2016: por un periodismo libre
Este 7 de enero de hace un año, asesinos de Al Qaeda acribillaron a balazos a doce personas -ocho periodistas- en el ataque contra el semanario francés Charlie Hebdo. En 2015, dos tercios de los periodistas asesinados en el mundo perdieron la vida en países que no se encuentran en conflicto: Reporteros sin Fronteras calcula que al menos 67 lo fueron solo por ejercer la profesión y otros 43 por motivos que están aún pendientes de esclarecerse.
Este 7 de enero de hace un año, asesinos de Al Qaeda acribillaron a balazos a doce personas -ocho periodistas- en el ataque contra el semanario francés Charlie Hebdo. En 2015, dos tercios de los periodistas asesinados en el mundo perdieron la vida en países que no se encuentran en conflicto: Reporteros sin Fronteras calcula que al menos 67 lo fueron solo por ejercer la profesión y otros 43 por motivos que están aún pendientes de esclarecerse. En Irak y Siria han muerto 21 reporteros que trataron de contar el caos de Oriente Medio: solo en la iraquí Mosul, el Daesh ha secuestrado a medio centenar de informadores y ejecutado a 13.
Los periodistas hemos de reflejar con toda veracidad el mundo, siguiendo unos principios morales, la rebotica de los núcleos de poder y ambientes delictivos, la secuela de la corrupción y, a la vez, mostrar el enfado de la mayoría: el último informe de Oxfam indica que un 1% de la población mundial ya acumula más riqueza que el 99% restante. Y a pesar de todo, la del periodista es una profesión de innato gracejo, de alegría de vivir, y un modo peculiar e incomparable de ver la vida, sazonado con la sal del diálogo cazado al vuelo y el apunte hecho en una taberna o las escaleras del Congreso.
Si el político se hace necesariamente pequeñoburgués, de las dinastías turbias a los Soprano, el periodista se hace clandestino inocente. Algunos, a nuestros cuarenta, no hemos conseguido acendrarnos con la letanía de lo convencional y lo políticamente correcto. Preferimos seguir perdidos entre el posibilismo de la columna de opinión, el micrófono de la radio o la docencia universitaria de estos quehaceres, trabajos y días.
Un periodista es un proyecto de escritor que fracasa en lo personal todos los días para volver a empezar, que a veces lo es todo y, la mayor parte del tiempo, nada. Nadie. Un periodista es un comienzo de nuevo por el principio, una vida de paria con sentimiento crítico y la posibilidad de un amor. Y cuando este se acaba, toda la vida se nos queda como desestructurada y vacilante, sujeta del fino trazo de un bolígrafo que pinta cuando quiere, no cuando hace falta.
Los periodistas solemos ser salvajes con mucha personalidad. Entre la sublimidad y la actualidad, esta profesión errante oscila entre el artículo genial y la asfixia del desprestigio; y en esto estriba su goce y su castigo, sus bondades y también sus perversidades. Conocemos pocos periodistas verdaderamente dóciles. A los periodistas solo el periodismo nos ayuda a encontrarnos a nosotros mismos en ciertos momentos, cuando la propia visión del mundo constituye la última esperanza, porque debemos vivir para contar la historia, como Peachy Carnehan, aquel personaje de Rudyard Kipling que volvió de Kafiristán solo para contarle al escritor periodista la épica historia del hombre que quiso reinar.
El periodismo nos ofrece a los románticos del oficio la posibilidad de sentirnos amados por los lectores, los oyentes o los espectadores... cuando nosotros mismos ya no nos amamos nada. Y en un ejercicio de narcisismo inverso, lo habitual es que seamos autocríticos con furia y desesperación, como una respuesta impotente al zumbido sordo del mundo alrededor.
Algunos quisimos bautizarnos antes con el verso y la prosa de la filología hispánica y la literatura comparada para sumergirnos en el laberinto del lenguaje y sus metáforas, y alcanzar antes una perspectiva de la actualidad, entre las jarchas y Valle-Inclán, que es como hacer un curso preparatorio sobre el misticismo de las noticias. Comprendimos después, en la capital, que el periodismo no les gustaba a los mansos y comprendimos por qué se referían siempre a él con tanta aspereza: porque arrastraba fondos de opinión, subsuelos de tendencias y corrientes de influencia. Y en los anocheceres densos de Madrid, a veces atroces, entre los escudos de piedra y las Cuatro Torres, nos agarramos a la cultura del amor y al amor a la cultura, que ya traíamos de serie, transformando el frío en el vaho de las palabras y los besos.
Y el periodismo, y la poesía y la filología alcanzaron ese sentido nocturnal e invernizo del reportero revolucionario, mientras ella nos hablaba de sus padres, de sus sueños y de sus cosas, que un día nos fueron tan importantes y que hoy no son nada ya. Intuíamos que el periodismo era un mundo aparte y en realidad era más que eso: era una salvación, aunque a Larra no le fue suficiente aquella noche aciaga del 13 de febrero, la víspera del desamor, ante tanta soledad. A nosotros nos redime el que ella, a pesar de su edad, nos diga que su tema favorito es Every Breath You Take de The Police: en el siglo XIX no había whatsapp; si no, a buen seguro que el glorioso Fígaro hubiese salvado la vida.
El periodismo es la luz pequeña del farol retrospectivo que alumbra la pobreza triunfal del poderoso. Reporteros sin Fronteras ha propuesto nombrar un representante permanente en la secretaría general de la ONU "para defender eficazmente a los periodistas". Frente a la mordaza global de leyes reaccionarias y dictadores asesinos, al periodismo le viene como el agua de mayo un valedor estratégico en 2016; para que, perfilado y refulgente, vuelva a triunfar frente al magma universal de la injusticia, la corrupción y la intolerancia. Parece que, tras tantos errores y triunfos, tras tanta lucha, el tiempo a muchos ya nos ha perdonado.
Porque en periodismo, especialmente en periodismo, hay que ser sublimes, sin interrupción. Con todas las consecuencias. Por un periodismo libre.*
*Dedicado a mis alumnos de Periodismo de la Universidad Carlos III de Madrid.