El rescate del suelo y sus cláusulas
Si las ciudades españolas hubieran dispuesto de los 60.718 millones de euros que el Tribunal de Cuentas estima que se han dedicado al rescate bancario y de cajas de ahorros, junto con los 31.078 millones que aún están en el aire según el mismo órgano, cabe imaginar que hoy los ciudadanos seríamos mucho más felices.
Foto: EFE
Si las ciudades españolas hubieran dispuesto de los 60.718 millones de euros que el Tribunal de Cuentas estima que se han dedicado al rescate bancario y de cajas de ahorros, junto con los 31.078 millones que aún están en el aire según el mismo órgano, cabe imaginar que hoy los ciudadanos seríamos mucho más felices.
Con ese dinero, o la mitad -para no ser avariciosos-, nuestras autoridades municipales podrían haber alcanzado, casi, el pleno empleo en las capitales, la reducción de desahucios, la solución de la dependencia, los realojos, el apoyo a los refugiados, la seguridad ciudadana y hasta la reducción de la violencia machista. Sin embargo, fue más urgente rescatar a la banca, culminar las obras faraónicas o megalómanas de muchos ayuntamientos y alcanzar cifras récord en las propias deudas municipales.
Sólo en 2015, con las elecciones municipales, se puso coto al despilfarro. Y sólo en algunos sitios. Ya se sabe que el poder se retiene por los errores del adversario más que por los aciertos propios, y el PP supo retener mucho poder autonómico y municipal gracias al inestimable apoyo de Ciudadanos y al inapelable declive de la socialdemocracia local (también apenas diferenciada en sus prácticas urbanas de las de la especulación inmobiliaria), apenas rebasada como alternativa urbana por Podemos.
La sentencia de la Unión Europea, -nuestro marco jurídico-, sobre las cláusulas suelo de expolio programado por la banca obliga a reconocer la anomalía del abuso, justo ahora, cuando se celebra el aniversario del saqueo bancario, que obliga a los españoles a pagar las deudas de la locura financiera de los años en que el suelo pasó a las cajas de ahorro y lo gestionaron como si fuera oro puro para sus balances maquillados para salidas a bolsa. El suelo es causa de mucha deuda municipal y de mucho enriquecimiento ilícito, reciente y soberbio (por descarado y barato) de los fondos de inversión que se han quedado con los paquetes de vivienda social y las urbanizaciones de suelo para vivienda social y las promociones y convenios de vivienda social hechas entre finales de los noventa y 2007.
La irresistible necesidad de devolver algo a los ciudadanos es el objetivo de las políticas que intentan acabar con la deuda municipal -alcanzada gracias a los gobiernos de los rescatadores de la banca y sus acólitos -, de momento desplazados de la responsabilidad de gobernar, pero intentando volver a hacerlo en cuanto las cláusulas de reversibilidad del poder político entre los poderes fácticos se lo permitan. Así, para saber si un gobierno local va en el sentido del futuro o camina hacia la regresión del pasado, basta fijarse en dónde han acabado sus proyectos de vivienda social, sus convenios urbanísticos y si su deuda baja, se mantiene o sube; si los desahucios se frenan o se atemperan, si la gente pasa a ser pobre y excluida, o se mantiene en una dignidad vulnerable, pero preservada.
Se diría que las ciudades españolas han dado pasos en la buena dirección, porque ocuparse del suelo es tan importante como ocuparse del cielo; preocuparse por atender a las cláusulas es tan serio como rescatar a la gente y no a los bancos, pero los problemas no terminan ahí. Lo mismo que la polución se mueve cuando se le ponen dificultades en el centro y se va a la periferia, los ciudadanos se van marchando de los centros, porque se les ponen pegas para vivir. El negocio inmobiliario ahora es más anónimo y cruel que hace unos años, porque los fondos buitre suelen ser depredadores masivos de vidas y haciendas de los más débiles. De hecho, las periferias se han convertido en refugios improvisados de clases expulsadas y excluidas; las urbanizaciones a medio hacer, o a medio acabar, son exponentes mudos del desastre climático que provoca operar sobre el suelo sin garantías de que eso no va a afectar a la pobreza o al incremento de las temperaturas y el cambio climático.
Poca gente sabe que el calor y el frío tienen que ver con el suelo. Según un estudio de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) para el III Congreso Internacional de Investigación en la Construcción y Edificación (COINVEDI), "las notables diferencias de temperatura obtenidas entre diferentes puntos de la ciudad, superan en muchos casos los 6 grados centígrados". Por ejemplo, "en julio de 2015, y en plena ola de calor, en la Ciudad Universitaria se registró a medianoche una media de 27 grados, mientras que en el entorno de Ventas las temperaturas se situaban por encima de los 33".
De manera que, al acercarse en 2017 una ola de frío polar, las "islas de calor", de "frío", de contaminación y emisión de gases tóxicos van por barrios, igual que la especulación inmobiliaria o el tráfico. Mantener a la población en islas es lo contrario de ciudades inteligentes. Es una obviedad que solo las ciudades que tienen gobiernos inteligentes pueden tener inteligencia social para cuidar de sus ciudadanos.
Por eso, el rescate del suelo y sus cláusulas es un viaje sin retorno a la refundación democrática de las ciudades. Entre la "modernidad líquida" de Zygmunt Bauman, -tan llorado en estos días - y la filosofía de las Esferas y las metáforas de gases de Peter Sloterdijk, se puede decir que estamos "en el mismo barco", pero respiramos rescates diferentes entre unas "islas" y otras, unidas todas por el "efecto invernadero".
Tal vez lo más seguro sea rescatar a las personas y enterrar del todo las cláusulas tóxicas en el suelo apropiado, sin más dudas ni deudas. Así no se las repartirán los rapaces buitres que nos sobrevuelan.