Capítulo VII: El tigre
A las 12 del mediodía, el Capitán Pescanova entró por la puerta del Gimnasio Municipal. Sabía que el Gigante Verde era un psicópata del ejercicio y que no tendría mejor plan para un domingo que hacer pesas.
A las 12 del mediodía, el Capitán Pescanova entró por la puerta del Gimnasio Municipal. Sabía que el Gigante Verde era un psicópata del ejercicio y que no tendría mejor plan para un domingo que hacer pesas. El Capitán había frecuentado el gimnasio en la época en la que tuvo que ponerse en forma para pasar las pruebas físicas de acceso a la policía, pero en los últimos años se había abandonado bastante. Hacía siglos desde la última vez que había hecho deporte. Su prominente barriga le delataba. Aun así, decidió que sería buena idea embutirse en su antiguo chándal y hacer una visita a sus antiguos compañeros de bici estática.
Nada más llegar, se encontró con el encargado de las instalaciones, Tony, el tigre de Frosties.
- ¡Joder, pero si es el Capitán Pescanova! ¿De dónde has sacado ese chándal, tío? ¿Están subastando en eBay el vestuario de Flashdance?
Tony. El típico cachas descerebrado cuyos chistes no le hacían gracia a nadie excepto a él mismo.
-Hola, Tony. Yo también me alegro de verte.
-Bueno -contestó el tigre-, supongo que nunca es tarde para volver a ponerse en forma. Pasa, pasa. Lo bueno de los domingos a estas horas es que no hay mucha gente para reírse de ti.
Pescanova no se molestó en contestar. Había visto al gigante. Era difícil no verle. Para empezar, porque, tal como había dicho Tony, no había prácticamente nadie más aparte de él. Pero además, porque efectivamente, el gigante era gigante: más de tres metros y medio de carne color alienígena. Por suerte para él, el gimnasio municipal ocupaba una antigua fábrica de techos altísimos, de lo contrario no habría podido ejercitar su actividad favorita. El Capitán se adentró en las vetustas instalaciones y escogió una cinta de correr al lado de la que ocupaba el hombretón verde. Bueno, para ser concretos, el gigante utilizaba dos cintas, una por cada pie.
- ¿Capitán Pescanova? ¿De verdad es usted? -le preguntó con una voz cavernosa como las que solo tienen los gigantes y los transexuales-. Vaya, no sabía que seguía siendo socio de este gimnasio. ¿Cuánto hace que no viene por aquí?
- Hola Gigante, sí, sigo abonado -mintió el capitán-, aunque lo cierto es que últimamente no lo frecuento demasiado.
Pescanova puso un programa básico y empezó a correr. En cuanto hubo dado las primeras zancadas, se dio cuenta de que aquella no había sido buena idea. El exceso de grasa y tabaco empezaron a hacer mella en él. Le entró tos, flato y hasta le pareció que se había torcido un tobillo. No habían trascurrido ni cinco minutos cuando decidió apagar la máquina. El Gigante Verde le observaba entre sorprendido y divertido.
- Pues sí, no se le ve a usted muy en forma, la verdad -comentó sin dejar de trotar alegremente.
- Mira, será mejor que te sea sincero, Gigante -le dijo cuando consiguió recuperar el aliento-, había pensado hacer esto extraoficialmente, pero veo que no va a colar. He venido para hacerte unas preguntas.
- ¿A mí, preguntarme? ¿Sobre qué? -el Gigante Verde parecía realmente perplejo, pese a lo cual, siguió corriendo sobre las gomas.
- Ayer por la noche estuviste con Mimosín...
El comentario hizo que aquel tipo enorme se tambaleara ligeramente.
- Pues sí... ¿y? - contestó
- Mister Proper me ha dicho que tú y el osito intimasteis un poco más que de costumbre.
El gigante soltó una risotada sarcástica.
- ¡Ja!, no me diga, así que esa maricona alopécica me ha denunciado! Sí, claro que sí, soy culpable, lo confieso: le gusto demasiado a ese osito de peluche. Estuvimos juntos hace tiempo, ¿sabe? y luego lo dejamos. Yo lo superé, pero se ve que él no. Y claro, siempre que nos vemos por ahí, me acosa para que volvamos. No soporta que pase de él. Y por lo que se ve, el calvorota con el que vive no lleva muy bien esta situación. Pero dígame, capitán, ¿cuál es exactamente el delito del que se me acusa? ¿Intento de robo de novio?
- En realidad, lo que estoy investigando es un asesinato -replicó el capitán.
- ¿Asesinato?
- Sí, el de Mimosín.
El forzudo vegetal estuvo a punto de caerse de culo al oír esto.
- ¿Qué? Asesi... es... no, no puedes ser, es broma, ¿verdad?
- Encontramos su cuerpo esta madrugada. Y de momento, todos los indicios apuntan a que fue asesinado.
El gigante detuvo las máquinas. La noticia parecía haberle afectado de verdad. Sumamente nervioso, agarró al Capitán Pescanova por las solapas y le levantó en vilo.
- ¡Está mintiendo! ¡Dígame que está mintiendo!
- Haga el favor de soltarme, grumete -replicó el capitán desembarazándose de él-. Puede que no tenga unos abdominales tan fotogénicos como los suyos, pero le aseguro que conservo un gancho de derecha capaz de tumbar a un estibador. Incluso a un estibador de tres metros y medio.
A diferencia de Mister Proper, por alguna razón, este otro afeminado de mierda tamaño troll siempre le había caído muy, pero que muy mal.
- Pero es que... no puede ser verdad...-, respondió el hombretón verde entre sollozos.
- Bien, vale, ahora que estoy comprobando hasta qué punto pasabas de él, cuéntame exactamente que ocurrió entre Mimosín y tú ayer por la noche. Y te agradecería que fueras un poco más sincero conmigo de lo que has sido hasta ahora.
- Nada, no pasó nada -el Gigante Verde lloraba amargamente-. Nunca pasaba nada entre él y yo. La historia no es como se la he contado, usted ya se ha dado cuenta. En realidad, era yo el que jamás superé que lo nuestro se terminara. Yo... yo seguía amándole, pero él no me hacía ni puto caso. Siempre que me topaba con él en algún sitio, yo me acercaba e intentaba ser cariñoso, pero me despreciaba olímpicamente. Se reía de mí todo el tiempo, y me llamaba cosas horribles como Esparragozilla o Hulkdía verde... Nunca he entendido por qué, pero creo que ese idiota sin pelo con el que vivía le gustaba de verdad. Sin embargo, ayer fue diferente. Al principio, Mimosín pareció corresponderme. Y claro, Mister Proper se puso fuera de sí. Tanto, que se acabó yendo a casa él solo. Yo estaba en éxtasis. Pensé que le había recuperado... Cómo pude ser tan idiota... Mimosín lo tenía todo planeado. Me utilizó. En cuanto estuvo seguro de que su novio se había ido, se desembarazó de mí de un empujón, me dijo que le volviera a depositar en el suelo y sin siquiera despedirse, salió por la puerta, paró un taxi y desapareció. No tengo ni idea de a dónde se fue. Lo que estaba muy claro es que no quería que Mister Proper fuera con él.
- Pues vaya jugarreta la que le gastó su amigo el peluche -comentó el capitán astutamente-debió usted sentirse humillado. Me imagino que le entraron hasta ganas de matarle.
- ¿Matarle? Le habría estrangulad... -nada más decirlo, el gigante se dio cuenta de que había caído en la trampa-. Oh, vamos, no sea idiota... Usted sabe que sólo ha sido una manera de hablar. Ya se lo he dicho, yo le amaba.
- Los crímenes pasionales son tan absurdos... -suspiró afectadamente el marino- Uno mata a la persona a la que quiere simplemente porque no soporta que quiera a otro.
- Yo no le maté. No sé a dónde le llevó ese taxi. Me quedé allí, en la puerta del pub, sin saber qué pensar, con cara de haberme convertido en el mayor gilipollas de la ciudad... Y ahora... él... Muerto, aún no puedo creérmelo...- empezó a gimotear de nuevo.
- Bueno, lo dejaremos aquí de momento, aunque quizá necesite una declaración oficial alguno de estos días. Tal vez le llame para que venga a la comisaría a repetir todo lo que me ha dicho otra vez.
Dicho esto, el Capitán Pescanova cogió su toalla, y mientras sacaba la bolsa de tabaco y empezaba a llenar su pipa, se dirigió a la salida. Aún seguía sudando, pero decidió que se ducharía en casa. No pensaba volver a pisar un gimnasio en mucho tiempo.
Era tan suave se publica por entregas: cada día un capítulo. Puedes consultar los anteriores aquí.