Una llamada
El ministro llevaba varios días fastidiado. Naúseas y algún vómito matinal, mucho sueño, la sensibilidad a flor de piel y una nueva repugnancia al olor a ajo fresco. Se sentía raro y no reconocía ese malestar.
El ministro llevaba varios días fastidiado. Naúseas y algún vómito matinal, mucho sueño, la sensibilidad a flor de piel y una nueva repugnancia al olor a ajo fresco.
Se sentía raro y no reconocía ese malestar.
A pesar de la intensa agenda que tenía esa semana, decidió acudir a su primo y médico de cabecera.
Tras la primera revisión de rigor, empezó el calvario de pruebas. ¡Todo! le hicieron de todo y, dos días después, el Consejo médico le citó a las 8.30h en el hospital. Tres excelentes doctores le esperaban en la sala de los jefes de servicio:
- Señor ministro -empezó el jefe de medicina interna-, me temo que vamos a darle una mala noticia...
Él, un político duro y bregado en mil batallas, no pestañeó aunque notó una suerte de mordisco en la boca del estómago del que nadie se dió cuenta, por supuesto.
- Dígame doctor -se esforzó por sonar flemático-.
- Verá señor ministro, hemos hecho cuantas comprobaciones son posibles con las técnicas científicas más modernas y, no hay duda, está usted embarazado.
El ministro no sabía si se trataba de una pesada broma o de la peor de sus pesadillas.
- Doctores, ustedes saben que eso es, sencillamente, ¡IMPOSIBLE!
Resulta que, según explicaron aquellos médicos expertos, algunos varones nacen con una especie de útero atrofiado que, en rarísimas ocasiones se desarrolla muy poco a poco y... Total, que lo que le había pasado al ministro era casi imposible pero no imposible del todo.
El ministro bebió un vaso de agua y les dijo:
- Pero yo, ahora, ¡no puedo ser padre! ¡O madre! Soy ministro del Gobierno de España, ¡¿se dan cuenta?!
El jefe de obstetricia le hizo saber que disponía de otras alternativas: la interrupción del embarazo, la adopción -aunque eso implicaba soportar el embarazo entero y el parto-, etc.
El ministro sólo pensaba en cómo acabar lo más rápidamente posible con semejante situación infernal.
Pidió que le dejaran sólo. Necesitaba pensar.
Buscaba soluciones en su privilegiada cabeza de hombre práctico, de decisiones exprés. No se le ocurría nada. Le asaltaban visiones de portadas de periódicos con la noticia, su familia avergonzada, el final de un futuro brillante.
Entonces, recordó a aquella diputada de la oposición que le tenía frito a costa del aborto.
- Ella sabrá qué puedo hacer.
La llamó. Le pidió el favor, discreción y disculpas. Sonaba angustiado y ella le dió la solución con profesionalidad y sin preguntas.
- ¿Estás segura de que la clínica es buena, que serán discretos?
Ella le dió todas las garantías.
- No sé cómo agradecértelo...
- No te preocupes -dijo ella-, estamos acostumbradas este tipo de llamadas. Si yo te contara...
Al cabo de unos días los periódicos nacionales abrían con la siguiente noticia: "EL GOBIERNO ANUNCIA QUE NO MODIFICARÁ LA ACTUAL LEY DEL ABORTO".