¿Epitafio del periodismo?
Internet no nos da de comer y el papel está a punto de dejar de hacerlo. Mal asunto. Todos pensamos -ilusos de nosotros- que la transición del periodismo impreso de siempre al online sería armoniosa, limpia, sin sobresaltos. Pero no fue así.
Hace 15 años, un editor que tuve me dijo con convicción que, en unos meses, la mayor parte de los periodistas de medios en papel íbamos a estar ganándonos la vida en Internet o, cuando menos, que las empresas para las que trabajábamos harían sus ingresos, mayoritariamente, de su presencia online.
Aquel editor agorero del fin del papel vivía el ciberentusiasmo de la burbuja puntocom, aquello que dio lugar a locuras financieras y empresariales como las de Terra o Lycos. Estos nombres le dicen poco a los jóvenes de hoy, pero los más talluditos los vinculamos con la irreverencia y el desparpajo de primera gran ola de Internet, la de los Bernie Ebbers (WorldCom), Steve Case (AOL) o Juan Villalonga (Telefónica).
Una década y media después de las proféticas palabras de mi editor, no se puede decir que las cosas estén muy claras para los periodistas. En el sector de la prensa seguimos sin dar con "el modelo de negocio" que muchos intuyeron o, dicho con otras palabras, no damos con la manera de ganarnos la vida dignamente y de sacar adelante nuestro trabajo de forma previsible.
Una cosa ha sido cierta: el papel y sus principales fuentes de financiación (la venta de ejemplares y la publicidad) han caído en picado. Sin embargo, los ingresos de la web provenientes de las informaciones que son consumidas por ese medio no han aparecido, o lo han hecho tímidamente.
Internet no nos da de comer, y el papel está a punto de dejar de hacerlo. Mal asunto. Todos pensamos -ilusos de nosotros- que la transición del periodismo impreso de siempre al online sería armoniosa, limpia, sin sobresaltos. Que a medida que uno perdía protagonismo y quedaba relegado como fuente de ingresos, el otro se iba a ir imponiendo. Pero no fue así.
En el mejor de los casos, hoy un periódico o una revista que haya hecho las cosas bien en la Web, se haya asesorado hasta la saciedad y se haya estrujado los sesos y probado mil cosas para dar con el famoso "modelo de negocio online", no recauda más de un 20 o un 30% por esta vía. Habrá excepciones, pero es así. Y a eso llega llenando su site de noticias de una publicidad invasiva y mal pagada, de diseño grueso y grosero que no gusta a nadie.
Si uno echa la vista atrás, todo son decepciones. No funcionó en un primer momento el paywall (muro de pago), el sistema que impide que los lectores tengan acceso gratuito a toda la información de una página de noticias con el fin animarlos a que paguen por la misma. Tampoco ha funcionado en los últimos años, por más que se han probado diversos medios, hacer micropagos de céntimos por un artículo, incluso aunque diarios como The New York Times o The Economist hayan tenido cierto éxito a la hora de hacer suscriptores online, en gran parte debido a que provienen de mercados anglosajones donde a la gente le cuesta menos pagar, y también a que se dirigen a una audiencia mundial y de alto poder adquisitivo.
Tampoco han funcionado como se esperaba los kioskos digitales, donde los lectores pueden bajarse en formato PDF o similar la edición del día. En el mejor de los casos, los grandes medios han fidelizado con estos kioskos a unas cuantas decenas de miles de suscriptores, muchos de los cuales, además, dejaron de pagar el euro y medio de la edición en papel y ahora abonan los 15 o 20 céntimos que les sale la digital en el Orbyt o Kioskoymas. Son números insuficientes para mantener las redacciones y las estructuras de toda la vida.
Tampoco parece la solución la suscripción de pago al medio online o el crowdfunding. Habrá que esperar a ver lo que da de sí El Español que Pedro Jota Ramírez sacará en otoño y que tanta expectación está levantando.
Sin embargo, los sites que más han apostado por la suscripción tampoco parece que estén muriendo de éxito. Más bien, aguantan con unos cuantos miles de fieles, afines a la ideología del medio y no tanto seducidos por su potencia informativa.
Por último, tampoco creo que un canon de los editores a Google por indexar sus noticias vaya a arreglar mucho las cosas. Google, a pesar de haberse llevado la mitad del pastel de la publicidad online, es hoy más aliado que competidor. Si van por las malas, el buscador puede hacer mucho daño porque, en muchos casos, es la primera fuente de lectores y, por lo tanto, de ingresos.
Sin embargo, y a pesar de tanta decepción, estoy convencido de que en el futuro seguirá habiendo periodismo, aunque no será como el que hemos conocido en los últimos 100 años. No será el de las grandes redacciones de periodistas veteranos, bulliciosos y bien pagados de antaño, con corresponsalías en medio mundo y un plantel directivo y de colaboradores para quitarse el sombrero.
Como dice Lluis Bassets en su libro El último que apague la luz -un acta de defunción al periodismo como lo conocemos desde los tiempos dorados del Watergate- lo que peligran son las grandes cabeceras pero no una profesión que, como estilo literario y como necesidad vital y social, siempre va a estar ahí.
Las barreras y costes de entrada casi han desaparecido. Cualquiera con un ordenador, un teléfono, una buena conexión a Internet y una plataforma gratuita de edición, como Wordpress o Blogger, puede empezar a generar contenidos al instante.
Previsiblemente, el periodismo del futuro lo hará un tipo austero y polifacético, un auténtico hombre orquesta que trabajará en solitario y que publicará en plataformas que congregarán a otros solitarios como él. O que, como mucho, se integrará en modestos equipos que cabrán en una oficina de 80 metros cuadrados.
Otra cuestión es que de ahí salga una información de valor, un contrapoder que haga mejor la sociedad en la que vivimos. Y también está por ver que bajo ese esquema los periodistas se puedan ganar la vida dignamente y hacer visible su trabajo en el maremágnum de la web. Hoy, empujados por la pérdida de credibilidad de los medios tradicionales, podemos tener la tentación de pensar que una legión de freelance y blogueros dará un mejor servicio a la sociedad y nos mantendrá a todos mejor informados, pero a mí me cuesta creerlo.
La multiplicación ad infinitum de titulares y posts no significa mejor información. Hacer buena información, contrastarla y garantizar su independencia, supone mucho tiempo y dinero. Como decía más arriba, seguimos sin dar con "el modelo de negocio" que haga posible el periodismo en Internet.
Además, acecha el peligro de la frivolización (lo más viral y lo que más llama la atención en la web muchas veces es lo más banal) y de que las grandes cabeceras de siempre, que comprensiblemente han sido cuestionadas desde hace años por su proximidad al poder económico y político, acaben siendo sustituidas por las grandes firmas tecnológicas, que ya tienen o preparan agregadores de información donde ellas, previsiblemente, acapararán todo el control.