Un año de la guerra impensable: Ucrania resiste a la invasión rusa sin visos de paz a corto plazo
En la madrugada del 24 de febrero de 2022, Putin lanzó su "operación militar especial" y el mundo se dio la vuelta. Refugiados y muerte, unidad y amenazas. Y lo que queda.
"He tomado la decisión de lanzar una operación militar especial sobre Ucrania". Las palabras del presidente de Rusia, Vladimir Putin, en la madrugada del 24 de febrero de 2022, cumplen un año. No citó la palabra "guerra", que no está ni formalmente declarada, pero guerra hubo, pero guerra hay. Los eufemismos no valen para el edificio incendiado en Jarkov donde vivía toda la familia Kushnyr, para las ruinas de la maternidad de Mariupol donde esperaba a dar a luz Mariana, para las manos atadas del torturado Evgeniy en Bucha, para el llanto de Valentyna, que entierra a su hijo, o el de Anton, que sepulta a su abuela, para ese niño sin nombre que cruza solo como refugiado a Polonia, para sus lágrimas sin consuelo.
Han pasado muchas cosas desde entonces. Sobre todo, mucho dolor. También ha cambiado la geopolítica mundial, se le ha dado la vuelta al mercado energético o del grano, se ha reactivado una descafeinada OTAN y se vive al borde de la recesión colectiva. Se tiembla, sobre todo. De frío, de necesidad, de náuseas.
Los números dan cuenta de la ferocidad de los últimos 12 meses en Ucrania, lo tangible de la guerra que parecían impensable. Entre los contendientes, unos 180.000 soldados rusos han muerto o han resultado heridos, así como otros 100.000 militares ucranianos, según datos de las Inteligencias de países como Estados Unidos, Reino Unido o Noruega. Otras fuentes occidentales hablan de 150.000 bajas en cada bando, es decir, alrededor de 300.000 soldados rusos y ucranianos muertos en un año. En la guerra de Afganistán (entre 1979 y 1989 y considerada una de las mayores sangrías soviéticas), la entonces URSS había perdido 15.000 uniformados, lo que significaría que las bajas ahora superan al menos 10 veces cualquier otro conflicto armado en la historia de Rusia.
Entre los sufrientes, o sea, los civiles, se calcula que entre 30.000 y 40.000 personas inocentes han perdido la vida en bombardeos y ataques. Son datos también aportados desde Occidente. Naciones Unidas, que se aferra a los casos que puede verificar por sus medios, ha cifrado en más de 8.000 los civiles muertos, aunque reconoció que "las cifras reales son mucho más altas". "Es la punta del iceberg", asume, especialmente si se tiene en cuenta el asedio cruel de ciudades como Mariupol, ahora bajo control ruso, donde no se puede acceder a datos reales. Unicef añade que las bombas han matado o herido a más de 1.400 niños ucranianos y han interrumpido la educación de más de cinco millones. Al menos un 30% del territorio de su país estaría plagado de minas mortales que podrían generar muertes en un futuro, denuncia Kiev, que localiza la línea de frente activa hoy a lo largo de 1.500 metros en un eje norte-sur, en el este de Ucrania.
Según la ONU, los combates han obligado a casi ocho millones de personas a abandonar Ucrania y han provocado más de cinco millones de desplazados internos. Polonia es uno de los primeros países de acogida, con más de un millón de personas. Esta guerra ha provocado que Europa cambie su política y abra las puertas a los refugiados, sin necesidad de pedir asilo. Los responsables de la ocupación rusa afirman, por su parte, que al menos cinco millones de ucranianos han ido a Rusia para estar "protegidos". Kiev habla de "desplazamientos forzosos", en cambio.
Crímenes de guerra que hay que investigar en un entorno muy difícil, por más que existan nuevas tecnologías. Se han denunciado casi 65.000 presuntos delitos de esta naturaleza, según el comisario de Justicia en la Comisión Europea, Didier Reynders. A las tropas rusas se les acusa de ejecuciones, violaciones, torturas y secuestro de niños, de los cuales más de 16.000 han sido enviados a Rusia o a territorios bajo su control, según los ucranianos. A Ucrania también se le ha acusado de cometer crímenes de guerra contra prisioneros rusos, pero sin comparación con los hechos imputados a las tropas rusas.
Los cinco momentos clave del conflicto
Dos días antes de empezar la ofensiva, Putin había declarado la "independencia" de territorios separatistas ucranianos del Donbás (Donetsk y Lugansk), que Ucrania combatía desde 2014, año en el que también Rusia se anexionó Crimea. La guerra era vieja de ocho años, pero había dejado de interesar a la comunidad internacional. Ya en la noche del 24, Putin compareció y dijo que había que ir a más y lograr la "desmilitarización y desnazificación de Ucrania". Insistía así en ideas largamente conocidas por los rusos, carne de propaganda desde hace años, tesis que afirmaban que el Gobierno de Volodimir Zelenski -ese exactor y héroe inesperado que se negó a dejar su país- era fascista y debía ser frenado. Se sirvió de acusaciones de un supuesto "genocidio" el este del país, con población de habla rusa, del país, para justificar su paso. Y denunció, de paso, la política "agresiva" de la OTAN en su ampliación a oriente, como una amenaza intolerable.
No había amanecido cuando empezaron a llegar las primeras imágenes de tanques rusos entrando en suelo ucraniano. Se abrieron hasta 12 frentes simultáneos, el de Bielorrusia especialmente potente. Primero, los uniformados rusos se desplegaron por toda la zona norte y las áreas más cercanas a la capital, Kiev, lo que daba a entender que iban a por el Ejecutivo, a por el poder total del país, no sólo a proteger el este y sus prorrusos. Varias ciudades importantes sufrieron bombardeos, como Jarkov, la segunda más poblada.
En pocos días, el 2 de marzo, las tropas rusas capturaron la región y capital de Jersón, un punto estratégico en el sur. Fue su mayor hito y no se ha vuelto a repetir en toda la guerra. De hecho la ciudad, considerada como la puerta a Crimea, porque su posición al oeste del río Dniéper permitía a Rusia crear un corredor terrestre entre la península y el Donbás, ya no está en manos invasoras: fue liberada en noviembre.
La ofensiva rusa tuvo un implacable éxito en el sur, pero en el norte se encontró con la feroz resistencia ucraniana, que logró recuperar grandes zonas alrededor de la capital en las primeras semanas. A comienzos de abril, Rusia abandonó su avanzada hacia Kiev, se retiró en el norte y centró sus esfuerzos en controlar el este y sur del país. Atrás quedó esa serpiente de tanques que amenazaba la capital, que se acercó pero ni llegó a sus suburbios. Moscú no lo tomó como una derrota en su empeño por tomar todo el territorio ucraniano y derrocar a su Gobierno, sino que dijo que era una nueva estrategia, otra fase de la guerra.
Estamos ya en el segundo momento clave, pues. La guerra vira al este, a una zona como el Donbás que llevaba casi ocho años en guerra civil, donde había zonas gobernadas por prorrusos y donde los combates, de mayor o menor intensidad, ya eran constantes antes de febrero. La zona, comprendida principalmente por las regiones de Luhansk y Donetsk, contiene una importante población rusófona.
En Donetsk, Rusia capturó la ciudad portuaria de Mariúpol, conectando así Crimea con todo el territorio que controla en el este. Lo que allí ocurrió no se puede sintetizar en unas pocas líneas. El asedio fue feroz. La destrucción, nuclear. No han dejado de encontrarse enterramientos masivos desde entonces. En la memoria queda la resistencia en la acería de Azovstal, la última barricada antes de tomar la ciudad, o los 600 muertos en el teatro, que servia de refugio a civiles.
Entre el fin de la primavera y el comienzo del verano, las tropas rusas consolidaron su dominio en esta zona. Pasaba el calor y se empezaba a hablar de la fatiga de guerra, de cansancio de los combatientes y, también, de la ayuda internacional que llegó de inmediato a Ucrania, en forma de dinero, armamento, apertura de fronteras y sanciones para Rusia.
A fines de septiembre, Putin anunció la anexión de alrededor de un 15% de Ucrania, incluyendo las regiones de Donetsk y Luhansk, además de Zaporiyia y Jersón en el sur, tras un referendo ilegal. Anexiones unilaterales, no reconocidas por la comunidad internacional, avaladas por unas consultas hechas a punta de pistola, con presencia militar en cada colegio y listas de críticos, cuyo porcentaje de apoyo es una burla aceptar. Rusia declaró fiestas y exhibió su alegría por ampliar la federación, pero lo cierto es que a día de hoy no controla ninguno de esos cuatro territorios. Fue un gesto de presión, de cara a la galería, ante el tiempo nuevo favorable a las tropas ucranianas que se empezaba a notar sobre el terreno.
Ese es el tercer instante decisivo, la reconquista acelerada del otoño. La capacidad de sorpresa de la resistencia ucraniana ha sido una de las insignias de estos meses de guerra, inesperada e ilusionante a un tiempo. Primero, los ucranianos, hasta con miles de civiles voluntarios, forzaron la retirada rusa de Kiev y, más tarde, protagonizaron desde sus Fuerzas Armadas una contraofensiva relámpago en que recuperaron buena parte del territorio perdido en los primeros meses de invasión.
Esta avanzada se dio sobre todo en el este y sur del país, donde Rusia había conseguido sus mayores conquistas. A mediados de septiembre, Ucrania aseguró haber recuperado las ciudades de Izyum y Kupiansk, al este de Jarkov, dos centros logísticos utilizados por Rusia para suministrar a sus tropas del Donbás. Hay varias claves que explican este avance: una es el factor sorpresa, lo inesperado, y otra, el uso inteligente y cada vez en mayor volumen) de armas occidentales. En ese momento, lo esencial fueron las plataformas de misiles de largo alcance británicas y estadounidenses, empleadas para destruir las líneas de suministro rusas, silos de municiones y puestos de mando.
El 11 de noviembre se produjo el mayor que es, posiblemente, el mayor éxito de la contraofensiva, cuando los de Zelenski recuperaron Jersón y forzaron la retirada de tropas rusas al lado oriental del río Dniéper, de clave acceso al mar Negro. Además del significado estratégico de este triunfo, recuperar la ciudad supuso un golpe de efecto para el ánimo ucraniano. Euforia, casi, porque muchos veían en esta victoria como un posible "inicio del fin de la guerra". No ha sido tanto.
La alegría duró unas semanas. Llegó el cuarto punto clave en este año, el momento en el que los avances rusos y los ucranianos se frenaron en seco en las últimas semanas de 2022. El mapa militar de Ucrania apenas ha cambiado desde la recuperación de Jersón, con algo menos del 20% del país en manos rusas.
Desde entonces, las batallas más feroces se concentran alrededor de Bakhmut, en la región de Donetsk, además de en Vuhledar y Lyman, de manera secundaria. En la primera de estas ciudades, de unos 5.000 habitantes máximo cuando antes de la guerra superaba los 71.000, se están produciendo pequeños avances rusos. Se están llevando más soldados a ese flanco, donde el grupo de mercenarios Wagner lidera la ofensiva, como la que les valió la conquista de Soledar del mes pasado, la única victoria que se apunta Rusia prácticamente desde que comenzó la remontada ucraniana, en verano.
Wagner dice que la pelea es ya calle a calle y Kiev confirma que hay días de 14 combates en su periferia. Esta es, hoy, la batalla más larga de esta guerra y es importante para Rusia en su objetivo de imponerse en todo el Donbás. Sería, además, un cambio de aires, un giro en su suerte, tras meses de pérdidas. "Son días de feroz batalla, es muy duro y muy difícil", confirma Zelenski en sus mensajes por Telegram.
El punto quinto es el actual, con Bakhmut como punto caliente. Moscú no parece estar concentrando nuevas unidades en torno a ninguna ciudad u objetivo de guerra en particular, según los Gobiernos de EEUU y Reino Unido y tanques de pensamiento como el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW). Las fuerzas rusas parecen estar a la defensiva, porque la llegada del invierno ralentizó las operaciones ucranianas sobre el terreno, que ahora esperan por más armas occidentales. En las últimas semanas, la promesa de tanques y misiles ha reconfortado a Kiev, que aún así pide aviones de combate para adelantarse a lo por venir, la campaña de primavera, que quizá llegue antes porque Rusia, dicen los analistas, quiere adelantarse a la llegada de ese nuevo material para su adversario. No parece que vaya a cambiar el curso de la guerra, pero pueden poner de cara el combate para los ucranianos.
Aunque no se produzcan avances militares significativos, los ataques rusos contra las principales urbes ucranianas se han intensificado. Este febrero se ha producido la mayor andanada con misiles S-300 desde el inicio de la guerra. Los bombardeos provocan repetidos cortes de electricidad por el país y en Jersón, sus residentes huyen pocas semanas después de haber sido liberada. Moscú ha negado repetidamente que los objetivos de sus misiles sea los civiles, aunque Putin sí ha admitido que sus tropas han impactado instalaciones energéticas. En esta guerra, otra de las pesadillas constantes se llama Zaporiyia, la central nuclear que ahora mismo domina Rusia.
Zelenski insiste en que se trata de "aterrorizar" a la población, golpeando en ciudades "densamente pobladas", y llama la atención sobre el riesgo de que caigan sobre objetivos cada vez más arbitrarios, ya que Rusia está apurando cada vez más, "lanzando sus proyectiles cada vez más lejos y perdiendo precisión". En esas estamos, esperando lo que puede pasar.
Obviamente, nadie habla de negociaciones más que como ciencia ficción. Hubo encuentros, sobre todo amparados por Turquía, en las primeras semanas de conflicto, pero pronto se vio que no sirvieron de nada. En estos meses, sólo se han logrado algunos pasillos para evacuar civiles y, eso sí, un acuerdo para permitir que el grano ucraniano, esencial para todo el mundo y, en particular, para países en vías de desarrollo, pudiera salir con un flujo relativamente estable. El Gobierno de Kiev ha presentado un decálogo para sentarse a la mesa de negociación, que el Kremlin rechaza.
Estamos ante la la primera triple guerra en la historia europea, civil, entre Rusia y Ucrania; y con los países que apoyan a Kiev, y todo es tan nuevo como abierto.
Las lecciones aprendidas
Mira Milosevich, investigadora principal para Rusia, Eurasia y los Balcanes del Real Instituto Elcano, ha publicado un análisis a propósito de este aniversario en el que desgrana las lecciones aprendidas en este año. Hay una general, que recorre todo el texto: "La lección más importante de este conflicto, que se prevé largo, es que, si Rusia ganara y consiguiera cambiar las fronteras por la fuerza, nos obligaría a definir otros principios básicos de un nuevo orden internacional que sería más cómodo para las autocracias y para los enemigos de la democracia liberal". Y otra más: la guerra "pudo evitarse" y no se hizo, porque ni Rusia supo influir sobre Ucrania ni los aliados de Kiev pudieron disuadir a Moscú de que las armas eran la mejor opción.
En el caso de Rusia, destaca que se ha llevado la sorpresa de que la unidad occidental era mayor de la esperada -en su división confiaba para que Kiev estuviera débilmente protegido-, de que su poder como vendedor de energía no ha sido tan paralizante para sus dependientes clientes, de que EEUU no estaba tan perdido como le hacía parecer la atropellada salida de Afganistán, y que no le ha servido siquiera su disuasión nuclear para amedrentar. "Por primera vez en su historia, Rusia no tiene aliados en Occidente", constata. "Ha sido humillada, pero no derrotada", previene.
En el caso de EEUU y Europa también hay lecciones que apuntar. La principal, "que la Alianza Atlántica sigue siendo el marco fundamental de seguridad y defensa de Europa, y que EEUU, con su liderazgo, ha sido clave en la respuesta del bloque transatlántico en su apoyo a Ucrania, lo que pone en entredicho la autonomía estratégica de la UE". Esa OTAN que Francia veía en "muerte cerebral" se ha recobrado, no sólo enarbolando la bandera de los valores que quiere defender en Ucrania, sino poniendo a sus socios (de forma individual, no como bloque) a ayudar a Kiev y ampliando sus miembros, con Suecia y Finlandia en proceso de entrar, asustados ante el ansia expansionista de Putin.
Milosevich recoge también como lección para Occidente la necesidad de reconocer la valía de Zelenski, su administración y su ejército, cuando pocos contaban con su resistencia, o el nuevo poder adquirido por los países Bálticos, los vecinos de Ucrania, en la toma de decisiones. Y se fija en la energía, esa en la que Rusia era vital y ya no lo es tanto a base de alternativas, acuerdos, transición verde y ahorro. "La ruptura de las relaciones económicas y energéticas entre Europa y Rusia ha marcado el final de la Ostpolitik (‘política hacia el este’ en alemán), es decir, de la confianza en que las relaciones comerciales puedan y deban suavizar las relaciones políticas. A pesar de las dificultades y la subida de los precios de la energía, la UE ha sido capaz de mantener su unidad en el apoyo a Ucrania y de ir disminuyendo drásticamente su dependencia de los hidrocarburos rusos, aunque deberá probarlo en el invierno de 2023-2024, cuando la UE deje por completo de importar gas y petróleo ruso".
Lo por venir
Nadie sabe lo que va a pasar en Ucrania. Ni el mes que viene ni en lo que queda de año. Hablar de plazos es llenar papel -o pantallas- porque los elementos y actores en juego son tantos, tan cambiantes, tan volátiles, que se pueden apuntar líneas maestras, pero nada más. Un informe del think thank del Ministerio de Defensa, el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), teme una "cronificación" del conflicto que arrastre a las partes a "un callejón sin salida". En este escenario, cree que Ucrania, en el mejor de los casos, está abocada a una "victoria pírrica".
El coronel José Pardo de Santayana analiza tanto los antecedentes que derivaron en la ofensiva militar de Rusia como los escenarios que se plantean en el futuro y subraya que se trata de una guerra cuya dimensión no se conocía en el continente europeo desde el final de la Segunda Guerra Mundial y su gravedad aumenta por la opción nuclear y "el peligro de que Europa se vea arrastrada a una guerra de consecuencias imprevisibles". A ello se suma que ha tenido lugar en un contexto estratégico de "creciente rivalidad" entre las grandes potencias: Estados Unidos, por un lado, y Rusia y China, por el otro. "Lo que está en juego trasciende pues al espacio europeo y se proyecta a nivel global", avisa.
"La guerra tiende a cronificarse con una lógica que arrastra a las partes a un callejón sin salida", augura aludiendo a la "determinación para lograr sus objetivos" de ambas partes. Por un lado, remarca que Kiev está dispuesta a recuperar todo el territorio perdido mientras que, por otro, Moscú considera la derrota como "una amenaza existencial por la posibilidad de una guerra civil o, incluso, de un desmembramiento territorial". En este escenario, avisa de que "el oso herido y acorralado se vuelve más peligroso", en referencia al presidente ruso, Vladimir Putin, y teme que "el grado de barbarie que esta contienda está generando tiende a empujar a las partes hacia un abismo desconocido".
El informe analiza las alternativas de Rusia y cree que Putin puede tener la esperanza de que su dominio estratégico le permita dividir a los países europeos y destruir la economía y la capacidad de combate ucranianas. Mientras, apunta que la Casa Blanca "no puede permitir" que Rusia "salga airosa", ya que eso "dañaría irremisiblemente su liderazgo internacional y dejaría a Estados Unidos muy debilitado frente al reto chino, su actual prioridad estratégica".
Por ello, adelanta que Washington sostendrá a Ucrania todo el tiempo que haga falta" con la esperanza de que Rusia "se hunda en el proceso, aprenda la lección y pierda el rango de gran potencia". En cualquier caso, cree que, en el mejor de los casos Ucrania está abocada a "una victoria pírrica", igual que le sucedió a España en la Guerra de la Independencia.
Además, avisa de que, cuanto más dure la guerra, más destruida quedará también Ucrania, "no pudiendo descartarse su partición". "La ausencia de una posible solución diplomática brinda un incentivo adicional para que ambas partes terminen escalando esta guerra", apunta.
En este contexto, adelanta que Estados Unidos podría llegar a "unirse a la lucha" si está "desesperado" por ganar o por evitar que Ucrania pierda; mientras que Rusia podría emplear el arma nuclear "si está desesperada por ganar o se enfrenta a una derrota inminente". El informe no olvida tampoco que Estados Unidos está sometido a "enormes" tensiones internas que podrían desembocar en una crisis política "grave", cuya repercusión puede ser determinante para el resultado de la guerra.
¿Fecha de fin? Quién la sabe. Los ucranianos siguen en pie, luchando por sus vidas. El reto es sobrevivir y para el resto del mundo, ajustarse a los tiempos de vacas flacas. Es importante no insensibilizarse ante los crímenes de guerra, no bostezar ante las noticias que siguen y seguirán llegando. El síndrome de la compasión cansada no es lo que merecen las víctimas.