Esa misma tarde, en la otra punta de la ciudad, el Capitán Pescanova esperaba con ansia a que el vaquero se levantara de la siesta para compartir con él, en la distancia, la última ración de nicotina. Pero aquel día, inesperadamente, el vaquero cambió su rutina.
El sábado por la mañana, Mister Proper decidió visitar a un viejo amigo. Había conocido a Naranjito en un reality de televisión en el que ambos habían participado tiempo atrás, justo antes de que los organismos internacionales decidieran lo de Marketinia.
Si el dichoso personaje cuyo nombre empezaba por C tenía a Mister Proper al borde de la locura, al Capitán Pescanova le estaba empezando a ocurrir algo parecido con el Vaquero. Nunca, a lo largo de toda su carrera policíaca le había tocado una vigilancia tan aburrida como aquella.
C..., C..., ¿Quién podría ser esa letra C? Mister Proper llevaba toda la semana devanándose los sesos sin resultado. Y entonces, cayó en la cuenta: ¡Carretilla!, ¡Carretilla empieza por C! Puede que fuera una idea descabellada, pero lo cierto es que aquel tipo siempre le había resultado sospechoso.
Ya de vuelta en la ciudad, el Capitán se encaminó hacia los bajos fondos. Buscar al vaquero no iba a ser tan fácil. A saber dónde vivía aquel tío. Desde luego, en la guía de teléfonos no le iba a encontrar. Lo mejor sería recurrir a alguno de sus soplones habituales.
Eran casi las 11 de la noche cuando Mister Proper llegó a su casa. Sacó las llaves del portal, pero tras pensárselo unos instantes, volvió a guardarlas. Con aquel subidón de polvos brillantes le iba a ser imposible dormir, así que optó por buscar un bar y tomarse una copa.
Se escucharon unos pasos dentro y luego unos cerrojos que se corrían. Una anciana de aspecto jovial, vestida con una especie de traje regional montañés, abrió la portezuela. Su primera reacción al ver al Capitán no fue precisamente de alegría.
La enfermera condujo a Mister Proper hasta una sala con paredes de color verde hospital, que tenía como único mobiliario unas cuantas sillas, alguna mesa cuadrada y una televisión minúscula colgada de la pared. El Mono estaba sentado solo en una esquina, fumando sin parar y bebiendo.
Hacía un buen rato ya que conducía a ciegas, tanto, que se había salido del asfalto y estaba circulando campo a través. De pronto, delante de él, le pareció ver la sombra. Frenó lo más rápidamente que pudo, pero no consiguió evitar la colisión.
La verja de metal se cerró a sus espaldas. Mister Proper suspiró abatido. ¿Qué hacía él jugando a policías? Tal vez sería mejor contarle todo a Pescanova. Empezó a caminar decidido a llamarle. Una voz interrumpió sus cavilaciones.
A última hora de la tarde, cuando dio por terminada su entrevista con Mister Crujidor, el Capitán Pescanova subió de nuevo a la comisaría. Ya no quedaba casi nadie. El Capitán volvió a sentarse frente a su mesa y encendió el ordenador. De repente, sonó el teléfono.
A última hora de la tarde, después de darse una buena ducha y beberse media cafetera para combatir los efectos del tequila, Mister Proper decidió hacer una visita al Cocodrilo de Lacoste. El lagarto vivía en una de las urbanizaciones más exclusivas de las afueras de la ciudad.
Pescanova decidió echar un vistazo a los antecedentes de los protagonistas del caso. Encontró algo, vaya si lo encontró. Mimosín, Mister Proper y el Gigante Verde aparecían en un expediente sobre una agresión.
Mister Proper puso el ipod en modo repeat, buscó Killing me softly y le dio al play. Era la canción de los anuncios de Mimosín. Recordó la letra: "En los momentos felices, que compartes con amor, no hay nada que sea tan suave como la suavidad que te doy... con mi amor".
En todos los entierros le sucedía lo mismo. Le entraba la risa floja. Hombre, cuando te llamas La vaca que ríe, la gente tiende a pasarte por alto ese tipo de cosas, pero el sofocón no se lo quitaba nadie. Hace poco había leído en Internet que no era algo inusual.
Un cadáver y una grabadora. Eso era todo lo que necesitaba el mayordomo de Tenn para ser feliz. Hacía menos de un año que se había sacado el título de forense, pero sentía que había encontrado su verdadera vocación.
En el taxi, de vuelta a su apartamento, abrió el sobre que le había dado el Capitán Pescanova. Tal como éste le había dicho, no había casi nada: su copia de las llaves de casa, un par de billetes, unas cuantas monedas y el móvil. Mister Proper decidió cotillear éste último.
A las 12 del mediodía, el Capitán Pescanova entró por la puerta del Gimnasio Municipal. Sabía que el Gigante Verde era un psicópata del ejercicio y que no tendría mejor plan para un domingo que hacer pesas.
Mister Proper no tenía demasiadas ganas de irse a casa, así que decidió que se metería en el primer bar que encontrara a tomarse un copazo. No era lo más apropiado para las 9 de la mañana de un domingo, pero necesitaba emborracharse.