Este 7 de enero de hace un año, asesinos de Al Qaeda acribillaron a balazos a doce personas -ocho periodistas- en el ataque contra el semanario francés Charlie Hebdo. En 2015, dos tercios de los periodistas asesinados en el mundo perdieron la vida en países que no se encuentran en conflicto: Reporteros sin Fronteras calcula que al menos 67 lo fueron solo por ejercer la profesión y otros 43 por motivos que están aún pendientes de esclarecerse.
Siria es, en estos momentos, el peor país del mundo para los periodistas, un auténtico agujero negro, si este calificativo no estuviera ya a punto de perder su significado de tanto usarlo gratuitamente. Un agujero negro profundísimo y maloliente donde informar se ha convertido en algo imposible.
Hay poco que celebrar en este Día Mundial de la Libertad de Prensa si nos centramos en el panorama de cómo ha ido esa libertad, no ya en los últimos tiempos sino en el último año, el peor de los últimos 17 para los periodistas e internautas, convertidos en objetivo de depredadores de todo tipo.
La libertad de expresión no garantiza por sí sola la calidad del debate, como bien sabemos en España. En estos meses turbulentos cada acontecimiento, cada declaración, cada frase discordante -da igual con quién- son respondidos por un coro vociferante y agrio que ahoga cualquier atisbo de idea en un ruido ensordecedor y estéril.