Extranjera

Extranjera

A menudo leo acerca de las dificultades por las que muchos españoles viviendo en el extranjero pasan. Pero rara vez llegan noticias a España de la otra gran crisis que gran parte de los expatriados atraviesan. Se trata de una crisis de identidad, de no saberse/encontrase una vez despojados de idioma, nombre y lugar.

5c8b1db73b000054066d019f

Foto: ISTOCK

A todo nombre va unida una historia, una familia, un lugar, una raíz. Yo perdí mi nombre hace cuatro años, y ahora, cuando rara vez alguien lo pronuncia como es, "Irene" y no "Airin", me doy la vuelta extrañada, como quien oye llamar a alguien que fue pero ya no es.

La pérdida de las raíces de uno comienza con actos pequeños, casi invisibles y que muchos incluso tacharían de "sin importancia". Empieza quizá en el momento en el que te mudas a un país nuevo y nadie sabe bien cómo llamarte por tu nombre. Acudes a eventos sociales y nadie recuerda bien quién eres. Quizá a lo sumo eres "la amiga de". Tus interlocutores se revuelven nerviosos sin saber muy bien qué hacer, pues no recuerdan tu nombre y señalarte para aludir a tu persona es demasiado raro. Al principio no te molestará, incluso quizá sonreirás para tus adentros, pero al cabo de los años, cuando no veas en el horizonte un camino claro de regreso a casa, te plantearás hasta cuándo puedes seguir siendo la invitada sin nombre.

Las consecuencias de ser extranjero van, claro, más allá del nombre. A menudo leo acerca de las dificultades por las que muchos españoles viviendo en el extranjero pasan. Pero rara vez llegan noticias a España de la otra gran crisis que gran parte de los expatriados atraviesan. Se trata de una crisis de identidad, de no saberse/encontrase una vez despojados de idioma, nombre y lugar.

El extranjero es un lugar cambiante y para siempre extraño, en el que las certezas se sienten de algún modo menos certeras.

A veces me preguntan qué echo más de menos de España. Depende del día digo que el jamón. Pero en realidad, lo que más añoro es la guasa española. Y más allá de la guasa de otros, la mía propia, porque en otro idioma y cultura uno debe volver a aprender cómo llegar a tiempo a las bromas, cómo ser espontáneo y, a veces, incluso hasta cómo conectar con otro ser humano.

Curioso: en inglés, la palabra "guasa" no tiene fácil traducción. Del mismo modo, ¿cómo traducir tu persona a otro idioma y cultura? Por paradójico que resulte, la necesidad de traducirse a uno mismo en toda su complejidad en el extranjero abre la puerta a algo tan maravilloso como la reinvención. El extranjero libra a uno de fantasmas, expectativas impuestas por otros y del miedo al fracaso. Una vez lejos del radar de los conocidos, ¿qué tiene uno que perder?

A su vez, el extranjero es un lugar cambiante y para siempre extraño, en el que las certezas se sienten de algún modo menos certeras. Los amigos vienen y van. Los apartamentos son siempre de paso. La solidez de los amores se siente frágil. Y para colmo, huele distinto.

En algún momento de mi periplo americano pensé incluso en adoptar un sobrenombre. Para los chinos es práctica habitual, así que, ¿por qué no?--pensé. Quizá podría elegir uno de los nombres que distintas gentes habían utilizado para referirse a mí por equivocación: Edén ("Iden"), Irina, Sam, etc.

Han pasado dos años desde que barajé primero y descarté después la idea de cambiarme de nombre. Hoy, me aferro a él, y enseño a todo americano que se cruce por mi camino a pronunciarlo como "Irene", cueste los minutos que cueste. Es mi pequeño acto de rebeldía como para recordarme a mí misma de dónde vengo y quién soy; porque quién sabe, quizá España quiera algún día a sus jóvenes de vuelta, y entonces deberemos recordar el camino de regreso a casa que el extranjero se empeña tanto en hacernos olvidar.