El presidente Trump ha firmado una orden ejecutiva en relación con la regulación de los mercados financieros, la tan relevante Dodd-Frank Act, posiblemente la que tiene más transcendencia fuera de los EE.UU, incluso más que las líneas generales de su política de comercio exterior o la reglamentación sobre el uso de las cárceles secretas.
Hoy, la preocupación por la desigualdad se está generalizando. Incluso los asistentes a la Cumbre de Davos de enero de 2017, para nada representantes del radicalismo izquierdista, acaban de manifestar su preocupación por el abrupto incremento de la desigualdad en muchos de los países desarrollados y han establecido relaciones de causalidad entre esta y el ascenso generalizado de las tendencias proteccionistas y nacionalistas en lo comercial y populista, cuando no xenófobas, en lo político.
El periodismo no está en crisis. Nunca ha habido tantas historias con tanta urgencia de ser contadas, tantas cifras aberrantes dignas de ser convertidas en vidas, tanta injusticia a cielo abierto y tanto silencio. Ser periodista no puede ser un ascenso social, como piensan muchos compañeros que pierden la mirada en las moquetas rodeados de políticos, banqueros, grandes empresarios o en la vanidad de pensar que lo importante somos nosotros y no el mensaje o las historias que contamos.
Si las ciudades españolas hubieran dispuesto de los 60.718 millones de euros que el Tribunal de Cuentas estima que se han dedicado al rescate bancario y de cajas de ahorros, junto con los 31.078 millones que aún están en el aire según el mismo órgano, cabe imaginar que hoy los ciudadanos seríamos mucho más felices.
Una palabra ha puesto patas arriba el escenario político europeo y español: populismo. ¿Cómo explicarlo? ¿Es una teoría, un estilo de comunicación o una etiqueta? A nadie se le escapa el revuelo creado en torno a este concepto, empleado habitualmente como arma arrojadiza. No obstante, hay quienes han tratado de definirlo con mayor o menor acierto.
La Unión Europea se enfrenta esta legislatura 2014-2019 ante la última oportunidad para curar las profundas heridas de esta crisis que no acaban de cicatrizar. Para ello debería acertar con la estrategia y las medidas adecuadas para reflotar Europa, y evitar que este mandato acabe, no ya como una decepción u oportunidad perdida, sino como un auténtico desastre.
A menudo leo acerca de las dificultades por las que muchos españoles viviendo en el extranjero pasan. Pero rara vez llegan noticias a España de la otra gran crisis que gran parte de los expatriados atraviesan. Se trata de una crisis de identidad, de no saberse/encontrase una vez despojados de idioma, nombre y lugar.
Ya sabemos que la crisis está detrás de las grandes fracturas que aquejan la Unión pero, aun así, no debemos abusar del argumento económico para justificar cuanto acontece. Padecemos una ausencia generalizada de líderes inspiradores capaces de hacer descansar sobre sus hombros los grandes retos de la actualidad.
Penalizar al PSOE por facilitar el Gobierno del PP es, en realidad, castigar a los ciudadanos de las comunidades autónomas, que sufrirían de nuevo las mismas políticas de ajuste y recortes que padecieron hasta la primavera de 2015. ¿Para qué serviría tal "castigo"? Pues para para entregarle al PP porciones muy importantes de poder territorial, reduciendo las posibilidades de contrarrestar el poder que aún atesora en el Gobierno central.
Año tras año, por motivos profesionales, me veo en la necesidad de volver a reflexionar acerca de la naturaleza del liderazgo, sobre su alcance, relevancia y futuro. Realmente, pese a la vorágine cotidiana en la que vivimos, un fenómeno como este no modifica sus rasgos en tan poco tiempo e incluso cabe afirmar que hace un siglo el sociólogo Max Weber apuntaló la teoría definitiva del liderazgo.
Los países de Europa del Este están acabando con los fondos europeos y han creado un gran bloque de los Cárpatos. Esta alianza es capaz de hacer que las políticas inmigratorias de la UE se descontrolen y eso es lo que lleva haciendo desde primavera: han levantado muros y han exigido la celebración de referéndums sobre la presencia de inmigrantes.
Los mercados no son fuerzas físicas independientes y sin gobierno. Están determinadas por los regímenes políticos, y el pueblo puede sentar las bases en sus mercados para que tengan beneficios políticos y democráticos.