Entrevista a Jonás Fernández: "Me rebelo contra el pesimismo sobre Europa y el PSOE"
Jonás Fernández (Oviedo, 1979) está decidido a tener un papel destacado en el complicadísimo proceso de reconstrucción que atraviesa el socialismo en España.
El nombre de este economista, que ha llegado a la política activa tras la publicación de su libro Una alternativa progresista (Ediciones Deusto, 2013), suena en círculos del PSOE como uno de los jóvenes que puede romper con la idea de que el partido no tiene recambios, que no hay caras nuevas con proyección.
Desde su escaño en el Parlamento Europeo, le obsesiona una idea: mientras la socialdemocracia no sea capaz de actuar unida en Europa, estarán condenados a generar frustración cuando gobiernan. Se muestra muy crítico con los populismos que, a ambos lados del Atlántico, están explotando con tanto éxito el malestar de los ciudadanos arrollados por la globalización.
Una tarde de un lunes de noviembre, Jonás Fernández, algo resfriado, conversa en su despacho con El Huffington Post. Al fondo, una Bruselas gris y casi invernal le cubre las espaldas.
Le gusta criticar el prestigio actual del pesimismo, tan extendido entre los políticos y analistas que vivimos en Bruselas. Deme un motivo para el optimismo sobre el futuro del PSOE.
Hay una necesidad objetiva para la existencia misma del PSOE. Podríamos discutir sobre la situación complicada en la que está, las caídas electorales, sus problemas graves en algunos territorios; pero mientras nuestros problemas se acumulan, la desigualdad está creciendo, la pobreza se ha disparado, el estado de bienestar se ha debilitado. El optimismo nace de la clara necesidad de la existencia de un partido como el PSOE para dar respuesta a todas estas incertidumbres. Saldremos adelante porque se lo debemos a los españoles que lo están pasando mal.
Usted es una rara avis en los jóvenes de su partido. Llegó a la política activa con un libro bajo el brazo sobre la crisis en España, con una carrera profesional en el sector privado, un MBA, un doctorado en camino… ¿Por qué decidió dar el salto, en un momento en que la llamada “vieja política” goza de tan mala reputación?
Mi primera vocación fue la política. Ingresé en Juventudes (Socialistas) con 15 años. Desde entonces, hasta que terminé la licenciatura de Economía, fueron años en los que la política tuvo una presencia muy importante en mi vida. De una manera claramente desinteresada, en la política universitaria, las juventudes y el movimiento juvenil de Oviedo. Ese periodo se cerró cuando me fui a Madrid a seguir estudiando. No porque me dejara de interesar la política, claro; pero no quería hacer carrera política, ni sigo queriéndolo (sonríe, un poco ruborizado). Temía hacer de la política un modo de vida y depender de ella para ganarme la vida. Pensé que, si en algún momento surgía una oportunidad política, prefería que llegara cuando estuviera formado y tuviera más experiencia. Yo no fui el que saltó a la política, sino que fue la política quien picó a mi puerta. Estoy muy contento con estos dos años de actividad en el Parlamento Europeo. Es una institución muy viva, y se trabaja mucho.
¿Quién llamó a su puerta?
En 2014, tras la publicación de mi libro sobre la crisis económica e institucional de España, que creo que tuvo algo de impacto en nuestro entorno socialista, el secretario general y presidente de Asturias, Javier Fernández, y el secretario general del partido entonces, Rubalcaba, consideraron oportuno proponerme para integrar la candidatura europea. Acepté.
Su nombre suena en algunos círculos de su partido para liderar el PSOE. ¿Le da vértigo este salto?
(tras una larga pausa) No, en estos momentos no me estoy planteando dar ese paso. En estos momentos, la situación de mi partido es compleja. En los próximos meses debemos trabajar para definir cuál es nuestra propuesta política y cuáles son los equipos. Obviamente, una vez que he dejado mi profesión, estoy aquí para colaborar en esa renovación, para arremangarme todo lo que haga falta. Me gustaría, en los próximos meses, ayudar a mi organización a superar estos momentos difíciles.
Hay mucho interés en conocer caras nuevas en su partido porque, desde fuera, da la impresión de que se encaminan al liderazgo de Susana Díaz o Pedro Sánchez, dos nombres conocidísimos. Sin embargo, podría haber otras caras, y usted es uno de los jóvenes de quienes se habla para reconducir las cosas.
Tanto Pedro Sánchez como Susana Díaz son militantes muy cualificados para poder liderar la organización pero, más allá de esas dos personas, existe un amplio colectivo de personas jóvenes, y no tan jóvenes. Hay personas en las instituciones, y fuera de ellas, que están esperando a que el PSOE se mueva para colaborar. Yo soy una de ellas, pero hay muchas más. Hasta que se produzca el congreso, mientras redefinimos la agenda política, deberíamos iniciar un proceso que permita emerger a nuevos liderazgos y equipos. Todos tenemos en la cabeza nombres que podrían encabezar esto.
MODELO DE PARTIDO
Hábleme de su modelo de partido. Tienen serios problemas para captar talento. Por su estructura y sus costumbres, me parece que tienden a primar más el sectarismo que la excelencia.
El actual diseño, con casas del pueblo y una estructura jerarquizada, es un modelo que ya no funciona, que no atrae talento de los ciudadanos capaces que esperamos representar. Hay que dar un viraje, diferenciando claramente los órganos ejecutivos del partido de los de representación. No podemos seguir diseñando direcciones del partido con criterios únicamente de representación territorial, sin atender a las capacidades de las personas.
Pero, ¿cómo se abre el partido a la sociedad? ¿Cómo atrapar talento?
Primero tiene que haber una ejemplaridad clara en los equipos y en los liderazgos, de forma que las personas a las que queremos representar se sientan genuinamente representadas. Esto a veces ha fallado en el Partido Socialista. Echo de menos, muchas veces, una mayor profesionalidad. Por otro lado, todos los sistemas de elección interna siguen estando asentados en estructuras territoriales que no son capaces de atraer a la ciudadanía porque no responden a las inquietudes que tiene. Un ovetense, un sevillano o alguien que vive en Barcelona quiere muchas veces participar en el PSOE; pero no a través de los problemas locales, sino a través de los que vive en su profesión o sus inquietudes personales. Con nuestra actual estructura, sienten que no tienen un espacio donde aportar.
Hay tensión entre quienes, dentro del PSOE, creen que debe tener una dinámica más asamblearia, que debe priorizar el voto directo de los militantes, y otros que ponen el acento en la tradición de la representación de sus órganos. ¿Dónde se sitúa usted?
El modelo jerárquico en que se ha basado el partido desde la Transición está muerto. El modelo por el que en las agrupaciones locales se eligen a una serie de delegados que representan a ese territorio no puede ser el único. Hay algo en ese modelo que no es adaptable al siglo XXI. Tenemos que pasar de un modelo analógico a uno digital. Pero es verdad que el modelo digital tiene que encontrar un acomodo orgánico, institucional.
Ahora estamos a medio camino entre los dos, en una situación un poco extraña donde al secretario general se le elige en primarias pero el órgano de control se elige en un congreso. Tenemos que revisar el modelo de forma que el afiliado sea el centro de la actividad del partido, pero necesitamos un crecimiento del número de afiliados, de sus características y de sus cualidades, para bascular la organización hacia la sociedad.
PROYECTO POLITICO DEL PSOE
Deme una primera idea que pueda ayudar al PSOE a recuperar lo que Michael Ignatieff llama “el derecho a ser escuchado”. Tengo la impresión de que, tras el bochornoso Comité Federal que terminó con la dimisión de Pedro Sánchez, muchos ciudadanos han desconectado de su partido.
Necesitamos credibilidad. Desde los órganos del partido, debemos elevar el nivel de discusión política. Debido a la banalización del debate político que hemos sufrido en los últimos años, no percibimos ese nivel de excelencia que deberíamos ver entre las personas que aspiran a representar a la ciudadanía. Eso se une al problema orgánico del PSOE.
El mundo ha cambiado. Vivimos una suerte de hiper globalización, con cambios vertiginosos como la digitalización de las comunicaciones, el envejecimiento de la población, la revolución de la economía colaborativa y sus implicaciones para el mercado laboral... Veo al PSOE tratando de parar golpes, nostálgico por un tiempo que ya no es, pero no situándose en la vanguardia, dibujando cómo quiere que sean las sociedades progresistas en este nuevo tiempo. ¿Comparte este diagnóstico?
Sucede en el PSOE, pero no sólo ahí, le pasa también a los demás partidos socialistas en Europa. Se percibe una actitud de resistencia. El socialismo a lo largo del siglo XX, en especial tras la Segunda Guerra Mundial, y en España desde los años 80, construyó un sistema de bienestar, intervención en los mercados y distribución de la renta que permitió ofrecer oportunidades, crear sociedades más iguales y servicios públicos.
Pero en los últimos años, desde la caída del Muro de Berlín y la emergencia de la globalización, los partidos socialdemócratas se han quedado un poco desorientados porque los instrumentos que tenían para construir esa sociedad igualitaria no son tan eficientes. Las rentas altas, tanto del trabajo como del capital, son capaces de eludir fiscalmente sus obligaciones con mucha facilidad, y además lo hacen en muchos casos legalmente. Las grandes compañías pueden transferir beneficios de unas jurisdicciones a otras para tributar lo menos posible.
Incluso la competencia normativa que tiene el Estado sobre la regulación de los mercados también se ha quedado tocada porque los grandes sectores globalizados, como la banca, las telecomunicaciones o la energía, deciden sus programas de inversión en función de multitud de criterios. Cuando un gobierno toma alguna decisión que va en dirección contraria a lo que esas compañías aspiran, pueden decidir cambiar el flujo de inversiones y puede acabar siendo peor para los ciudadanos.
Entonces, ¿cómo pueden adaptarse a este nuevo mundo?
Para tener credibilidad, el PSOE tiene que ser consciente de que su campo de actuación ha dejado de ser el Estado nación. No sólo nosotros, en realidad todos los socialismos nacionales europeos deberían hacerlo. Una gran parte de las propuestas que siguen nutriendo nuestros programas son imposibles de aplicar o no tendrían el efecto que presumimos. Tenemos que ser honestos con los ciudadanos. Las políticas redistributivas, que son el núcleo socialdemócrata, son muy débiles en el actual marco de un Estado nación con marcos financieros globales.
Sólo recuperaremos ese impulso redistributivo del sistema fiscal a través de Europa. En la medida que no seamos capaces de recuperar eso, los gobiernos socialistas van a seguir generando frustración. Hay que decírselo a la ciudadanía: qué significan las elecciones nacionales, qué significan las europeas. Tiene que haber un proceso de reorganización serio del socialismo en Europa. Es la única manera de solidificar un programa socialdemócrata para este nuevo mundo.
No hay izquierda sin Europa, pero sí que hay Europa, lo vemos en este tiempo, sin una izquierda organizada en el continente. ¿Cómo se organiza el socialismo en Europa?
Parafraseo a Indalecio Prieto: soy socialista a fuer de liberal. Yo creo que ahora debemos decir: soy europeísta a fuer de socialista. Cuando uno repasa la historia del movimiento obrero, nos debe servir de aliento para el futuro. En España y otros países europeos, en el último cuarto del siglo XIX, todas las políticas sociales eran financiadas por los ayuntamientos, las diputaciones… Y las financiaban a partir de impuestos locales. Ese mundo de mercados locales fue desapareciendo hasta constituir mercados nacionales, gracias fundamentalmente a las inversiones en infraestructuras.
Ese proceso llevó aparejado el aumento del tamaño de las empresas y, con ello, la aparición del movimiento obrero. Si uno observa lo que ha ocurrido en Europa desde entonces hasta la crisis del petróleo, y en España hasta los 90, uno ve que el movimiento obrero fue capaz de tomar el poder y construir políticas de redistribución a la escala del nuevo tamaño de mercado, el Estado nación. La lógica fue: si tenemos sistemas económicos nacionales, necesitamos generar sistemas de redistribución nacionales. Es es una historia de éxito, pero empezó muy mal, porque a mediamos del siglo XIX, ¿qué sabía un asturiano que vivía en los valles de Cangas de Narcea de un andaluz de Almería o de un catalán de Tarragona, sin radio, sin medios de comunicación? La conciencia de clase, la conciencia nacional, son cosas que se han ido construyendo a lo largo del tiempo.
¿Quiere decir que los indignados europeos están ahora atomizados, sin ver más allá de sus fronteras nacionales?
En estos momentos, la izquierda en general sigue percibiendo al Estado nación como solución, sobre todo en estos momentos de tribulación y miedo al futuro. Es muy difícil, es verdad; la socialdemocracia alemana tiene objetivos distintos que los socialistas griegos o españoles, pero esas diferencias no son mayores que las que teníamos a finales del siglo XIX los socialistas asturianos, gallegos o andaluces, porque no existía un sitio donde encontrarse. Ahora tenemos la Unión Europea, pero la disciplina de las elecciones generales sigue generando dinámicas que nos impiden la construcción de ese socialismo europeo. Tenemos que ser conscientes de que, o nos comprometemos a ello de verdad, o estaremos siempre cojos.
No hay modelos de éxito de la socialdemocracia a día de hoy. El laborismo británico de Corbyn ha decidido girar a la izquierda y está 15 puntos por debajo de los conservadores. Otros socialistas se han inclinado por políticas liberales y tampoco les va mucho mejor. Como Hollande, que se ha transformado en los cinco años en el Gobierno y tiene una aprobación hoy del 4%. ¿De qué campo debe estar más cerca el PSOE?
Yo no me situaría en ese debate. En ambos escenarios estamos mal. Creo que la socialdemocracia debe volver a sus bases. Hasta el inicio de esta crisis, había una sensación de que había cierto bienestar que estaría ahí para siempre. Y adoptamos principios posmaterialistas, lo cual tenía sentido; pero esa apuesta de que los valores materiales los tendríamos garantizados para siempre ha resultado ser falsa.
Para volver a garantizar los derechos materiales de la gente, con tasas de desempleo, desigualdad y pobreza altísimas, necesitamos volver a lo básico. Volver a construir sistemas fiscales redistributivos. Podemos discutir si el socialismo británico podrá ganar alguna vez unas elecciones con su actual posición o hasta qué punto el Gobierno de Renzi es socialdemócrata o democristiano, pero todas las discusiones convergen en una: no tenemos la capacidad, desde los Estados nación, para hacer políticas socialdemócratas redistributivas. Y este debería ser el objetivo primordial.
EL POPULISMO Y LA RELACIÓN CON PODEMOS
Un artículo reciente de Wolfgang Munchau en el Financial Times sugiere que la crecida de los partidos populistas a ambos lados del Atlántico tiene su origen en la Tercera Vía de los partidos socialdemócratas de los años 90, en la medida que, al renunciar a una política económica diferente de la derecha, ahora una bolsa enorme de gente que lo está pasando mal no mira a los partidos socialdemócratas clásicos para mejorar sus vidas.
El populismo está haciendo daño a partidos socialdemócratas o conservadores, dependiendo del país. En Estados Unidos, los populistas han barrido con el partido conservador. El Partido Republicano no se sabe lo que es desde que Trump lo conquistó. En Alemania es Alternativa por Alemania, en Holanda o Finlandia se han ido más hacia la extrema derecha, y en sitios como España, Italia o Grecia, pues se han escorado bien hacia la izquierda o a 'magmas' un poco extraños, como Cinco Estrellas en Italia.
Muchas veces los políticos pensamos que tenemos más poder del que realmente tenemos. Cuando uno dice que la socialdemocracia desde los años 90 decidió renunciar a ciertas políticas de intervención para adoptar una agenda más liberal y centrarse en la redistribución del gasto, parece como si hubieran sido decisiones tomadas en absoluta libertad. La crisis que vive hoy la socialdemocracia es el resultado de un entorno natural en el que tu gobierno tiene una capacidad de acción cada vez más limitada. En los años de Zapatero, que fueron años muy boyantes económicamente hasta que llegó la crisis, el nicho principal de la política era el reparto de reconocimiento de derechos de ciudadanía. Ese republicanismo cívico del que hablaba Pettit. Lo que podemos ver ahora es que la capacidad de actuación en temas redistributivos se ha achicado absolutamente.
¿Cuando la economía va bien, la socialdemocracia se puede dedicar a la cuestión del reconocimiento de derechos de ciudadanía, pero cuando va mal, como ahora, o bien resuelve el nudo gordiano de tener una agenda redistributiva clásica o lo tiene crudo?
No se trata de que cuando la economía vaya bien nos podamos centrar en otra cosa. La expansión de la globalización en Europa y la entrada en la zona euro produjeron un crecimiento que permitió mejorar las políticas de gasto e incluso bajar impuestos. Pero cuando tienes una crisis como esta es cuando te das cuenta de que tus instrumentos para hacer política económica son muy débiles. No me gusta hablar de pecados originales, siempre hay varios factores interconectados, pero la Tercera Vía de los años 90 responde a un entorno económico, y ahora ese entorno ha quebrado porque la financiarización de la economía, la evolución del crédito, de la deuda, todos esos problemas que fuimos larvando durante aquellos años, han explotado. Necesitamos volver a hacer lo que hemos hecho siempre: políticas redistributivas.
¿Cómo se combate el populismo? Una de las principales tareas del nuevo PSOE será evitar que Podemos (cuyos dirigentes admiten sin complejos el adjetivo populista) les coma más espacio.
No tengo una preocupación por la sustitución del Partido Socialista. La preocupación de fondo es por la ciudadanía, por mi país y por Europa. Cuando uno se enfrenta a los populismos, como le gusta decir a Javier Fernández, la política se ha vuelto muy compleja y, en el mundo del espectáculo en donde nos hemos metido, en el que la política ha sustituido a los programas del corazón, es difícil detenerse y discutir cuáles son los problemas y las soluciones seriamente.
Muchos votantes de estos partidos populistas, ya sea en Francia, España o Estados Unidos, están dando una señal de protesta; pero necesitan una solución. Es necesario hacer pedagogía y ser capaces de explicar bien los problemas, detenerse en las personas y ofrecer un equipo sólido que resulte creíble con un programa sensato. Son personas que están dispuestas a escuchar algo que pueda mejorar la situación de la gente. En mi opinión, no hay más que oportunismo en los liderazgos populistas en Italia, España, Francia, cuyas consecuencias estamos viendo.
¿El oportunismo que denuncia en Podemos se parece al de Donald Trump?
No me gusta hacer comparaciones burdas entre fenómenos distintos, aunque compartan algunas realidades. Como decía, muchas personas se sienten desprotegidas, no sienten a nadie al timón en sus sociedades... Podemos llamarles los perdedores de la globalización. El lema de la campaña del Brexit fue “toma el control”. Es cierto que la ciudadanía percibe que nadie tiene el control. Ante esto, estamos viendo cómo algunas sociedades están votando en clave de protesta, y en algunos países este enfado es muy amplio. Demasiado amplio. Pero no puedo creer que alguien pueda votar a Trump, a Podemos o al partido de Beppe Grillo en Italia pensando que van a solucionar algo.
Por eso la respuesta de la socialdemocracia debe pasar por ofrecer un programa para retomar el control, volver a las políticas redistributivas que armonizan el sistema. Esto pasa de manera inexcusable por Europa. Y necesitamos también equipos y liderazgos que generen confianza y ofrezcan ejemplaridad. Tenemos que recuperar el instinto de las mayorías. Motivar a aquellas personas que se han ido porque no perciben una solución clara en nuestras propuestas, no porque crean que otros partidos sean mejores. Ese es nuestro trabajo ahora.
¿Por qué ese “oportunismo”, según usted, cautiva a los jóvenes urbanos en España? Los jóvenes de su perfil ahora votarían antes a Podemos que al PSOE.
Hay una sensación de desarraigo en muchos jóvenes. Todos la hemos sentido. Las dificultades para ser escuchados, para ser reconocidos en nuestros entornos. Creo que hay una generación que ha hecho cosas muy importantes para España pero creo que, de alguna manera, están bloqueando parte de la regeneración natural de la sociedad. Ese bloqueo, unido a esta crisis, ha dejado huérfanas a muchas personas. A pesar del desarraigo que sienten muchos hacia nosotros, mi generación es consciente de que el PSOE ha sido el partido que ha universalizado la sanidad, la educación, las pensiones, que ha introducido a España en la Unión Europea. Hay un reconocimiento amplio a esa labor, aunque es verdad que en estos momentos, por algunos motivos, no quieren votarnos. La mejor manera de reengancharlos es ofrecerles una propuesta de gobierno sensata, con equipos directivos sólidos y que actúen con ejemplaridad. Ese es el cambio que necesita el PSOE.
¿Podemos es un aliado natural del PSOE para el cambio o es una amenaza para el cambio?
Depende de cómo evolucione. Hasta ahora, en algunas comunidades autónomas y ayuntamientos, está claro que Podemos y sus distintas confluencias han ayudado al cambio. También es verdad que, a nivel nacional, han hecho todo lo posible para evitarlo. Mariano Rajoy no sería presidente si Podemos hubiera estado dispuesto a negociar en la primera parte del año una agenda sensata de gobierno con el PSOE y Ciudadanos. En ese momento prefirió hacer saltar la mesa porque pensó que lograrían un sorpasso en unas segundas elecciones. Podemos todavía no sabe lo que quiere ser de mayor. No me gusta meterme en las disquisiciones de los demás… Pero está claro que tienen un debate interno profundo y tendrán que decidir qué quieren hacer.
¿Usted no comparte el análisis reciente de Pedro Sánchez? Ha dicho que la razón por la que no hay un gobierno alternativo en España es porque los poderes financieros se han conjurado para evitarlo.
Me parece muy desafortunado.