Capítulo VIII: El murciélago

En el taxi, de vuelta a su apartamento, abrió el sobre que le había dado el Capitán Pescanova. Tal como éste le había dicho, no había casi nada: su copia de las llaves de casa, un par de billetes, unas cuantas monedas y el móvil. Mister Proper decidió cotillear éste último. Primero consultó las llamadas entrantes y salientes de los últimos días. Todo parecía normal. Había algún número que no conocía, pero aparte de eso, nada que le llamara la atención, ni en los mensajes de texto, ni en los de voz. Después se metió en Facebook. A la red social por excelencia, también le habían afectado los años de crisis, pero aunque en el mundo exterior ya solo se conectaban a través de ella unos cuantos nostálgicos, en Marketinia las cosas evolucionaban mucho más despacio, y el Caralibro aún tenía cientos de fans. Pero Mister Proper no era precisamente uno de ellos. De hecho, ni siquiera tenía perfil, pero su novio sí, así que se metió en su biografía a ver si encontraba algo interesante. Y lo hizo. Hacía un par de días, Mimosín había puesto un comentario en un post de Bacardí, el tipo más noctámbulo de la ciudad. Nadie tenía muy claro qué hacía aquel murciélago durante el día, pero todos sabían que en el momento en que se ponía el sol, él empezaba su ronda de bares, que no acababa hasta el amanecer. De vez en cuando, el vampiro utilizaba las redes para tratar de atraer seguidores a sus correrías nocturnas. A decir verdad, casi nadie solía hacer caso a aquellos llamamientos, pero por lo que sea, aquel día había tenido cierto eco.

¿Unas ganas locas de juerga? Leer aquello hizo que se le saltaran de nuevo las lágrimas. ¿Por qué era tan injusta la vida?

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