La voz de las mujeres iraníes en el exilio
Cuatro mujeres iraníes cuentan cómo viven la lucha de sus compatriotas durante estos días, entre la esperanza de que, esta vez sí, caiga el régimen y el temor a las represalias.
“Es emocionante pero a la vez estamos asustadas”. Llegaron a España junto a sus familias siendo unas niñas tras la toma del poder de los Ayatolás. O como jóvenes, solas, en busca de un futuro que su país les negaba. Ahora, años después, viven estos días “partidos por la mitad”, entre la rutina diaria en sus trabajos y lo que sienten cuando cogen sus móviles o encienden el ordenador y ven las manifestaciones que en todo el país reclaman libertad, y empiezan a conocer la brutal represión de la teocracia iraní.
Tras el triunfo de la Revolución Islámica en 1979, al padre de Nilfar Saberi le querían ahorcar porque era mago en las fiestas del depuesto Sha. Ella tenía 14 años cuando acabaron en España “con lo puesto”. En un descanso de su trabajo como administrativa en una oficina de Madrid habla de sus “sentimientos encontrados” de esta última semana. “Estoy muy asustada, las represalias son a tiro limpio. El pueblo se está enfrentando a fuerzas armadas a pecho descubierto”, señala.
Tras décadas de activismo por los derechos humanos en su país de origen, Nilfar se había dado un descanso. Ante lo sucedido, esta última semana casi cada día acude a una concentración, mientras por su cabeza pasan ideas contradictorias: que esto pare ya, que al menos nos quedemos como estábamos, que no haya más muertos, y también esta vez sí, se han unido todas las edades, gente de todos los credos. Hay mucho en juego porque si esto no acaba en una revolución que llegue al poder todos los detenidos acabarán ejecutados.
Fariba Ehsan, 56 años, es desde 2009 la presidenta de la Asociación Iraní Pro Derechos Humanos en España. Llegó a España en 1995, viendo las escasas oportunidades que se le ofrecía a las mujeres. A la salida de su trabajo en una agencia de viajes, estos días comienza casi una segunda jornada laboral. Atender entrevistas, organizar protestas, contactar con otros grupos de exiliados iraníes. Y lo más duro, informarse de lo que está pasando en cada momento. Para ellos son “momentos de sufrimiento”, pero también de responsabilidad por “hacer llegar la voz de las mujeres iraníes”.
“Mi sobrina me dice que se oyen los francotiradores desde su casa en Teherán”. Para evitar ponérselo fácil a la policía, Fariba explica que los manifestantes no se congregan en un solo punto sino que lo hacen por toda la ciudad, y que cuando ven una manifestación muchos conductores tratan de cerrar los caminos para que no lleguen los antidisturbios. “Es imposible saber cuánta gente ha muerto, pero tenemos esperanza de que en algún momento la policía se una a los manifestantes”. Algo que parece ya ha empezado a suceder.
“Me ilusiona que la gente se esté manifestando pero también me preocupa mucho lo que les pase”. Narges Bazarjani, de 44 años, fue detenida junto a su marido en 2011, tras las manifestaciones del movimiento verde. Cuando supieron que la condena para él eran 7 años de cárcel escaparon a España. Estos días también son para ella el recuerdo de esa huida. Ahora, con un hijo de seis años, solo pone la televisión cuando se ha dormido, y es entonces cuando rompe a llorar.
Masha Amini, la gota que colma un vaso de 43 años
Todas coinciden. La muerte de la joven Masha Amini tras ser detenida por no llevar bien puesto el velo ha sido, sencillamente, la gota que ha colmado un vaso de una frustración que lleva llenándose desde 1979. “Las manifestaciones no son por no llevar velo, el velo se ha convertido en el símbolo de ser esclavas de ellos y por eso ahora quitártelo es la bandera de la lucha para pedir nuestros derechos”, apunta Fariba, quien recuerda que para la generación de sus madres y abuelas ponerse el velo era algo opcional.
Arquitecta y pintora, Narges recuerda que ya hubo una manifestación el primer 8 de marzo tras la llegada del triunfo de la revolución encabezada por Jomeini. Después llegaron las protestas estudiantiles en 1999, y las manifestaciones en las que participó una década después en las que se acusaba al régimen de fraude electoral. Desde el primer momento, “la lucha ha sido diaria”, puesto que “no hay un día que no haya un altercado con la Policía Moral”. La diferencia es que la generación de su madre y la de ella misma huían. Ahora las jóvenes iraníes han empezado a plantarles cara.
Desde Teherán, una amiga le contó como una madre de unos 50 años suplicaba en la calle a su hija que no se uniera a una protesta espontánea. Cuando la hija ya estaba lejos, la madre le reconoció que se alegraba de que las jóvenes, incluida su hija, ya no tuvieran miedo. “Después de muchos intentos, han perdido la esperanza de que el régimen cambie. No tienen nada que perder, por eso luchan sin límite”.
La revuelta que esquiva la censura
Según la clasificación de Reporteros Sin Fronteras, en 2021 Irán era el séptimo país en el mundo donde la libertad de prensa se encontraba más amenazada. En su Informe Anual de este año, Amnistía Internacional denunciaba bloqueos en plataformas Facebook, Telegram, Twitter y YouTube, así como detenciones por publicar en redes sociales contenidos “contrarrevolucionarios” o “contrarios al islam”. En la última semana, el gobierno de Irán habría cerrado Internet durante días enteros.
Sin embargo, quienes protestan han conseguido sortear todos estos muros y los perfiles de los iraníes en el exilio se han llenado de imágenes de las manifestaciones protagonizadas por mujeres. En algunas cuentas de Telegram como esta, cada video de la última semana supera las 100.000 visualizaciones.
“A veces salen a ciegas, sin saber dónde es la protesta”, señala Nilfar. “Los teléfonos locales sí están funcionando, pero también cuando acaba una manifestación quedan para la siguiente. Llevan muchos años, saben cómo hacerlo”, completa Fariba.
Solmaz acaba de terminar un doctorado en Ciencias Políticas en el País Vasco. Se fue de Irán para tener un futuro académico sin el requisito de tener que alabar al régimen en todo momento. “Yo hace poco estaba en las protestas, les entiendo”, le cuenta al Huffington Post desde Vitoria, donde vive desde 2015. Como el resto de sus compañeras en el exilio vive con sentimientos encontrados, “feliz de que los jóvenes estén protestando”, pero con la preocupación de que “nadie sabe qué está pasando exactamente en Irán” debido a la censura y los cortes de conexión y la convicción de que “el régimen es brutal, no tendrá compasión”.
Por primera vez, un futuro incierto
Tras más de 40 años de un régimen que se perpetúa sin apenas cambios, por primera vez estos días parece que cualquier futuro es posible en Irán. Las iraníes en el exilio miran con dudas e incertidumbre cada acontecimiento y se dividen en sus previsiones. De las cuatro entrevistadas, Solmaz es la que se muestra la más optimista. “Gracias a Internet esta generación sabe muchas más cosas que nosotros, saben que para poder llevar una vida normal tienen que tener derecho a decidir sobre cualquier cosa”. Según ella, la unión mostrada en las protestas entre personas de diferente credo, lugar de origen e ideología, apoyando la lucha por los derechos de las mujeres ha provocado “un daño tremendo” en los cimientos de la República Islámica.
Nilfar también confía en que antes o después haya en Irán, “una democracia normal, con elecciones verdaderamente libres”, aunque advierte del peligro de que, como hace 43 años, algún grupo “robe la revolución” y de algún modo se apropie de la voluntad de cambio del pueblo iraní. “Sabemos que este es un gobierno terrorista y va a matar a la gente hasta el último momento que pueda, pero esta vez sí tenemos esperanza”. Y la motiva en un momento concreto, cuando los antidisturbios vuelvan a su casa y hablen con sus familiares, entonces “poco a poco se van a ir uniendo a las protestas”.
Mientras que Fariba ve muchos impedimentos, tanto dentro como fuera de irán, para que la situación cambie. Por eso pide que en cada país la sociedad presione a sus dirigentes para que las relaciones comerciales no impidan las presiones diplomáticas a favor de un cambio.
Por su parte, Narges reconoce que es pesimista sobre el futuro de las movilizaciones. “La última vez que cortaron internet [como han hecho estos días] mataron a 1.500 personas”. Pero lo que más desea en el mundo es equivocarse.