El triple mérito de Luis Enrique
El Barça de Luis Enrique es un equipo práctico y directo. No le importa tanto el balón. Sabe esperar y matarte al espacio. No es que ya no tenga la pelota ni que renuncie al ataque a través de la conducción, pero sí que ha vendido buena parte de las acciones del fútbol control de la Masía para comprar contragolpe, balón parado y rigor defensivo.
'Crisis total', 'Ruptura', '¿A qué juegas?', '¿Dónde está el cambio?'... Luis Enrique ha protagonizado portadas de todos los colores y ha sido igual de cortante en la crítica que en el elogio. A unos les gustará más y otros menos, pero lo que nadie puede reprocharle es falta de personalidad, requisito indispensable para manejar un vestuario de egos superlativos.
Durante el primer tercio de la temporada comandó una plantilla llena de dudas que parecía no tenerle mucha fe. Experimentos, rotaciones, falta de sintonía con las estrellas y, para colmo, cambio de concepto futbolístico. Cayó y bien en el Bernabéu, el Celta le pintó la cara en el Camp Nou y cedió el liderato a su eterno rival, que le había remontado seis puntos. Parecía que el proyecto de 'Lucho' dirigía al precipicio a un Barcelona instalado en la tormenta. Cuando no era el caso Neymar, era Messi. Cada día, una convulsión. Mientras, en la capital se frotaban las manos con un equipo de récord que, tras conquistar el Mundialito de Clubes contra San Lorenzo, se iba a comer el mundo. Pero el Madrid lo único que se comió fue el turrón, y lo hizo con tanto ansia que a mediados de mayo le han puesto a dieta severa de títulos.
Nada más comenzar 2015 el equipo de Ancelotti empezó a titubear. Desde la derrota de Valencia y con las lesiones evidenciando una horrorosa gestión y planificación, el Madrid se convirtió en un equipo mucho más vulnerable que el Barça, que tiene un antes y un después tras esa primera jornada del año. Dos horas después de que el Madrid cayese en Mestalla, el Barça firmaba su partido más ridículo de la temporada en Anoeta. Luis Enrique sentó a Piqué, Messi y Neymar y su equipo fue incapaz de responder al gol en propia meta de Jordi Alba en el primer minuto. Ese día se acabó la paciencia de todos menos de uno. El asturiano siguió a lo suyo, pero con la virtud de no hacer oídos sordos. Ahí estuvo su gran mérito. Supo zanjar de forma discreta sus problemas con Messi y lo hizo dando su brazo a torcer. A veces no hace falta decir que te has equivocado. A veces basta rectificar con los hechos. Se acabaron las rotaciones en el tridente, pero a cambio de implicación. En silencio y todos a una.
Desde ese momento, el equipo se limitó a hacer los deberes en todas sus competiciones y a esperar. Sin hacer ruido se metió en la final de Copa, fue recortando puntos al Madrid, con el partido del Málaga como único resbalón, y continuó con paso firme en la Champions. Llegaron los resultados y el equipo fue mejorando por inercia, creciendo semana a semana. Messi, ese que para algunos ya solo vomitaba y nunca recuperaría el nivel, ya va por encima de los 50 goles este año. Suárez, el del mordisco que no iba a congeniar y venía gordo, ha evolucionado su rol de definidor hacia un delantero tan versátil como para ser uno de los mayores asistentes del equipo. Hasta Mathieu, el que fumaba, ha sido decisivo en la consecución del título liguero, con dos cabezazos de tres puntos en una semana. Todo eso es trabajo de entrenador.
A Luis Enrique hay que reconocerle un triple mérito. Ha dado la vuelta a una situación deportivamente desfavorable, ha conseguido la implicación de los que no le querían hasta formar una piña y ha hecho respetar su sistema a través de los resultados. Porque el juego de Luis Enrique nada tiene que ver con el estilo de Guardiola y Tito Vilanova. Ese sello de Cruyff ha desaparecido. De hecho, su versión no es más vistosa que la del 'Tata' Martino, pero sí infinitamente más trabajada. Luis Enrique ha tenido la personalidad suficiente como para hacer jugar al equipo como él quería. Ha hecho muy bien en negarse a imitar algo que él no ha mamado. Por muchos años que lleve en el club, por mucho que lo conozca de cabo a rabo, él se crió en la escuela de Mareo y maduró en Madrid. Cuando llegó a Barcelona ya era un futbolista hecho. No es lo mismo conocer el fútbol base de un club como entrenador que crecer con él. Sus conceptos son mucho más variados y hubiese hecho muy mal en renunciar a ellos. Jugar diferente no es un demérito si tienes la convicción de hacerlo mejor y lo demuestras. Al fin y al cabo, ni el Barça inventó el fútbol, ni la posesión garantiza nada. ¿Qué tiene de malo explotar el contragolpe si tienes jugadores que, además de genios, son rápidos y verticales?
El Barça de Luis Enrique es un equipo práctico y directo. No le importa tanto el balón. Sabe esperar para matarte al espacio. No es que ya no tenga la pelota ni que renuncie al ataque a través de la conducción, pero sí que ha vendido buena parte de las acciones del fútbol control de la Masía para comprar contragolpe, balón parado y rigor defensivo. En medio de esa transacción el público culé se ha encontrado con situaciones insólitas, como es ver a equipos como el Valencia o el Real Madrid llevando la batuta e incluso acorralando al equipo en el Camp Nou. ¿Es eso un pecado? Si ganas, no. Y el Barça no es una excepción.
El fútbol son resultados, y nada más. Lo dijo él desde que llegó. Lo importante es ganar, y luego ya veremos. Son las victorias las que han hecho que el equipo juegue mejor y se lo crea tanto que al final, aquello que comenzó como la versión más rácana del Barça en diez años, se transforme en un producto brillante. El Barça que gana al Madrid en marzo es un equipo efectivo que tiene oficio para sufrir. El Barça que elimina al Bayern es un bloque que domina la situación e infunde miedo. El techo del triplete está a dos palmos.