El discurso público nos da la espalda a los jóvenes
La precariedad, el acceso a la vivienda y la falta de expectativa son algunos de los problemas que afectan a la juventud.
Estar en el mundo, especialmente en los entornos políticos y laborales, y ser joven creo que implica mucha paciencia y gestión de la frustración. Convivimos con mucho paternalismo y un continuo cuestionamiento, como si no pudiésemos entender nada. Se nos dice reiteradamente que “somos el futuro”, pero lo que nos diferencia a la gente joven del resto, y por desgracia cada vez menos, es la precariedad. No solo a nivel laboral sino también vital, habitacional, la falta de horizontes e, incluso, de representación.
El aumento del paro juvenil ha incrementado la dificultad para independizarse. Las restricciones sanitarias están haciendo muy complicado la creación de espacios de socialización y de cuidados y afectando al desarrollo afectivo y psicológico. En cambio, en el espacio público no hacemos más que culpabilizar a los más jóvenes para buscar alternativas de ocio o querer estar en sus espacios seguros, que muchas veces son más los amigos que la familia.
Durante la última década se ha roto la expectativa vital de la juventud, pero todavía se nos exigen un desarrollo lineal de nuestra vida en la que poco a poco nos formamos más, consiguiendo una mejor posición laboral y nos acomodemos emocionalmente. Hace años que este relato se desconectó de la realidad y solo sirve para frustrar y enfermar a todas las personas que no cumplen con lo que se pide.
La realidad es que, a pesar de haber estudiado, nadie te garantiza tener un trabajo, si acaso de becario cubriendo un puesto de trabajo. Además, hay que tener cuenta que no todo el mundo puede permitirse estudiar, bien por el precio como por el tiempo que requiere, mientras no se generan ingresos.
Muchos universitarios se han reconvertido mediante la formación profesional, a la vez que mucha gente formada en este sistema aspira convertirse en universitario buscando el prestigio y la aceptación social. Esta realidad se ha convertido en un meme extendido donde ambos jóvenes, universitario y de formación profesional, quieren dejar atrás su formación previa.
Una vez consigues un trabajo, normalmente las condiciones son precarias, y pocas veces hay posibilidades de mejorar. Más bien se convierte en un camino de precariedad cronificada sin demasiada coherencia ni dirección. Estos trabajos muchas veces no permiten independizarse y, cuando lo hacen, a duras apenas dan para pagar el alquiler de un piso compartido. Esto tiene unas implicaciones en los horizontes a largo plazo y en la construcción de espacios propios y de intimidad para desarrollar una vida personal sólida y suficiente.
La poca atención política que recibe esta problemática se dedica a decirle a la juventud que se ha de formar más y abaratar la contratación de jóvenes por parte de las empresas. El problema va más allá del trabajo, que no puede ser el centro y la única motivación en la vida. El acceso a la vivienda tiene un rol central para desarrollarse libremente y poder construir un entorno emocional tanto de pareja (si se quiere) como de amigos. En este momento donde los espacios de socialización pública están cerrados es más importante que nunca.
Debemos entender también que estamos llevando al exilio económico a nuestros jóvenes. Esto implica un importante sacrificio, donde se ven separados de los seres queridos y tiene que generar nuevas raíces allí donde llegan. Este aprendizaje es muy duro y los enfrenta a la soledad. Nadie debería pasar por esta experiencia sin vocación, nadie debería irse lejos de casa por razones económicas.
Estas son algunas de las razones por las que mucha gente de nuestra generación está indignada y desconectada de la vida pública, a veces incluso con un cierto espíritu nihilista. Pero creo que los jóvenes tenemos que estar muy presentes en la política para poder denunciarlo y cambiarlo.
Debemos generar un marco de seguridad para todo el mundo donde se pueda cambiar de trabajo sin perder derechos y donde el desempleo no sea una constante amenaza para nuestra vida. Por eso necesitamos garantizar una base mínima con la que todos puedan contar como es la renta básica universal, que permita un marco de libertad y seguridad para el desarrollo personal.
Esta medida nos permite recuperar el futuro y poder mirarlo con esperanza y no con miedo. Redistribuyendo la riqueza hacia el 80% más pobre y poniendo un suelo seguro donde todos puedan caminar hacia donde quieran.
Hablamos mucho de seguridad, pero siempre ante la amenaza física. Nunca del peligro que supone el miedo, el abuso económico o la pobreza, que son riesgos mucho más presentes que los delitos penales. Este suelo seguro tiene que ir acompañado de un estado del bienestar fuerte donde tenemos que desarrollar una política de vivienda mucho más fuerte.
En estas elecciones creo que En Comú Podem es el altavoz que necesitamos los jóvenes para hacer visible la realidad que vivimos y vemos en nuestro entorno. Debemos transformar nuestra realidad. Estamos en una situación de emergencia que entre todas podemos revertir. Solo hace falta poner el interés de la gente común en el centro del debate. Y ese trabajo lo tenemos que hacer innovando políticamente, escuchándonos y empatizando mucho. Por eso necesitamos un liderazgo profundamente feminista que este 14-F solo ofrece Jéssica Albiach.