El hombre que sabía dónde enterraron los cadáveres
Ha muerto el hombre que hablaba de paz y rechazaba tajantemente reducir las colonias sionistas dentro de los territorios de el otro, a los que daba "acuerdos de paz" sin tierra ni autoridad ni justicia, el hombre que fue primer ministro y responsable de la muerte de 106 civiles, gran parte de ellos niños, cuando el ejército israelí atacó las instalaciones de la ONU en el sur de Líbano, en Qana, el 18 de abril de 1996, dos años después de ganar el premio Nobel de la Paz.
Foto: EFE
El pasado 28 de septiembre falleció uno de los hombres más importantes de la historia del Estado de Israel y del movimiento sionista: Shimon Peres.
A lo largo de su vida, así como en el momento de su muerte, ha dejado a mucha gente perpleja, sin capacidad para entender los muchísimos calificativos que ha llevado sobre sus hombros, tanto vivo como muerto. No solo ha recibido el de "hombre de paz", sino que ha llegado a ser calificado como uno de los gigantes del siglo XX, a la altura de Nelson Mandela, en unas palabras pronunciadas por el presidente Obama en el funeral.
Estos calificativos sorprendentes no solamente producen preocupación por cómo se escribe la historia -ya sabemos que la escribe el vencedor-, sino que asustan. Asusta el hecho de que un político enseñe moral a las nuevas generaciones, o les ofrezca a estas generaciones modelos que seguir. Es algo muy peligroso, sobre todo cuando este político es Obama, el político más cotizado en los medios de comunicación de todo el mundo y el más poderoso en la actualidad. A lo que se añade su forma de hablar de estilo profético, diciendo la verdad absoluta; pues, efectivamente, millones de personas consumen sus verdades absolutas.
Sin entrar mucho en la historia personal de Shimon Peres, únicamente vamos a hacer un ejercicio de imaginación: alguien que comete numerosos crímenes durante gran parte de su vida, luego habla un poco sobre la paz -sin hacer un esfuerzo real por conseguirla-, no pide nunca perdón, gana el premio Nobel de la Paz y le sitúan al lado del gran Mandela. Este es el modelo que asusta.
No podemos quedarnos tranquilos y seguros de que esto no pueda convertirse en un ejemplo o un modelo para las nuevas generaciones. Especialmente si observamos cómo aumenta el número de aquellos que cometen crímenes y masacres terribles imaginando que están creando un mundo mejor.
Además, sabemos que los modelos van cambiando con facilidad. Antes del año 2000, por ejemplo, era muy difícil imaginarse que vender la vida personal e íntima para llegar a ser famoso sería un modelo aceptado y normalizado. Pero Gran Hermano y programas similares que invadieron nuestras televisiones lo consiguieron. Ahora, una parte importante de las nuevas generaciones considera la fama y vender la vida personal e íntima como un valor en sí mismo y un camino válido.
Cuando murió Yasser Arafat el 11 de noviembre de 2004, no fue calificado con los mismos términos que Shimon Peres, a pesar de haber compartido el premio Nobel de la Paz con Peres y Rabin en 1994. Los medios de comunicación no se extrañaron de la ausencia israelí en el funeral de Arafat, como sí se extrañaron de la presencia árabe en el caso de Peres (aunque asistieron al funeral el ministro de Exteriores egipcio y Mahmud Abbas, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina "sin autoridad real"). Tampoco tuvo Arafat en su funeral toda esa presencia de líderes mundiales, y a nadie le extrañó ni, por supuesto, nadie lo situó a la altura de Mandela. ¡Y nos preguntamos por qué no hay paz en Oriente Medio!
Ha muerto Shimon Peres, un emigrante polaco que fue un líder clave en la milicia Haganá, la que llevó a cabo diferentes masacres contra los palestinos cuando se creó el Estado de Israel. Fue uno de los hombres que dirigieron la guerra contra Egipto en 1956, después de la nacionalización del Canal Suez, junto con las fuerzas francesas y británicas. Fue uno de los padres del proyecto del laboratorio nuclear Dimona, donde se fabricaron armas de destrucción masiva. El hombre que fue primer ministro y responsable de la muerte de 106 civiles, gran parte de ellos niños, cuando el ejército israelí atacó las instalaciones de la ONU en el sur de Líbano, en Qana, el 18 de abril de 1996, dos años después de ganar el premio Nobel de la Paz.
El hombre que hablaba de paz y rechazaba tajantemente reducir las colonias sionistas dentro de los territorios de el otro, a los que daba "acuerdos de paz" sin tierra ni autoridad ni justicia. Ha muerto el hombre que rechazó todas las resoluciones de la ONU sobre Jerusalén e insistió en que esta seguiría siempre unida y capital única de Israel.
Todo esto y más, sin ninguna palabra de perdón. "Ha muerto el hombre que sabía dónde enterraron los cadáveres", como lo calificó un desconocido del bando de los vencidos. No ha muerto el segundo Nelson Mandela.
Luchar contra el racismo y la discriminación racial, ¿es igual que luchar para establecer un Estado racial y religioso basado en la destrucción de los derechos y la vida de los otros?