Cambio climático: entre el colapso y la metamorfosis social

Cambio climático: entre el colapso y la metamorfosis social

No solo cambia el clima...

Manifestación por la crisis climática, en Madrid. NurPhoto via Getty Images

Por Mercedes Pardo-Buendía, profesora de Sociología del Cambio Climático y Desarrollo Sostenible, Universidad Carlos III; y Jordi López Ortega, profesor asociado , Universitat Politècnica de Catalunya - BarcelonaTech:

La gravedad del cambio climático no admite excusas para la inacción. La actualmente calificada como emergencia climática ha permitido sintetizar, en una especie de “cristalización” social, un problema conocido por los científicos del clima desde hace décadas, pero que ha tenido una respuesta demasiado lenta por parte de la política, de la economía, de la ciudadanía.

Se trata de un movilizador social oportuno y necesario, que ha producido una explosión en la conciencia mundial, particularmente entre los jóvenes. Sin embargo, este movimiento mundial sin precedentes también presenta riesgos para la acción si se traduce en pánico y desafección social –la búsqueda de climate change and collapse en internet proporciona más de 150 millones de webs–.

La pregunta de si estamos ante un colapso mundial –como a veces se anuncia por pensadores pesimistas– o ante una revolución tecnológica –como anuncian otros pensadores con un arrogante optimismo–, pone de manifiesto dos posturas enfrentadas que relegan a un segundo plano el enfoque sociológico del cambio climático.

El cambio climático no está destruyendo el mundo –el planeta como sistema biofísico continuará existiendo–. Lo que está destruyendo es, principalmente, la imagen que tenemos del mundo tal como lo concebimos.

Tanto los predicadores de catástrofes como los optimistas defensores de las mejoras infinitas y exponenciales de la tecnología mantienen su horizonte referencial clásico, cuando lo que está ocurriendo es que el cambio climático puede implicar una metamorfosis social: un cambio de coordenadas para la acción. Somete las normas sociales a una reevaluación o, en términos del filósofo Friedrich Nietzsche, a una transmutación de valores.

El cambio climático provoca una reflexión pública de donde surge un nuevo horizonte normativo: nuevos relatos, nuevas normas, nuevos comienzos.

En ocasiones se confunden las consecuencias climáticas con el backstage. Esto es, el cambio climático deja al descubierto las disfunciones sociales, los supuestos de normalidad en que se basa su funcionamiento. Esto conduce a considerar, por ejemplo, que el genocidio de Ruanda es resultado del cambio climático o de factores demográficos, cuando de lo que se trata principalmente es de una producción social genocida.

Los científicos proponen soluciones de mitigación y de adaptación. Ciertamente, pueden poseer un prodigioso conocimiento científico sobre el clima y ser capaces de establecer detallados escenarios de futuro. Pero no se puede cargar sobre sus hombros las soluciones al cambio climático porque su área de competencia es dimensionar los problemas físicos del clima, no los aspectos sociales.

Las soluciones sociales al cambio climático requieren tener en cuenta los procesos de construcción social que los seres humanos realizan para abordar sus problemas, el rol que desempeña la cultura en sentido profundo, antropológico, en dichos procesos, así como los marcos de referencia y los modelos interpretativos socio-históricos que permiten elaborar respuestas sociales a los problemas.

En libros científicos sobre cambio climático se puede encontrar a menudo una inflación de consejos en favor del clima: llenar siempre la lavadora y utilizar un programa en frío, comprar un automóvil más pequeño o una nevera sin congelador, hacerse vegano, utilizar toldos en vez de aire acondicionado, etc.

Este tipo de consejos, siendo positivos –todo suma-, tienen una relación grotesca con las dimensiones del problema al que nos enfrentamos. Resulta desconcertante el abismo que existe entre la agudeza del análisis del cambio climático y la nimiedad de las propuestas lanzadas a la ciudadanía.

Dejando a un lado las descripciones y recetas al uso, lo que sociológicamente sería preciso investigar cuando se habla del riesgo del cambio climático son cuestiones como las siguientes:

  • ¿Quién toma las decisiones, por qué y para qué?
  • ¿Quién crea el peligro y quién se ve amenazado por él?
  • ¿Cómo se construyen las comunidades de riesgo?
  • ¿Cuáles son las estructuras sociales de referencia y cómo se pueden cambiar?

Más allá del colapso, es preciso comprender que el cambio climático surge desde la propia sociedad. No es una catástrofe instigada desde fuera, desde la naturaleza. Dicho de otro modo, el cambio climático es el resultado del éxito de la sociedad industrial que, incapaz de reflexionar críticamente sobre si misma, corroe sus propios fundamentos.

Las sociedades que solo perciben las amenazas del cambio climático en contextos culturales represivos presentarán una actitud social ante el fenómeno muy distinta de aquellas que viven en un contexto de tolerancia, de capacidad de empatizar con el otro. En estas últimas serán capaces de desarrollar resiliencia ante los aspectos negativos del cambio climático.

No existe un análisis físico del cambio climático sin esa dimensión social, al ser la sociedad la causa del problema físico y ser la sociedad la que sufrirá las consecuencias, incluyendo aquellas sobre el medio físico.

Las dinámicas sociales adquieren su fortaleza o debilidad para afrontar un cambio radical según esas estructuras sociales sean de uno u otro signo.

El sociólogo Urlich Beck planteó abordar el cambio climático desde el concepto de metamorfosis. Mientras que un cambio significa la evolución continuada de la sociedad, una metamorfosis es lo opuesto: una transformación radical que desestabiliza los conceptos al uso para entender el mundo, corroe las viejas certezas y desdibuja las tradicionales demarcaciones conceptuales.

La metamorfosis equivale a un cambio histórico de las cosmovisiones, de la manera de ver el mundo, en este caso debido al cambio climático.

Este punto de vista difiere tanto de las profecías apocalípticas del cambio climático como de los pronósticos optimistas que confían en el progreso tecnológico –necesario en cualquier caso– como la solución al problema.

Ni una ni otra visión captan la transformación del horizonte de referencia, de las coordenadas interpretativas, ni las dinámicas a través de las cuales actúan las sociedades. Tácitamente, se consideran, por optimistas y pesimistas, constantes inmutables.

Sin embargo, el cambio climático no hay que considerarlo como un mero objeto –de investigación, de política,…– sino también como un sujeto. Como un agente capaz de modificar las expectativas de la humanidad, de poner a prueba la capacidad que tienen las sociedades para controlar la habitabilidad del planeta y la fundamental razón de la supervivencia humana.

En definitiva, debemos tener en cuenta la capacidad que tiene el cambio climático para poner en movimiento dinámicas sociales que pueden transformar la propia sociedad. En este sentido, el impacto social primario del cambio climático es negativo, pero su efecto secundario (al poner en marcha dinámicas sociales de transformación social) es potencialmente positivo.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original. 

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