La nueva doctrina nuclear de Putin: qué supone, qué pretende, qué hay que temer

La nueva doctrina nuclear de Putin: qué supone, qué pretende, qué hay que temer

Rusia lanza un último intento de intimidación a Occidente, cuando EEUU ya permite a Ucrania lanzar sus cohetes en suelo de la Federación. La duda es si esta vuelta de tuerca es parte de la fanfarronería atómica del Kremlin o una amenaza muy real. 

Vladimir Putin, el 13 de octubre de 2023, en la cumbre de la Comunidad de Estados Independientes en Bishkek, Kirguistán.Getty Images

Vladimir Putin ha firmado este martes una nueva doctrina nuclear que permite respuestas con armamento atómico ante ataques convencionales que amenacen la soberanía de Rusia y Bielorrusia. No importa si tiene que golpear naciones que carecen de armas de esta naturaleza, basta con que éstas estén apoyada por una potencia que sí las tenga. El cambio, anunciado en septiembre y ahora ratificado, supone rebajar el umbral de los casos en los que el presidente ruso se verá avalado para pulsar el botón rojo.

¿Es una nueva fanfarronada amenazante del Kremlin? ¿Supone un riesgo real? ¿Qué posibilidades hay de que la guerra ucraniana, que ha llegado hoy a los mil días, viva un ataque nuclear, inédito desde 1945? ¿Alguien puede predecir qué hará Putin si se vuelve cada vez más visceral y ansioso? No hay que olvidar que, en un régimen totalitario como el de Putin, tampoco hacía falta articulado alguno en el que escudarse para lanzar una ofensiva, de la gravedad que sea. Ponerlo negro sobre blanco es, sobre todo, un aviso. 

Empecemos con la nueva doctrina en sí, para ver qué novedades trae, y echemos la vista atrás sobre lo que había. Hasta ahora, estaba en vigor un texto de 2020. Entonces, se señalaba la importancia de la disuasión nuclear para garantizar la "soberanía e integridad territorial" de Rusia y se esbozaban cuatro condiciones en las que Rusia utilizaría armas nucleares: si se daba un ataque con misiles balísticos; el uso de armas nucleares u otra arma de destrucción masiva contra Rusia o sus aliados; ataques a la infraestructura nuclear rusa de mando, control y comunicaciones y, al fin, ataques contra Moscú con armas convencionales que amenazaran "la existencia misma" del Estado ruso. 

La doctrina también señalaba la importancia de las armas nucleares para impedir "una escalada de acciones militares y su terminación en condiciones que sean aceptables para la Federación Rusa y/o sus aliados". 

El texto ratificado hoy establece que un ataque contra Rusia por parte de una potencia no nuclear con la "participación o apoyo de una potencia nuclear" será visto como su "ataque conjunto contra la Federación Rusa". Agrega que el Kremlin podría usar armas nucleares en respuesta a un ataque nuclear o un ataque convencional que represente una "amenaza crítica a la soberanía y la integridad territorial" de Rusia y añade a su aliado Bielorrusia, una formulación vaga que deja un amplio margen para la interpretación.

No se especifica si un ataque de ese tipo desencadenaría necesariamente una respuesta nuclear, pero se menciona la "incertidumbre de la escala, el momento y el lugar del posible uso de la disuasión nuclear" entre los principios clave de la disuasión nuclear. El documento también señala que una agresión contra Rusia por parte de un miembro de un bloque o coalición militar es vista como "una agresión de todo el bloque", una clara referencia a la OTAN, a la que lleva meses lanzando amenazas nada veladas sobre sus posibles intenciones. 

Sobre todo, avisaban a los aliados de que no se cruzara la "línea roja" que suponía permitir el uso de misiles de largo alcance contra territorio de la propia Federación. La luz verde llegó el domingo y este martes se ha producido el primer lanzamiento, sobre la región de Kursk

Al mismo tiempo, detalla con mayor detalle las condiciones para el uso de armas nucleares en comparación con versiones anteriores de la doctrina, señalando que podrían utilizarse en caso de un ataque aéreo masivo que involucre misiles balísticos y de crucero, aeronaves, drones y otros vehículos voladores que violen su espacio aéreo. Destaca la inclusión de los UAV, que están teniendo un formidable desempeño en esta guerra -incluso Ucrania ha logrado fabricar modelos propios altamente efectivos-, una manera de actualizarse ante la realidad del tablero. 

Esa amplia formulación parece ampliar significativamente los motivos para el posible uso de armas nucleares en comparación con la versión anterior del documento, que establecía que Moscú podría recurrir a su arsenal atómico en caso de un ataque con misiles balísticos.

El diario Financial Times ya avanzó que, internamente, en Rusia entienden que un desembarco enemigo en su territorio o una derrota severa de sus unidades de defensa en zona fronteriza puede ser también supuestos de agresión, aunque eso o queda tampoco claro en el articulado. 

El dictador bielorruso Alexander Lukashenko, que ha gobernado el país satélite de Rusia con mano de hierro durante más de 30 años y depende de los subsidios y el apoyo rusos, ha permitido a Putin utilizar el territorio de su país para enviar tropas a Ucrania -fue una de las rutas de entrada el 24 de febrero de 2024- y desplegar algunas de sus armas nucleares tácticas en la zona. Las maniobras entre los dos estados han sido frecuentes desde que comenzó la invasión de Ucrania. 

Desde que Putin lanzó su "operación militar especial", Lukashenko y otras voces prorusas han amenazado frecuentemente a Occidente con ese arsenal nuclear para disuadirlo de aumentar su apoyo a Kiev. Hasta ahora, sin éxito, aunque sí se ha ralentizado el proceso. 

Un misil nuclear ruso RS-24 Yars, en el Desfile de la Victoria del 9 de mayo de 2024, en Moscú.Getty Images

Por qué ahora

La nueva doctrina hay que leerla en un marco muy amplio. Aunque se habían apuntado sus líneas maestras hace mes y medio, la rúbrica de Putin se ha estampado en ella en el día en que la guerra, esa que Moscú esperaba rápida, cumple mil días. No está para nada encallada, sino que se revuelve y varía, hoy con avances más significativos del bando ruso pero con una certeza insoslayable: nadie está ganando, todos están perdiendo. 

Moscú ya había avisado de que tenía la necesidad de adaptarse a las "nuevas circunstancias" del tablero, esto es, la invasión ucraniana de Kursk -desde agosto, que ha llevado a Kiev a controlar unos 1.300 kilómetros cuadrados de suelo enemigo- y la nueva ayuda que pudiera llegar de los amigos de Volodimir Zelenski. 

Putin entendía que hacía falta un puñetazo extra en la mesa, más carga de miedo, sobre todo porque ahora los misiles de largo alcance pueden acabar en su territorio, con el OK de Washington. Le ha costado mucho al Gobierno ucraniano, pero lo tiene al fin. Biden ha decidido darle a Zelenski no le que ha negado durante meses y meses. Ucrania tiene los misiles ATACMS desde octubre de 2023, aproximadamente, algo que se reconoció meses más tarde, en abril, pero con ellos sólo se ha atacado objetiivos rusos dentro de Ucrania, en el este ocupado o en Crimea. 

Ahora el horizonte está más allá, un regalo para vitaminamizar las fuerzas ucranianas, cuando se sabe que el 20 de enero llegará a la Casa Blanca Donald Trump, un hombre que quiere acabar con la guerra sentándose con Putin y cediendo. No ha afinado públicamente sus planes, pero ha hablado con el Kremlin y dice que acabará con esta crisis en 24 horas. De las cesiones que deberá hacer Kiev no se habla. 

Además de la correlación de movimientos clara que se ha dado en estos días, hay que entender el paso dado por Putin en clave interna: hay un grupo de halcones que llevan meses pidiendo endurecer la doctrina nuclear, argumentando que la versión anterior no ha logrado disuadir a Occidente de aumentar su ayuda a Ucrania y ha creado, por contra, la impresión de que Moscú no recurriría a su arsenal más preciado. Es una historia antigua, la de la división existente entre el Ministerio de Defensa y ciertos oligarcas que mantienen el pie a Putin. 

Los peligros, las posibilidades

Aún nadie sabe si la doctrina es una amenaza real o una línea roja de esas que se pueden traspasar sin consecuencias. Supuestamente, la llegada de lo ATACMS iba a desencadenar el Armagedón en la zona, a tenor de las declaraciones de Putin y su círculo, pero no ha sido el caso. ¿Qué pasará ahora que los misiles caen sobre su territorio? Nadie está en la cabeza de Putin

Cada vez que Moscú ha aumentado sus amenazas nucleares, las potencias que ayudan a Kiev se han puesto la brida. En el momento de entregar carros de combate, cazas F-16 o proyectiles de más largo alcance ha sido siempre así. Zelenski pide, Occidente lo estudia, Rusia amenaza, los plazos de dilatan y Putin gana tiempo. Ha sido la dinámica en estos dos años y medio de guerra. No obstante, aunque Rusia ha intentado impedir la entrega de medios, no lo ha evitado, sólo lo ha retrasado, con lo que al final se ha impuesto el apoyo a Kiev. 

Fuentes de la OTAN consultadas por El HuffPost remarcan esta "realidad". "No lo han conseguido, pese a la avalancha de amenazas", "no debería ser diferente en este caso", "los aliados seguirán con su ayuda a Ucrania en la manera que más oportuna sea", indican, intentando ser optimistas en esa ruleta rusa. Es la postura que ha mantenido el actual secretario general aliado, Mark Rutte, la misma que tenía su antecesor, Jens Stoltenberg. El pasado octubre, el neerlandés dijo, al conocer el esbozo de la nueva doctrina, que no había un "riesgo inminente" de confrontación nuclear con Rusia, a pesar de la retórica "imprudente e irresponsable" de Putin. 

Sin embargo, hay división de opiniones en el seno de la propia Alianza. Hay países que llaman a tener una mayor cautela en los cuestionamientos, las críticas y la ayuda, para no humillar al Kremlin. Insisten en que un ataque atómico no es una quimera y se cuidan de provocar a Putin. Hay quien defiende que Europa tiene poco conocimiento de lo que esta amenaza supone y le resta peligro. El riesgo directo más claro, es obvio, es para Ucrania, pero la frontera con la Unión Europea y la OTAN está sólo unos kilómetros más allá, avisan, por lo que pueden salir dañadas sus defensas, comunicaciones o economía. 

Alexander Gablev, director del Centro Carnegie para Rusia y Eurasia, sostiene que, según EEUU, es "bajo" el riesgo de un ataque nuclear real, salvo que Rusia se encuentre "al borde de una derrota militar", que no es el caso. Asume que las amenazas del Kremlin siguen una tendencia "extremadamente preocupante", hasta llegar al cambio de doctrina, y que hay que "tomarse en serio" estos pasos, pero a la vez insiste en que las nuevas directrices son una de las pocas "herramientas" que quedan a Putin para que Occidente se alarme, para que no traspase más líneas supuestamente infranqueables. 

Recuerda que, desde el inicio de la invasión de Ucrania, las amenazas atómicas han sido "tremendamente duras", por lo que los aliados de Kiev, y EEUU en especial, han ido moviendo sus piezas "con el mayor cuidado posible", intentando reducir "el riesgo de una respuesta emocional" de Putin. Washington, cree, no tiene intención de cambiar su "enfoque cauteloso", por lo que parece que los ataques de sus misiles podrían limitarse a Kursk, zona con presencia ucraniana, muy en la frontera. 

"El escudo nuclear ha asegurado a Rusia contra la intervención a gran escala de la OTAN en la guerra, pero por debajo de ese umbral Occidente está haciendo cada vez más para apoyar a sus aliados ucranianos. La guerra ha demostrado que Rusia no tiene un arsenal suficiente de armas convencionales de alta precisión para mitigar muchas de las amenazas que se le presentan, o para romper la resistencia de un país tan grande como Ucrania. Por lo tanto, el Kremlin se enfrenta a la difícil cuestión de cómo restaurar la eficacia de la disuasión rusa", sostiene. En esa clave hay que entender la apuesta de Putin.

Los cambios en la doctrina nuclear pretenden ser parte de la respuesta de Rusia pero, aunque se "reduce verbalmente" el umbral para el uso de armas nucleares, "dejan al Kremlin un amplio margen de maniobra e interpretación", al que espera que se aferre para no atacar de forma temeraria y, a la par, quedar bien ante su gente. Gablev espera un escenario con más misiles y más drones, también con más amenazas de guerra híbrida por parte de Moscú, pero por ahora, hasta ahí, con toda la cautela posible. 

En el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS, por sus siglas en inglés), Heather Williams, directora de su Proyecto sobre cuestiones nucleares, expone que Rusia quizá no sólo busca la disuasión, sino algo más: la división de sus oponentes que, como veíamos, se ha dado ya en el seno de la OTAN, "sobre la base del riesgo que están dispuestos a aceptar para apoyar a Ucrania". 

La estrategia viene de atrás: este tanque de pensamiento contabilizó más de 200 amenazas nucleares a Occidente en un año, tras el inicio de la invasión, aunque ahora se "intensifican" y se enseñan los dientes, por ejemplo, con las maniobras conjuntas con Bielorrusia. También recuerda que ya en 2023 Moscú anunció su retirada del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares y está "plenamente listo" para retomar las pruebas cuando sea "necesario". Esto ya estaba, antes de hoy, generando reacciones variadas, del miedo a la condena, pasando por la indiferencia. 

Lo nuevo, dice la autora, es que se incluye a Bielorrusia en el paraguas, que se asumen más riesgos, que responsabiliza a terceros Estados que apoyen ataques convencionales contra Rusia y que intenta adaptarse a las novedades de la guerra porque no le ve fin. "Putin está reduciendo el umbral para el uso potencial de armas nucleares y al mismo tiempo aumentando la ambigüedad sobre cuándo se utilizarían armas nucleares. Señala una voluntad de asumir mayores riesgos en la guerra en Ucrania e intenta sembrar incertidumbre en las mentes de los adversarios de Rusia", expone. 

El Kremlin ha venido amenazando con "consecuencias como no han visto en toda su vida" en Occidente, pero no ha frenado la ayuda, no ha habido repercusiones de calado, recuerda. Y eso puede que ya, de por sí, le valga a su Gobierno, esa "desaceleración de la entrega de capacidades clave a Ucrania, incluidos tanques, aviones de combate y misiles", que necesita para seguir avanzando en el este y despejar Kursk. 

Otra posibilidad es que Rusia piense que los intentos anteriores de disuasión fracasaron porque no fueron lo suficientemente "grandes". "Esta es una consideración particularmente peligrosa- dice Williams- porque en algún momento habrá presión interna y reputacional para mantener una línea roja". Añade una última posibilidad, la que parece "más probable", que es que "Putin piense que el contexto ha cambiado, por lo que tal vez las amenazas tengan más éxito en condiciones diferentes". "Putin podría percibir que la OTAN está más dividida ahora sobre la cuestión de los ataques de largo alcance que antes en la guerra y lo ve como una oportunidad para sembrar más divisiones entre los aliados y socavar el apoyo externo a Ucrania", indica.

La opinión de la analista es que, por supuesto, hay que "tomar en serio" la amenaza redoblada, pero eso en ningún caso puede "socavar" la unidad de la OTAN respecto al conflicto. Hay que tenerlo claro, además, ante la venida de Trump. 

Joe Biden firma en el libro de honor del Gobierno ucraniano, en presencia de Volodimir Zelenski, en su visita a Kiev, el 20 de febrero de 2023.Ukrainian Presidential Press Office via Getty

El poderío ruso

Según el informe del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), Rusia y EEUU poseen conjuntamente casi el 90% de todas las armas nucleares del planeta, hoy por hoy. El tamaño de sus respectivos arsenales nucleares (es decir, las cabezas nucleares utilizables) parece haberse mantenido relativamente estable en 2022, "aunque la transparencia respecto a las fuerzas nucleares disminuyó en ambos países tras la invasión rusa de Ucrania en febrero de 2022", puntualizan los expertos del centro sueco.

En el caso de Rusia, se calcula que tiene 5.977 ojivas nucleares, lo que la sitúa como la nación con un mayor arsenal, seguida de EEUU, con 5.428. Francia y Reino Unido -dos países europeos que pueden verse implicados en la represalia rusa- tienen 290 y 225, respectivamente. Sin embargo, no todo el material de la Federación está operativo, se limita a 4.477 ojivas operativas, toda vez que el resto se calcula que han sido retiradas o están en fase de desmantelación. 

"Una guerra nuclear no puede ganarse"
Joe Biden

Algo más de la mitad, 2.565, son nucleares estratégicas, esto es, las más potentes, de 500 a 1.000 kilotones, que pueden cubrir distancias de hasta 15.000 kilómetros desde sus lanzaderas, aviones y submarinos. Tiene otras 1.912 que son armas nucleares tácticas, casi 10 veces más que EEUU. Son bombas de menor potencia, de 10 a 100 kilotones, con un alcance de 30 a 2.350 kilómetros también. 

Son estas de las que ha hablado Putin con frecuencia, pero no se puede entender que son armas menores: el mandatario ruso se vanagloria de que tienen un poder entre tres y cuatro veces superior a las usadas por EEUU en el único ataque nuclear en la historia de la humanidad, en Hiroshima y Nagasaki. Mucho daño. También recuerda Putin que, aunque Washington desplazase a Europa las armas de este tipo que tiene -unas 200-, su país seguiria ganando por goleada. 

Todo lo que no sea la paz llevará a una escalada, tal y como se va enquistando la batalla. No se ven soluciones mágicas a corto plazo, ni las de Trump, si se aspira a que sean también justas con Ucrania, el país invadido. Hay que ver si las palabras de Rusia están ya desgastadas o surten efecto, sobre todo entre los dirigentes más tímidos, como Alemania. 

Las trincheras, los bombardeos, las víctimas, los daños, irán marcando los próximos pasos a dar. Si Rusia avanza, como está haciendo ahora en el este de Ucrania y en Kursk, se aleja la opción nuclear. Si Kiev lo golpea severamente, veremos si se desata el apocalipsis. De momento, avanza Reuters, Moscú ya ha comenzado la producción en masa de refugios antibombas móviles para proteger a su población de las nuevas amenazas de misiles. La paz, por ningún lado. Toca recordar las palabras de Joe Biden: "Una guerra nuclear no puede ganarse".

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Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.