataforma que sube y baja, una de las veces para que cuelguen solo unos aros de gimnasio. O esa compleja reproducción del montaje posdramático de La casa de Bernarda Alba que puso en escena Calixto Bieto que poco o nada dirá al público masivo al que va dirigida. O el uso tan azaroso de las proyecciones, exceptuando los videos con las intervenciones presidenciales de Silvia Abril.
Como también son innecesarios para contar esta historia los dos números musicales con el que se inicia y se cierra la obra. Pero que tienen la función de colocar al auditorio en una situación emocional. En el inicio para no entrar a puerta fría a la historia. Y en el segundo para hacerla salir por la puerta grande y con mucha alegría, a la que canta con ganas y garra Astrid Jones.
Nada de eso es necesario para contar la historia de una profesora de literatura de un instituto de los malos que cuando anuncian el fin del mundo hace una lista de las últimas cosas que quiere hacer. Lista que incluye despedirse de los suyos (hijo, madre y abuelo), disfrutar de un orgasmo (no se sabe si por primera vez, algo que se podría haber jugado), y cumplir su anhelo de actuar en un gran teatro como el Teatro Español.
Von Lustig ¿por qué sí?
Pues por todo lo contrario. Porque a pesar de no contar con el respaldo económico de una producción como la tiene la anterior, lo que se ve en escena les luce. El motivo es que el espectáculo tiene mucha inteligencia teatral con un uso muy eficiente de los recursos, y eso gusta a la crítica. Y hay que pensar que también lo sabe apreciar el público. Un público que sabe que en el Lara habitualmente puede encontrar comedias, algunas llevan varias temporadas.
A lo que se añade una historia cierta y original. La vida de un timador que llegó a vender, nada más y nada menos, que la Torre Eiffel. Y que fue capaz de ganarse el cariño y la protección del mismismo Al Capone. La historia del ascenso y caída de un maestro de su oficio que aprendió desde bien pequeño en el imperio austrohúngaro, pues la historia es de principios del siglo XX, la diferencia entre valor y precio.
Con esos mimbres ambas producciones dan al público, lo que el público está buscando. Unas risas. Algo que en El fin parece que se hace con algo de desesperación desde el principio. Mientras que en el caso de Von Lustig se provocan porque se va creando el clima poco a poco hasta hacer clic en el respetable, momento al partir del cual ya no deja de reír y seguir con interés lo que pasa en escena.
Risas que los espectadores agradecen en ambos casos con aplausos, incluso llegan a ponerse en pie. Agradecimiento que tiene mucho que ver con los elencos.
En El fin, con la presencia de Toni Acosta, de Esperanza Elipe y, video mediante, de Silvia Abril. Actrices que tienen el favor de un público que las ha visto con frecuencia en su salón en prime time gracias a la televisión. Y dónde se confirma la calidad de Rubén de Eguía haciendo, una vez más, gala de su capacidad camaleónica para interpretar cualquier personaje pues cuesta identificarle en el atlético tontuelo profesor de gimnasia que representa con maestría y la ligereza de los musicales.
En Von Lustig, los actores no son tan conocidos para el público, es cierto. Pero las formas en la que muestran sus personajes se ganan el imaginario de este. Alfonso Mendiguchía dotando de vulnerabilidad y necesidad a Lustig. Y Patricia Estremera moviéndose entre el clown y la vedette de revista, como si fuera fácil, para interpretar a Kikí. Personaje que ayuda a Lustig a contar su historia representando a todos los personajes de la obra menos al protagonista.
Obras que muestran la distancia que suele haber entre lo que opina el crítico o crítica, a los que se les podría llamar espectador o la espectadora profesionales, y el público. Tal vez, porque sus objetivos son distintos.
Los primeros tratan de evaluar un trabajo después de analizarlo con la calma rápida que permite el periodismo. El segundo trata de satisfacer sus necesidades de diversión de forma inmediata, estableciendo un juicio rápido en función de dicha satisfacción.
Dos perspectivas y acercamiento distintos a un mismo trabajo. Que pueden no coincidir, como en el caso de El fin. O que pueden llegar ambos a la misma conclusión, la de que a les mereció la pena, como en el caso de Von Lustig.