Los profesionales menguantes
En este tiempo complejo que vivimos, nos toca asistir a todo tipo de desatinos que cada vez se ponen de manifiesto con mayor facilidad, al ser los velos que separan los ámbitos sociales más transparentes según pasan los días.
Un fenómeno que está empobreciendo nuestras sociedades es el de los profesionales menguantes, algo que está carcomiendo casi todas las instituciones. Ya sea que miremos la sanidad, educación, servicios sociales, justicia, periodismo, administración pública o el negociado que prefieran, encontraremos profesionales sobrecargados y agobiados. Profesores con chavales cada vez más difíciles de manejar, enfermeras y médicos con más pacientes complejos, administraciones con largas listas de espera...
Por si fuera poco, los salarios se suelen mantener, con lo que el nivel adquisitivo de estos profesionales no deja de bajar, en injusta proporción a la carga de trabajo que asumen, que no para de crecer. ¿Serán capaces de afrontar estas dificultades con alegría y coraje o tal vez encontraremos la moral por los suelos y altas tasas de quemazón laboral? Lo pueden imaginar. Lo habitual es que se defiendan menguando su capacidad para adoptar una conducta de supervivencia bajo mínimos. "Si me exigen más cantidad, la daré, pero con menor calidad". No seamos ingenuos, el bueno, bonito, barato no existe.
Los efectos de esta realidad están condicionando empobrecimiento social. Tenemos una educación cada vez más superficial y jóvenes peor preparados. Una asistencia sanitaria que roza el low cost según autonomías y enfermos, que han de esperar más para ser atendidos. Si necesitan renovar el dni o hacer cualquier gestión, prepárense a esperar. Si precisan de algún servicio público, tengan paciencia.
Como servidor público que soy, me duele tener que admitir que esta situación de empobrecimiento me resulta doblemente dura, al ponerme más difícil una excelencia profesional que necesito generar para dar cumplimiento a una vocación que prioriza la ayuda a los demás. Sin embargo, solo con voluntarismo no es suficiente, es preciso que las instituciones reaccionen y favorezcan la excelencia. Hace falta que la organización de los procesos esté centrada en los ciudadanos, sin perder de vista a los profesionales que los proveen.
En situaciones difíciles es cuando es más valiosa la virtud. Hacer las cosas bien es la mejor manera de construir una sociedad sana. Dar más valor añadido es hoy un imperativo para todo ciudadano ante los retos de la globalización, pero esta misión no se puede asumir en soledad. Contagiar la excelencia es posible, conseguir profesionales expandidos también. No les puedo decir cómo lograrlo, tan solo recordarles una pista que me daba mi abuelo: con ejemplo.