Los populistas se van y el populismo permanece
El populismo es un virus letal para la democracia que contamina y degrada todo lo que toca
Las palabras vuelan, lo escrito queda.
Cayo Tito al senado romano.
Ha dimitido, es verdad que en diferido, el primer ministro británico Boris Johnson, atrapado entre su política de hechos consumados en la gestión del acuerdo de salida de la UE y la permanente sobreactuación histriónica como identificativa de su gobierno. Al final, ha acabado enredado en sus mentiras habituales, tanto en relación al acuerdo sobre el Brexit, como sobre sus fiestas en Downing Street en pandemia, que provocaron una moción de censura salvada con una victoria pírrica en su propio grupo parlamentario, y ahora con la cadena de dimisiones en el gobierno con respecto al último caso de acoso sexual conocido dentro de su propio partido y de sus nuevas mentiras al respecto. Todo ello en un proceso todavía lleno de incógnitas sobre el momento de su salida que han motivado la moción de confianza laborista.
Sin embargo, su carácter desmesurado e histriónico no es algo diferente de las características propias del político populista que en su momento le catapultaron al puesto de candidato y de primer ministro. Ni el personalismo ni el menosprecio de las instituciones ni la vulneración de los acuerdos ni la mentira son para él ni para el populismo en general algo nuevo. Muy al contrario, formaban ya antes y forman hoy parte de su naturaleza y cada día más de la de los partidos como en el caso de los tories.
Al mismo tiempo, en España el Partido Popular avanza en la estrategia tándem que normaliza la relación con la ultraderecha en la coalición de gobierno en Castilla y León que ha convertido a los sindicatos, las organizaciones feministas y la memoria como su oscuro objeto de deseo, al tiempo que profundiza en una oposición basada en el catastrofismo y la mentira sistemática sobre los datos de la situación económica, que sumada a la continua deslegitimación del gobierno progresista negando la renovación de los órganos institucionales con ello pretende configurar una realidad alternativa de ruina y radicalismo. Un puño de hierro populista enguantado en la seda de una supuesta moderación política llena de ruedas de prensa y propuestas ambiguas, debidamente amplificadas por parte de los medios de comunicación conservadores. De este modo, Núñez Feijóo se presenta a sí mismo como la antítesis del dirigente populista, aunque previamente ha incorporado las alianzas y la estrategia del populismo.
Sin embargo, el reciente debate del estado de la nación ha supuesto el primer aterrizaje brusco en la realidad política de esta realidad alternativa de estilo trumpista, construida en base a las mentiras y la estrategia del agravio y el resentimiento por parte de la derecha de la mano de la ultraderecha. El giro del gobierno Sánchez para asumir el problema de la inflación y ponerse al frente de las medidas para paliarla, la ha puesto en evidencia. En este sentido, no deja de resultar curioso que Núñez Feijóo acuse a los nuevos impuestos a los beneficios excepcionales de los sectores financiero y bancario, anunciados por el gobierno, de populismo fiscal y que dicha acusación provenga del mismo partido y del mismo dirigente político que han hecho de la rebaja generalizada de impuestos su principal y casi única propuesta para hacer frente a la actual escalada de precios. Un político moderado pero con un relato y una agenda también bastante desmesurados.
En definitiva, se van marchitando rápidamente los principales dirigentes populistas, primero Trump y ahora Boris Johnson, ambos como consecuencia de las contradicciones insolubles del personalismo narcisista y de la simplificación populista al entrar en contacto con la complejidad del gobierno y la gestión de la incertidumbre, y sin embargo permanece la pandemia populista, tanto en los nuevos como en los viejos partidos así como en las instituciones y en la opinión pública, y con ella continúan las nefastas consecuencias de sus políticas para la democracia como el Brexit o la derogación del derecho al aborto. En su momento el referéndum del Brexit fue una huida hacia adelante de los conservadores británicos ante los efectos sociales y políticos de la crisis financiera, con el único objetivo de lograr la continuidad en el gobierno, para luego gestionar el resultado del Brexit en clave nacional populista frente a la Unión Europea.
Más recientemente, el gobierno de los conservadores británicos que presidido por Boris Johnson ha coqueteado con el negacionismo de la inmunidad de rebaño para hacer frente a la pandemia, todo ello en el marco de un precipitado retroceso al estado asistencial y las rebajas fiscales como involución del estado del bienestar y del contrato social de posguerra. Al menos, esta vez Johnson no ha intentado subvertir los procedimientos para evitar el relevo dentro de su partido, como sí lo hizo en su momento Trump con el asalto al Capitolio. En definitiva, los populistas se van más o menos a regañadientes pero se quedan el populismo y sus desmanes.
En los últimos tiempos le llegan también a Inglaterra las facturas económicas y sociales de la guerra que sumadas a las de la ruptura con Europa, vuelven a poner en cuestión el mantenimiento de la mayoría conservadora. En Gran Bretaña el grupo parlamentario y el partido Tory todavía existen y con el relevo en marcha han demostrado señales de que les queda aún el instinto de supervivencia, en contraste con los EEUU donde el partido republicano ha sido engullido como tal por el fundamentalismo religioso en alianza con el populismo representado por Donald Trump.
Unos EEUU en peligro de involución política, con una división social y racial rampante y en riesgo de confederalización del Estado, como consecuencia de las sentencias de un Tribunal Supremo ultraconservador que se ha convertido en un agente político fundamental de la involución de los derechos civiles y políticos conquistados desde mediados del siglo pasado como el aborto, la libertad religiosa y frente a los más recientes compromisos asumidos internacionalmente contra el cambio climático. Una muestra dramática de la contaminación populista de las instituciones.
Algo no muy diferente, salvando las distancias, ha sido el papel jugado por las derechas españolas frente al resultado electoral y en la gestión sanitaria de la pandemia, en las que hicieron una pinza negacionista con la ultraderecha, como lo hacen ahora ante las consecuencias económicas y sociales de la pandemia y de la guerra sobre la escalada de precios y el consiguiente malestar social.
En resumen, el intento de los partidos conservadores de garantizar su continuidad y el mantenimiento del poder presentándose como gestores útiles del populismo, incorporando sus políticas y en algunos casos significativos hasta el personalismo de sus dirigentes, está provocando también la mutación de su propia naturaleza. Porque el populismo es un virus letal para la democracia que contamina y degrada todo lo que toca.
No en vano Aristóteles lo consideraba como la corrupción de la democracia.