Arrimadas y Carmena como síntoma
La pasada campaña electoral catalana puso de manifiesto una doble vara de medir cuando se habla y se juzga a políticas y a políticos. El trato que recibió Inés Arrimadas lo certifica. Doble vara que también es visible en el tipo de críticas que recibe Manuela Carmena por querer implementar nuevas y diferentes políticas para abordar las consecuencias de los botellones.
Foto: EFE
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Se puede estar en las antípodas políticamente de Inés Arrimadas --tan sólo hay que analizar la política lingüística que propugna su partido-- y al mismo tiempo sublevarse y considerar una asquerosidad cómo la trató una parte de los medios durante la pasada campaña electoral. (Obviaré las agresiones sexuales verbales que sufrió en las redes sociales o en comentarios a los artículos de prensa.)
El sexismo, el machismo, rezumaba por todos los poros a la hora de criticar y juzgar sus intervenciones, puesto que no se atacaba su ideario ni las políticas que representa, sino a ella personalmente, y ya se sabe que si se es mujer, los ataques personales se transforman en cargas de profundidad. No sé si unos ataques que van contra el hecho de ser mujer y no contra las políticas que propugna consiguen el objetivo que pretenden; me gustaría pensar que no, que se giran contra quien los perpetra.
Formalmente, aunque estos usos afortunadamente van disminuyendo, se la ha llamado por el nombre y no por el apellido; se le ha añadido el muy familiar y poco respetuoso (en este contexto) artículo determinado «la» delante del apellido; incluso se la llegó a denominar con el tratamiento de «señorita», que presenta a las mujeres como menores. En otro orden de cosas, se mencionaba su juventud y sus atributos físicos, o se hablaba de la relación con su pareja.
Incluso quien la quería defender, patinaba. En una tertulia matinal de la Ser, Manuel Milián Mestre (fundador de Alianza Popular, secuaz y gran admirador de Manuel Fraga, orgulloso financiador --conjuntamente con Fomento-- de Jordi Pujol y de la corrupta CiU en las primeras elecciones para poder derrotar a la izquierda), se postula como paladín de la objetividad, cuando comentando el debate electoral que la noche anterior había organizado 8TV, manifiesta que le gustó Miquel Iceta (PSC-PSOE) y «la muchacha esta de Podemos». Quería decir Arrimadas, candidata de Ciutadans. Al margen de la lamentable imprecisión, aunque Albert Rivera (1979) y Arrimadas (1981) sólo se llevan dos años, no he oído nunca que Milián se refiera a él como a «este mozalbete». Nada nuevo bajo la capa del cielo: el abc del sexismo para presentar o evaluar a una mujer.
Ya más específicamente se la llamó «lideresa». Es interesante recordar que aunque Esperanza Aguirre usara este sustantivo para autodenominarse, ello no te autoriza a apuntarte con pasión a aplicarlo a otras líderes. No es lo mismo autodenominarse que denominar. En ocasiones he podido constatar que las componentes de la asociación guineana E'Waiso Ipola se llaman «negra» entre ellas o usan la palabra para autodenominarse. Sólo ellas tienen derecho a actuar así; de ninguna manera, esto autoriza a una foránea a hacerlo.
Desde un aspecto ya menos formal, fue sorprendente que muchos medios la acusaran de esconderse detrás del líder de su partido, Albert Rivera; que la presentaran como su vicaria o una mera comparsa. Es una táctica habitual de Ciutadans lucir la tersura de Rivera en todo tipo de elecciones, incluso fuera de Cataluña. El pasado mes de mayo pude observar cómo en lugares donde quizás no ha estado nunca y, por supuesto, donde no se presentaba como candidato, por ejemplo, en Aguilar de Campoo o en Carrión de los Condes, Rivera ponía la cara por quien sí que se presentaba. Por otra parte, fue Arrimadas y no Rivera quien fue a todos los debates electorales. Si era una mera marioneta, ¿cómo es que no se la comieron con patatas el resto de avezados y curtidos candidatos?
Vayamos más al fondo. Casi en paralelo, Manuela Carmena tantea maneras de solucionar las asquerosas consecuencias de algunos de los actos de un sector de la población pretendidamente ilustrado, educado y letrado: el estudiantado universitario. Apunta la elemental y justa idea de que quien ensucie, que limpie. Es especialmente reveladora la respuesta de la Coordinadora de Representantes de Estudiantes de Universidades Públicas tachando lo que no es más que trabajo doméstico como un intento de «imponer trabajos forzosos».
¡Ay, con el trabajo doméstico hemos topado!, aquellas labores que en buena parte suelen hacer gratuitamente las mujeres. Quien haya trabajado en un instituto de secundaria sabe hasta qué punto la juventud tiene inculcada la idea de que el trabajo doméstico no dignifica, al contrario, humilla y rebaja. En mi experiencia como profesora, puedo decir que una de las estrategias que mejor resultado daba era que alguna de las limpiadoras del instituto explicara en clase en qué consistía el trabajo de limpiar aulas y pasillos. Se cortaba en seco la consideración de que era estrictamente responsabilidad de ellas o el comentario cínico de que si no ensuciaban concienzudamente las clases, se quedarían sin trabajo. Quizás sería conveniente que la Coordinadora se fijara en envidiables e importables modelos europeos: en las universidades danesas, comisiones de estudiantes se hacen cargo de la limpieza de los botellones sin que se les caiga ningún anillo por tener que responsabilizarse de recoger su propia basura.
La respuesta de gran parte de los medios y de algunas políticas y políticos ha sido burlarse de Carmena, tachar de ocurrencia la posible propuesta; no puedo evitar ver concomitancias con la manera como han tratado a Arrimadas. Por alejadas que estén políticamente, comparten el pecado original de ser mujeres.