Ascenso y caída de Au San Suu Kyi: las claves de lo que está pasando en Myanmar
Los militares, que tenían ministerios claves, se han levantado contra el Ejecutivo del LND y la Nobel de la Paz, icono de la democracia hundido en sus miserias.
Myanmar está inmerso en las impredecibles primeras horas de un golpe de estado. Los militares han tomado el poder y han detenido a los principales cargos del país, incluyendo a Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz en 1991, y sus compañeros de la Liga Nacional para la Democracia (LND).
Este icono de la democracia de la antigua Birmania, convertida en una paria de la comunidad internacional tras el drama de los musulmanes rohingyas, corre el riesgo de caer de nuevo en las garras de los militares. No es nuevo para ella. “La Dama de Rangún”, como se conoce a esta mujer que dirige de facto el país desde 2016, ganó con la LND ganó unos comicios históricos y se puso al frente del Ejecutivo. San Suu Kyi había sudo relegada a la disidencia durante casi 30 años, pero retornó a la vida pública de su país cuando se afianzó la democracia.
Era vista como un faro para los derechos humanos: una activista de principios que renunció a su libertad para desafiar a los despiadados generales del ejército que gobernaron Myanmar durante décadas. Su posición de poder se consolidó y el pasado noviembre, de nuevo, volvió a conseguir una victoria abrumadora en las elecciones legislativas. Pero aparentemente el ejército ha decidido impedirlo con el arresto de la líder, de 75 años. Los uniformados hablan de fraude.
No es una sorpresa. Durante estos años al frente del país, Aung San Suu Kyi se ha visto obligada a lidiar con los todopoderosos militares, que controlan tres ministerios claves (Interior, Defensa y Fronteras). Su mano siempre estuvo ahí.
La Nobel de la Paz, en otro tiempo comparada con Nelson Mandela o Martin Luther King, sigue estando con un Gobierno elegido democráticamente, que los principales países occidentales reclaman que vuelva al poder, pero su imagen no es la que era, se ha visto empañada para siempre por el drama de los rohingyas.
Unos 750.000 miembros de esta minoría huyeron de los abusos del ejército y de las milicias budistas -todopoderosas en el país- en 2017 y se refugiaron en campamentos en la vecina Bangladesh, una tragedia que ha llevado a Birmania a ser acusada de “genocidio” ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ), el principal órgano judicial de la ONU. La dirigente, que niega “cualquier intención genocida”, acudió en persona a defender a su país ante la Corte.
Sus explicaciones no convencieron y su falta de compasión en este asunto provocó la ira de la comunidad internacional: Canadá y varias ciudades británicas le retiraron el título de ciudadana de honor y Amnistía Internacional la privó de su premio de “embajadora de conciencia”.
Una trayectoria brillante
Pero su pueblo sigue confiando en ella. Su historia sigue pesando. Su vida comenzó con un drama: el asesinato en 1947 de su padre, héroe de la independencia, cuando ella tenía dos años. La primera parte de su vida la pasó en el exilio, primero en India y después en el Reino Unido.
Allí llevó una vida de ama de casa modelo, casada con un profesor universitario especialista del Tíbet en Oxford y madre de dos niños.
Pero en 1988, cuando viajó a Birmania para estar junto a su madre, sorprendió a todos anunciando que se implicaría en el destino de su país, en plena revuelta contra la junta militar. “No podía, como hija de mi padre, mantenerme indiferente a todo lo que pasaba”, dijo durante su primer discurso, considerado el símbolo de su entrada en política.
La represión de 1988 mató a unas 3.000 personas, pero marcó el nacimiento del ícono. Se convirtió en la “depositaria de las esperanzas de una vuelta a la democracia” para todo el pueblo birmano, sofocado por la dictadura militar desde 1962, explica a la agencia AFP Phil Robertson, representante de la ONG Human Rights Watch en Asia.
Aunque la junta la autorizó a formar la LND, rápidamente pasó bajo arresto domiciliario. A distancia, asistió a la victoria de su partido en las elecciones de 1990, pero la junta rechazó reconocer los resultados.
Poder autocrático
Así pasan los años, encerrada en su casa situada al borde de un lago en pleno Rangún, donde recibió la visita de pocas personas autorizadas, así como de sus dos hijos que vivían en Inglaterra con su padre. Este último murió de cáncer sin que su esposa pudiera ir a darle el último adiós, por temor a no poder regresar a Birmania.
En 1991 recibió el Premio Nobel de la Paz pero no pudo acudir a Oslo. Tuvo que esperar más de 20 años para recogerlo.
En 2010, Aung San Suu Kyi fue liberada tras 15 años bajo arresto domiciliario, y entró en el Parlamento en 2012 después de la autodisolución de la junta un año antes.
Rápidamente, la imagen del ícono comenzó a resquebrajarse entre la comunidad internacional. Algunos le reprocharon una concepción autocrática del poder.
Desde que asumió el poder, tanto ella como su Gobierno de la LND también se han enfrentado a críticas por enjuiciar a periodistas y activistas utilizando las leyes de la era colonial. Se han logrado avances en algunas áreas, pero las fuerzas armadas continúan ocupando una cuarta parte de los escaños parlamentarios y el control de ministerios clave, incluidos Defensa, Asuntos Internos y Asuntos Fronterizos.
En agosto de 2018, Suu Kyi describió a los generales de su gabinete como “bastante dulces”. La transición democrática de Myanmar, dicen los analistas, parece haberse estancado.
Y ahora ha llegado el golpe.
El país se enfrenta ahora a uno de los peores brotes de Covid-19 del sudeste asiático, lo que añade nuevas tensiones en un sistema de salud ya empobrecido, a medida que las medidas de bloqueo devastan los medios de vida esenciales. Sin embargo, la Nobel sigue siendo popular. Una encuesta de 2020 realizada por People’s Alliance for Credible Elections, un organismo de control independiente, arrojó que el 79% de los ciudadanos confiaban en ella, frente al 70% del año anterior.
Derek Mitchell, ex embajador de Estados Unidos en Myanmar, señala a la BBC : “La historia de Aung San Suu Kyi se trata tanto de nosotros como de ella. Es posible que no haya cambiado. Es posible que haya sido coherente y simplemente no sabíamos por completo la complejidad de quién es ella. Tenemos que ser conscientes de que no debemos dotar a las personas de una imagen icónica más allá de la humana”.