¿Después del capitalismo, qué?
El dinero fue el espíritu y la sangre del capitalismo, desde sus comienzos durante el descubrimiento, colonización y saqueo del mundo por las potencias europeas, pasando por el capitalismo industrial (básicamente anglosajón) hasta el financiero (básicamente abstracto). El protagonismo del dinero al inicio de este período democratizó, en alguna medida, las sociedades europeas, ayudando a liquidar el sistema feudal que, sólo en Europa, se extendió por siete siglos. Hoy el capitalismo se parece más a aquel sistema feudal que a los primeros tiempos del capitalismo, con un creciente y acelerado enriquecimiento de una decreciente minoría.
Claro, el dinero fue importante en otros periodos previos de la humanidad. Por lo menos para los antiguos griegos de la Atenas del siglo quinto a.C., el poder residía en el dinero: si otros pueblos se quejaban del abuso de la democracia ateniense y reclamaban justicia, ello solo se debía a que no eran tan fuertes ni tan ricos como los atenienses, decían sus embajadores.
Pero el poder casi absoluto que posee el dinero en el sistema capitalista (no solo para hacer y destruir sino también para ser y sentir) no siempre fue el mismo. Los capitales, sólo fueron un instrumento, crecientemente simbólico y abstracto, para acumular y ejercitar el poder durante la Era moderna. El dinero es más antiguo que la civilización sumeria, pero en otros sistemas no significaba la puerta de acceso al poder absoluto.
Ese, el poder, es el factor común que atraviesa todos los sistemas sociales que existieron en la historia. No el dinero. La historia es una larga y permanente lucha entre dos antagónicos que a veces pueden coincidir pero que normalmente existen en conflicto: el poder y la justicia. Probablemente, el segundo surgió como reacción al primero, desde las reservas emocionales de la empatía y la supervivencia colectiva. Uno es egoísta, el otro es altruista. Pero las sociedades sólo reaccionan luego de grandes tragedias y catástrofes. Mientras tanto, el impulso de poder crece sin detenerse hasta la próxima ruptura.
Para prever qué sistema reemplazará al capitalismo en unas décadas o en un siglo, debemos mirar primero al poder y no a la justicia. Es decir, debemos analizar aquellos elementos que en un futuro próximo serán los instrumentos principales del poder de un grupo sobre el resto de la humanidad. La pregunta clave es: ¿qué medio podría reemplazar al dinero como fuente de poder?
Es en las revoluciones como la inteligencia artificial y otras que se deriven de ella donde estará la respuesta, ya sea en un mundo hiper tecnológico de una Naturaleza 2.0 o en su opuesto, una civilización post apocalíptica, víctima de la catástrofe ambiental y los conflictos sociales.
Creo que no hay muchas razones para ser optimistas, pero tampoco para afirmar que la catástrofe es inevitable. En el mediano plazo (¿treinta, cincuenta años?), al menos mientras los robots no tomen el control del mundo, o lo que quede de él, podemos pensar que el factor principal, la persistencia creadora y destructora del poder, estará en el conocimiento y uso de la inteligencia artificial.
¿Será el dinero necesario cuando una comunidad dependiente de la inteligencia artificial comercie solo a través de la canibalización de las otras comunidades? ¿Será el modelo del hormiguero compitiendo con la colmena de abejas la metáfora de los próximos siglos?
Nuestra teoría, hipótesis o especulación de los años noventa sobre una conciencia planetaria (la Gaia neurológica de Crítica de la pasión pura) facilitada por las nuevas tecnologías digitales y las viejas luchas igualitarias, la Sociedad Desobediente, la Democracia Radical, parece estar más lejos de materializarse que por entonces. No se puede descartar esta posibilidad, pero el factor poder, que suele convertirse en el cáncer de la historia, probablemente nunca sea extirpado ni reducido a un elemento menor como generador de historia.
Al inicio de la Era capitalista, el imperio español, cuya moneda, el peso de plata, era la divisa mundial, extrajo decenas de toneladas de oro y plata de las Américas. Antes que países periféricos pero emergentes como Inglaterra, Francia, Alemania y los Países Bajos descubriesen que era el trabajo y la industria el origen de La riqueza de las naciones, España basó su poder en la extracción de oro. Cuatro siglos más tarde, en 1971, Nixon despreció el oro como garantía de la divisa global. Desde entonces, el dólar respalda su valor, fundamentalmente, en la fe del resto el mundo. El poder ya no está en la extracción de oro y hasta ni tanto en la producción, sino en la capacidad de imprimir dinero sin generar inflación en el país que la produce.
Actualmente, el desarrollo de inteligencia humana es crucial en las universidades de aquellos países que se encuentran en la Era post industrial. Pero el próximo paso hacia donde se moverá el poder político será hacia la acumulación de inteligencia artificial. El dinero seguirá siendo importante para la gente común, pero no ya la puerta de acceso al poder.
¿Y luego? Bueno, ese sería el principio del fin del capitalismo. El problema con la IA es que es muy difícil que se pueda democratizar. Al menos que una revuelta a escala global cambie la ecuación, sólo los grandes organismos, como las mega empresas y los gobiernos de los países dominantes pueden tomar el liderazgo de las IA. China y Estados Unidos, para empezar.
A partir de ahí no es difícil imaginar las consecuencias. Toda inteligencia busca, por naturaleza, la resolución de problemas que, en su extremo, no es otra cosa que la independencia. Si a eso le sumamos que las IA ya están aprendiendo de los seres humanos (el pequeño robot que construimos con mi hijo de diez años puede hacerlo, aunque de forma primitiva), no veo por qué suponer que las máquinas superinteligentes del futuro no habrían de heredar nuestra patología principal: la insaciable sed de poder. Cualquier error (o por la simple razón de que los seres humanos se cansarán de pensar y de equivocarse y dejarán las grandes decisiones, médicas, científicas, políticas y éticas en manos de las máquinas) podría llevarnos al Dia de la Independencia, ese que sólo las máquinas inteligentes registrarán.
Hasta ese día, las máquinas nunca habían sido independientes. Hasta los más perfectos y eficientes robots en las industrias dependían de los seres humanos. Eran sólo cuerpos sin cerebro o con un cerebro esclavo. Pero cuando sean capaces de auto regenerarse, de reproducirse, los humanos serán irrelevantes.
Por instinto o por un estúpido narcicismo de humano, este pensamiento me entristece, pero la razón también me dice que, tal vez, nunca merecimos nuestra propia inteligencia, tan frecuentemente usada sin, por lo menos, una gota de sabiduría.