Pulso digital y desglobalización en tiempo de pandemia

Pulso digital y desglobalización en tiempo de pandemia

El nuevo coronavirus se está utilizando como justificación para dar el gran salto digital.

Una enfermera italiana ayuda a una paciente de coronavirus a mantener una videoconferencia con su familia. PIERO CRUCIATTI via Getty Images

Por Gaspar Llamazares Trigo y Miguel Souto Bayarri, médicos y autores junto a la psicóloga Gema González López del libro recientemente publicado Salud: ¿derecho o negocio? Una defensa de la sanidad pública.

Por una vez, tendremos que estar de acuerdo que España ha sido de los países más castigados por el nuevo coronavirus, tanto desde el punto de vista sanitario cómo económico, y tanto en la primera ola como en los rebrotes / segunda ola. La decisión tomada con el confinamiento se debió a que el principal problema en los hospitales se planteaba en los servicios de urgencias y en que no hubiera suficientes camas de UCI para los enfermos graves de la covid-19.

No es que hayamos pasado de nuevo la mal llamada gripe española; no ha sido nada comparable tampoco a la Segunda Guerra Mundial. Pero el problema (global) está siendo de envergadura. Tanto es así, que el fondo de recuperación europeo ha lanzado 750.000 millones a los presupuestos de los Estados miembros con lo que también estaremos de acuerdo en esto: frente a la austeridad suicida de 2010, hoy tenemos fondos para decidir proyectos de

inversión, orientados a transformaciones estructurales concretas, y esto incluye de manera prioritaria a la sanidad y los hospitales.

Para comprender hasta qué punto es complejo el universo de la sanidad y de nuestros hospitales, estos y nuestras sociedades son espacios muy tecnológicos, y lo serán todavía más en el futuro. El mundo sanitario es un consumidor voraz de tecnología, la investigación clínica es cada vez más avanzada y dependiente de la industria privada y la tecnofilia de las élites está al orden del día. Por si todo esto fuera poco, aprovechando la covid-19, las relaciones (sin intermediarios tecnológicos) entre los profesionales sanitarios y los pacientes va perdiendo terreno a favor de las relaciones telemáticas.

En definitiva, la irrupción del nuevo coronavirus frenó algunos debates que estaban todos los días en los medios, cómo el del conflicto con Cataluña, pero ha sido el gran acelerador de otros procesos que también estaban en marcha: en primer lugar, ha impulsado una suerte de proteccionismo / desglobalización (reshoring) abanderado por un número importante de países y, en segundo lugar, ha removido las aguas de la digitalización, que ha acelerado su penetración en todos los ámbitos. Avances cómo la inteligencia artificial han pasado incluso del mundo académico al geopolítico, con la disputa abierta por su hegemonía entre USA y China, y pugnan por ocupar también todo el espacio social.

España está totalmente al margen de la carrera por la innovación, la ciencia y la digitalización. Y Europa tampoco juega un papel importante en la “segunda guerra fría” entre USA y China.

Este proceso de desglobalización, o al menos buena parte mismo, va a depender de los resultados de las elecciones de noviembre en EEUU. Ya hay quién ha aventurado un nuevo impulso de la globalización si Trump pierde las elecciones. No podemos perder de vista, como dice Stiglitz, que los problemas globales como la automatización y el cambio climático solo se pueden abordar a través de la colaboración de los países.

Hasta ahora, y básicamente en relación con la pandemia, el proceso de globalización / desglobalización va dejando unas huellas que marcan nítidamente el momento geopolítico:

  • La falta de reactivos para los kits de detección del RNA vírico que se producenfundamentalmente en dos compañías, Qiagen y Roche, ha retrasado la producción de los test, incluso en una superpotencia como EEUU.
  • China está utilizando la pandemia para extender su influencia en el mundo. Cuando a principios de marzo Italia pidió ayuda a Europa y equipación médica de urgencia, ningún país europeo respondió, pero sí lo hizo China.
  • EEUU / Trump ha cedido el liderazgo en la respuesta global contra el nuevo coronavirus. Y China pugna por ocupar al menos parte de ese lugar.

Al aceptar lo dicho anteriormente, tendremos que aceptar también que el nacional-populismo xenófobo se ha comportado como azote de los organismos multilaterales como la ONU y la OMS y va por una senda incompatible con los valores democráticos. Durante la pandemia, se ha movido en el terreno de lo esotérico y ha planteado soluciones negacionistas con exposición libre al coronavirus más inmunidad de rebaño.

De modo que hay otro mensaje: las políticas del trumpismo se reconocen por su gran ineptitud en el manejo de la pandemia, su negacionismo con el cambio climático y su rechazo a los refugiados e inmigrantes. Por todo esto son tan importantes las elecciones de noviembre en Estados Unidos. En este sentido, la nominación de Kamala Harris como candidata a la vicepresidencia de los Estados Unidos en el tándem demócrata es una buena noticia porque consolida las posibilidades de una alternativa al trumpismo.

  Mural en Berlín que represent al presidente chino, Xi Jinping, y al estadounidense, Donald Trumo, dándose un beso con mascarilla. Maja Hitij via Getty Images

Mientras tanto, España está totalmente al margen de la carrera por la innovación, la ciencia y la digitalización. Y Europa tampoco juega un papel importante en la “segunda guerra fría” entre USA y China, como dicen los halcones americanos, que es básicamente tecnológica (los episodios Huawei y TikTok son la punta del iceberg).

La primera guerra fría términó con resultado favorable para EEUU, veremos la “segunda”. Como ha dicho George Soros recientemente, China es líder en inteligencia artificial, y esta genera instrumentos de control que son muy útiles para una sociedad cerrada, y que representan un claro peligro para una sociedad abierta, cómo es la que queremos construir en Europa.

La deriva autoritaria de los EEUU también hace discutible, hoy por hoy, su papel como sociedad abierta. De modo que el pulso entre ambas superpotencias no tiene que terminar necesariamente en la derrota de una de las partes sino que hay lugar también para la convergencia de sistemas. Convergencia hacia el hiperconsumo, la precariedad social y el autoritarismo.

Llevamos mucho tiempo escribiendo sobre los avances en inteligencia artificial, y esos avances nos han preocupado especialmente durante los últimos tiempos por diferentes motivos. A algunos, por cuestiones próximas a la ciencia-ficción, como si la IA pudiese escapar al control de los humanos. A nosotros, por cuestiones de otro tipo, desde el aspecto laboral por si la IA y la automatización pudiesen reemplazar a los trabajadores y ocupar muchos de sus puestos de

trabajo; o por la capacidad de la IA para facilitar a los estados autoritarios el control de los ciudadanos.

El nuevo coronavirus se está utilizando como justificación para dar el gran salto digital.

Por eso, creemos que no es del todo exacto decir que China no pretenda extender su modelo, como se dice con frecuencia. En cualquier caso, lo que está claro es que, desde su gaige kaifang, iniciado por Den Xiao Ping a la muerte de Mao, lo que sí pretende es extender su influencia.

Hoy, nadie duda que la combinación del control masivo de la población con la inteligencia artificial recrea una suerte de autoritarismo digital. Paralelamente, los instrumentos de control producidos por inteligencia artificial pueden ser útiles para controlar a la covid-19 y, paradójicamente, eso los hace más aceptables en nuestras sociedades abiertas.

En estos meses de pandemia nos hemos familiarizado con aplicaciones informáticas para el control de los contagios y nos hemos convencido de la necesidad de los rastreadores como método para prevenir la extensión de los rebrotes. De las app, a pesar de todo lo que se ha hablado de ellas, no se conocen todavía resultados en el mundo; de los rastreadores se sabe que algunas comunidades autónomas en nuestro país no han hecho los deberes y han planificado sus labores de búsqueda sin contratar personal suficiente.

Es en ese escenario, además, en el que nos estamos comportando como clientes sumisos, a sabiendas de que llegado el momento vamos a tener que tomar partido por una de las dos potencias.

El nuevo coronavirus se está utilizando como justificación para dar el gran salto digital, cuyas muestras, además de la gran maquinaria de guerra que están construyendo las grandes potencias, son las siguientes: la administración y burocracia digitales (el gran cambio: se puede reclamar en un mostrador pero es mucho más difícil hacerlo en un ordenador); la telemedicina (el triunfo definitivo de la medicina de máquinas sobre la medicina de palabras); las clases telemáticas (adiós a la creatividad y a la educación como ascensor social); el teletrabajo (jornadas sin horarios, invasión del espacio privado y aislamiento); y, por último, las aplicaciones de rastreo.

Pero ese giro hacia un futuro distópico no tiene que ganar. El lado oscuro de la tecnología no tiene que enterrar un impulso tecnológico ligado a la justicia social. La innovación y la tecnología no deberían impedir que los hospitales continúen siendo un instrumento social que se abra cada vez más a la participación de los ciudadanos y de los profesionales sanitarios.