El PSOE ya tuvo un Corbyn
El fenómeno Corbyn es la defunción del voto útil, pero también un grito de ira contra la injusticia, un fenómeno que prolifera en el mundo en distintas versiones y que no busca alternativas de poder, sino una expresión más de protesta. Se ha visto también con Le Pen en Francia o con Donald Trump en Estados Unidos.
Imaginen que en lugar de Pedro Sánchez las primarias del PSOE de hace un año las hubiera ganado José Antonio Pérez Tapias. El mismo terremoto que ha desatado la elección de Jeremy Corbyn como nuevo líder del Partido Laborista en la política británica se hubiera provocado en nuestro país con la victoria del decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada. Quizá hoy el PSOE no estaría en el 25 por ciento en intención de voto en las encuestas, sino en el 14 que es donde está Podemos; quizá no fuera Alberto Garzón, sino Pérez Tapias, quien estuviera pidiendo entrar en las listas de Pablo Iglesias, para las elecciones generales; quizá los socialistas hubieran perdido ya la hegemonía de la izquierda que auguraban hace un año los más agoreros o quizá la derecha ya hubiera celebrado la desaparición de un partido centenario por subirse a la ola del pseudosocialismo populista. No sabemos lo que hubiera ocurrido, claro, porque una cosa es servir de acicate y buscar refugio en opciones testimoniales y otra es ser una alternativa de poder real. Pero, el PSOE ya tuvo su propio Corbyn y dijo "no".
Tapias defendía el derecho a decidir de los catalanes sobre su relación con España; prometía devolver al PSOE sus esencias; resituar al partido en la izquierda para alejarlo del neoliberalismo; convocar un referéndum para elegir entre Monarquía y República; abrir un proceso constituyente que garantizara la laicidad del Estado y crear una banca pública... Representaba a la izquierda más radical del partido. Pero, el PSOE dijo "no" al viejo profesor que, igual que Corbyn, hablaba con tono medido, lucía barba blanca, denunciaba la desigualdad social y la ortodoxia merkelista de la austeridad y prometía subidas de impuestos para los ricos, si bien no llegó a proponer nunca, como sí ha hecho el nuevo líder de la izquierda radical europea, ni la salida de nuestro país de la OTAN ni la segregación de las mujeres en el transporte público para protegerlas de los abusos sexuales.
El fenómeno británico tiene más similitudes con la irrupción de Podemos en la escena política española y la victoria de Syriza en Grecia que con lo ocurrido hace un año en el PSOE, quizá porque aquél fue un proceso abierto a la militancia y no a los simpatizantes como en el caso del Laborismo, donde además de los sindicatos y los miembros de la formación han podido participar todos aquellos que firmaron un acuerdo de adhesión a los objetivos y valores del Partido Laborista y pagaran 3 libras.
Su ascenso, como el de Iglesias o el de Tsipras, tiene que ver con lo que los sociólogos llaman la canalización de un estado de ánimo, el de la indignación con las políticas de austeridad, la desigualdad generada por la crisis y la falta de respuestas a los problemas desde los partidos
tradicionales. Es probable que quienes han votado a Corbyn no crean en sus posibilidades para llegar a primer ministro ni en que vaya a cambiar sus vidas. Es la defunción del voto útil, pero también un grito de ira contra la injusticia, un fenómeno que prolifera en el mundo en distintas versiones y que no busca alternativas de poder, sino una expresión más de protesta. Se ha visto también con Le Pen en Francia o con Donald Trump en Estados Unidos. Los expertos lo llaman regresión ideológica y en el caso de la socialdemocracia, un retroceso a la izquierda tradicional de hace 50 años que puede tener un efecto contagio en Europa. No en vano la Tercera Vía de Tony Blair anticipó antaño la senda por la que transitaron otros socialdemócratas hasta llegar al liberalismo social, la desregulación, la descentralización y la reducción de impuestos en busca de disminuir el peso del Estado.
Ignacio Varela, consultor político, cree que la socialdemocracia clásica que gobernaron grandes líderes como Willy Brandt (Alemania) Olof Palme (Suecia) o Felipe González (España) lograron cambiar la realidad de la gente, pero dieron paso a liderazgos más líquidos o "postmodernos" como el de Blair o Zapatero, por lo que no descarta que el efecto Corbyn tenga otras réplicas en la socialdemocracia europea y se inicie un proceso de regresión como consecuencia de la falta de respuestas a los grandes problemas de Europa y la frustración de la sociedad.
De momento, el entusiasmo por la victoria del "Pablo Iglesias británico" que ha corrido estos días por las redes sociales ha contagiado a algunos sectores del PSOE. Más a la militancia que a los cuadros. El propio Pérez Tapias escribía en su cuenta de Twitter: "La victoria de Jeremy Corbyn entierra el Nuevo Laborismo de Tony Blair. Adiós a la Tercera Vía. ¡Por fin!"
Más sorpresa causó lo escrito por la consejera de Igualdad y Políticas Sociales de la Junta de Andalucía, María José Sanchez Rubio: "Buena noticia. El laborismo británico elige a Corbyn y emprende su giro a la izquierda".
¿Tiene algo que celebrar el PSOE de Pedro Sánchez tras la victoria de Corbyn? Desde la dirección federal no lo creen, tampoco que vaya a tener un efecto contagio en Europa, menos después de la experiencia de Alexis Tsipras y su viaje a la ortodoxia europea. Su mensaje de felicitación, tras conocerse el resultado de las primarias del laborismo fue más bien de cortesía: "El PSOE desea suerte al Partido Laborista británico y felicita a su nuevo líder Jeremy Corbyn". Pero su impresión es que o Corbyn busca la convergencia con el ideario de otros socialdemócratas europeos o sus posibilidades de llegar a candidato dentro de cuatro años y medio serán nulas. Es la impresión de la mayoría de los cuadros dirigentes, para quienes la elección de Corbyn arruina cualquier posibilidad próxima de que el Labour gane unas elecciones y regrese al poder. El problema es que la misión de alertar sobre los efectos colaterales de la elección de Corbyn, que recayó en el Reino Unido sobre los históricos del laborismo (Nel Kinnock, Gordon Brown o Tony Blair) sirvió de poco para una militancia y una sociedad harta de la política convencional, su falta de respuestas y su inmovilismo. "Quienes sientan que su corazón se inclina por Corbyn, deberían someterse a un transplante", afirmó en balde Blair en plena campaña.
La pregunta es si el PSOE, pese a todo, estaría dispuesto a someterse a una intervención de alto riesgo y a corazón abierto. Hace un año, lo tuvo claro. Hoy, las posibilidades son dudosas porque al liderazgo de Pedro Sánchez, tantas veces cuestionado, de momento le han salvado dos cosas. Una, mantener una línea política sensata con el manual heredado del equipo de Rubalcaba y el resultado de las elecciones del 24-M en el que la recuperación del poder institucional le hizo de contrapeso. ¿Tras las generales? Quién sabe. El actual secretario general ya ha hecho saber que se presentará a las primarias para el congreso federal sea cual sea el resultado y se presente quién se presente. Para quien tenga tentaciones, avisan los viejos del lugar, que sepan que los poderes regionales en el PSOE siempre hacen de amortiguadores.