Cuba lo cambia todo
En nuestra visita a la isla pudimos tocar una parte de nuestra historia familiar y ver la importancia que el autor de El viejo y el mar todavía tiene como puente entre dos países. Sin duda, a él le alegraría saber que Cuba y EEUU por fin avanzan y retoman la comunicación. Esta nueva relación sólo traerá beneficios económicos y, sobre todo, culturales.
Me acuerdo que un amigo mío de California me envió un aviso el 17 de diciembre en el que me contaba que Estados Unidos y Cuba estaban a punto de liberar algunos de sus presos como gesto del comienzo de una época mejor. Pero, como todo el mundo sabe ahora, no sólo era un simple intercambio de presos. Era la culminación de una serie de intensas negociaciones secretas entre los dos países para abrir todo lo que pudiera ser legalmente abierto, aparte de rescindir el embargo comercial. El presidente Obama se dirigía hacia donde ningún presidente estadounidense había llegado en más de 50 años, hacia la normalización total de las relaciones cubano-americanas.
Aunque también tengo que admitir que hasta ahora no he sido un gran fan de la administración de Obama. En su política exterior e interior, hay poco que se distinga de la administración de Bush. Pero Cuba es diferente. Cuba lo cambia todo. Si las dos legislaturas de Obama se recuerdan por algo positivo podría ser por su postura y valentía en el caso cubano.
Qué agradable ver por fin a un presidente estadounidense admitir que el embargo comercial ha sido un completo desastre. Los hermanos Castro no han sido derrocados del poder y el resto del planeta sigue aportando dinero mediante el turismo y otras inversiones. Sólo las empresas estadounidenses, con algunas excepciones, obvian el hecho de que hay una isla a poco más de 140 kilómetros de Key West con una población de 11 millones que solía comprar casi todo lo que necesitaba de Estados Unidos. Tan bueno era el mercado cubano para las empresas estadounidenses que antes de la Revolución y del embargo se podían conseguir los últimos modelos de Buicks y Cadillacs en Cuba antes que Estados Unidos.
Aun así, el embargo comercial y las restricciones de viaje han tenido éxito en una cosa. Han evitado que la mayoría de no cubano-estadounidenses visiten la isla. Lo cual es de locos teniendo en cuenta todo lo cultural e histórico que tienen en común estos dos países. Estamos unidos por mucho más que lo que nos divide en la actualidad. Como nieto de Ernest Hemingway, no pude evitar recordarlo cuando visité Cuba por primera vez el pasado septiembre. Mi hermano Patrick y yo viajamos con un grupo de biólogos marinos y conservacionistas estadounidenses para conmemorar el 80 aniversario de la primera vez que nuestro abuelo llevó su barco de pesca, el Pilar, a Cojimar en 1934 y el 50 aniversario de su premio Nobel en literatura. El derroche de buena voluntad y afecto que recibimos mi hermano y yo cuando visitamos Cojimar y la casa de nuestro abuelo, Finca Vigía, superó con creces nuestras expectativas. Los cubanos consideran a Ernest Hemingway como uno de los suyos y veneran al hombre, su obra y todo lo que dejó en la isla.
En 1956, nuestro abuelo donó la medalla del premio Nobel al pueblo cubano y desde entonces ha estado en la Capilla de los Milagros de la Catedral de Santiago de Cuba. Durante nuestra visita en septiembre, el obispo de la catedral acordó trasladar temporalmente la medalla a la Finca Vigía para que mi hermano y yo la pudiéramos ver y sostener con nuestras propias manos.
Fue un momento que ninguno olvidará. Pudimos tocar físicamente una parte de nuestra historia familiar y ver la importancia que el autor de El viejo y el mar todavía tiene como puente entre dos países. Sin duda, a él le alegraría saber que Cuba y Estados Unidos por fin avanzan y retoman la comunicación. Esta nueva relación sólo traerá beneficios -económicos y, sobre todo, culturales-, tanto al pueblo cubano como al estadounidense. Ha llegado un nuevo día y, si de algún modo hemos contribuido con nuestra visita a la isla, entonces creo que hemos honrado sinceramente la memoria de nuestro abuelo.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano