Hay vida después de la violencia doméstica (pero no como la imaginas)
Cualquiera que haya sufrido violencia doméstica podrá comprender la ardua tarea a la que nos enfrentamos para recomponernos a nosotros mismos, nuestras vidas y nuestra fe en el resto del mundo. Volver a ganar esa capacidad de confianza supone un esfuerzo sobrehumano.
Después de sufrir violencia doméstica hay muchas cosas que se hacen cuesta arriba. Volver a salir con alguien es una de ellas.
Seguro que muchos de vosotros (especialmente si tenéis más de 40 años) diréis que es algo difícil ya de por sí, por no mencionar al resto de generaciones que también lo piensan. No soy la primera en quejarme, simplemente lo reivindico porque es algo que he experimentado.
Cualquiera que haya sufrido violencia doméstica puede comprender la ardua tarea a la que nos enfrentamos para recomponernos a nosotros mismos, nuestras vidas y nuestra fe en el resto del mundo. Para unos pocos afortunados, es algo fácil de superar (o eso es lo que parece desde fuera). Pero, para la mayoría, volver a ganar esa capacidad de confiar -no solo en los demás, sino en nosotros mismos- es una tarea sobrehumana que empieza a verse como tal cuando se acaba la primera pelea.
Personalmente, escogí el camino largo, el que implicaba pasar desapercibida durante años, decidida a hacer todo lo posible por curarme. Ahora, he conseguido todo lo que podía conseguir sola y me pregunto cómo será mi futuro, si volveré a tener alguna relación o si es siquiera posible.
Muchas mujeres se calificarán como productos deteriorados. Yo prefiero vernos como personas diferentes. Como un objeto de valor, una figurita de porcelana que se ha tirado al suelo y se ha reconstruido dolorosamente. Hay cicatrices que jamás desaparecerán, pero sigue habiendo belleza. Y utilidad. Aunque de una forma que requiere algo de comprensión y delicadeza. Hay una historia detrás de ese objeto, algo que le da personalidad.
"¿Saldrías con alguien que sabes que ha sufrido violencia doméstica?"
Hice esta pregunta a muchos conocidos y amigos y sus respuestas variaron mucho, aunque me las esperaba todas, más o menos.
Muchos lo han intentado y no lo han conseguido. Han sido incapaces de atravesar esas barreras defensivas de sus novias y eso les ha hecho pensar que no están preparados para enfrentarse a algo así otra vez. Para ellos, un historial de violencia doméstica es un factor decisivo. Las respuestas me entristecieron, pero las comprendí. Sabiendo lo que sé, desde la otra perspectiva, sobre cómo funciona la mente de un superviviente, no estoy segura de si podría soportarlo. Eso me supuso un dilema.
¿Cómo vamos a saber cuándo (o si se puede) hablar sobre ello?
Algunos me han dicho que lo considerarían en caso de que se lo contaran todo. Desde el principio. ¿De verdad se supone que una superviviente tiene que dejar todo claro a en cuanto se mencione la posibilidad de tener una cita? ¿O en la primera cita? No es el tema más fácil de abordar ni siquiera en la mejor de las circunstancias (con un psicólogo de confianza en varias sesiones para contar la historia sin provocar más trauma), pero, ¿en la primera cita? Seamos sinceros, conocer a alguien y decir "hola, soy Anna. Por favor, no me grites, no hagas movimientos bruscos, no guardes ningún secreto (ni siquiera sorpresas de cumpleaños), ni esperes que me crea lo que me digas sin que te pregunte para comprobarlo... y sí, me gusta la Coca-Cola con hielo, gracias" no va a facilitar las cosas para que tengamos una segunda cita. ¿Es mejor esperar? Hasta que nos sintamos más cómodos, y correr el riesgo de que nos rechacen habiendo compartido emociones, confianza y tiempo, y de que nos rechacen acusándonos de no haber sido sinceras cuando esa falta de comunicación se debía simplemente a un instinto de protección.
Por eso tenemos que apostar lo mismo que la otra persona, que espera que su nuevo interés no venga con una carga no deseado. Inaceptable.
Volver a confiar.
En el otro extremo estaban los que adoptaban una actitud de "protección y de intentar arreglar". En teoría, contar con alguien considerado que mima en vez de atacar suena idílico, pero no lo es. Las relaciones saludables se apoyan en bases saludables. En una persona fuerte y estructurada que se junta con otra persona fuerte y estructurada. Esto me supuso mi segundo dilema. Parte del proceso de convertirse en una persona así implica aprender a confiar en las personas. Intimar con alguien. Cometer errores; caer, levantarse, sacudirse el polvo e intentarlo de nuevo. Apostar como he dicho antes. Pero, ¿cómo se puede hacer sin arriesgarse a sufrir más daño? Eso supondría una situación peor para el siguiente pretendiente afortunado.
Aun así, sigue habiendo esperanza.
En medio de todas estas respuestas me topé con una que me dio un rayo de esperanza.
"No supondría un factor decisivo, y no sé si podría soportarlo, pero querría intentarlo si se trata de la persona adecuada". "Sé que tendría que ofrecer mucho apoyo y ser muy paciente". "Me gustaría saber lo que pasó, pero cuando ella esté preparada". "Lo que le ha pasado no la definiría como persona, pero sería parte de ella".
¿Dónde podemos encontrar a estos pretendientes? Solo Cupido lo sabe. Esto no justifica la ausencia del resto de elementos que se necesitan en una relación sana: atracción física y mental, compatibilidad, encontrar un hueco en nuestras apretadas agendas, ser capaz de sobrevivir a esa evolución que sufren las cualidades encantadoras al convertirse en algo más irritante que el sonido de unas uñas pasando por una pizarra... ¿O es que soy yo la única que concibe así una relación duradera? Una relación que, en la mejor de las situaciones, es prácticamente imposible de conseguir o que, en el peor de los casos, se convertirá en algo que hay que tolerar.
Me cautiva la idea de vivir soltera y con muchos gatos.
Esta conversación sacó a la luz algo que yo y muchas otras personas han dicho a la hora de hablar de violencia doméstica. Faltan recursos y en lo relativo a la rehabilitación posterior, faltan todavía más. Más allá del Freedom Programme (una organización británica que ayuda a que la gente comprenda y reconozca los primeros indicios de maltrato) y del tratamiento psicológico por parte del Servicio Nacional de Salud británico (otra increíble institución que sufre por los recortes, lo que dificulta el acceso a psicólogos especializados), falta ayuda. Si tienes la suerte de disponer del dinero suficiente, puedes pagar un psicólogo, un psiquiatra, un mentor personal, talleres de autonomía o incluso clases de defensa personal. Pero muchas mujeres huyen de una relación violenta con lo puesto, después de dejar sus trabajos con el objetivo de buscar algo de seguridad. Se necesita dinero para encontrar un nuevo hogar, para comprar ropa y para pagar las tasas judiciales y abogados.
La autoestima sigue estando por los suelos, pudriéndose a medida que pasa el tiempo e incluso llegando a un punto en el que no se puede recuperar. Cada golpe a su autoestima deja a esa persona un poco más vulnerable a volver a sufrir maltrato, que suele ser peor que el anterior.
No es de extrañar que para muchas personas suponga un ciclo sin fin.
Afortunadamente, cada vez existen más grupos de apoyo fundados por personas que lo han superado, que han sobrevivido para contarlo, que han decidido sacar algo positivo de una experiencia negativa. Escribiré sobre ellos en los siguientes artículos, pero, por ahora (igual que con el resto de causas que merecen la pena), desearía que las organizaciones establecidas contaran con todo el dinero del mundo para hacer lo que necesitaran sin tener que preocuparse de los recortes. Y sin poner en peligro vidas humanas.
Sé que no podemos rescatar a todo el mundo, pero estamos en el año 2016. ¿No deberíamos ser capaces de ayudar a todo el mundo a rescatarse a sí mismo?
Si sufres maltrato, o alguien que conoces lo sufre, llama al teléfono especializado de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género: 016.
Para más información (en inglés) sobre The Freedom Programme, haz clic aquí.
Si te gustaría hacer una donación para la organización Woman's Aid, puedes hacerlo aquí.
Este post fue publicado originalmente en la edición británica de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros.