La UE y su ‘referendummanía': no todo vale
El referéndum griego, el de la permanencia de Escocia en la UE, el de Holanda sobre el acuerdo con Ucrania… han sido muchas las convocatorias con las que toda Europa se ha jugado de una manera u otra su futuro. El próximo 23 de junio volverá a pasar con el 'Brexit' y, así, la historia de la construcción europea sumará una nueva consulta que marcará el curso posterior y la senda de la Unión. Sin embargo… ¿es buena esta ‘referendumanía’?
Desde la década de los 70, cuando tiene lugar el primer referéndum en el seno de la UE -el celebrado el 23 de abril de 1972 en Francia sobre la expansión de la entonces Comunidad Económica Europea- las consultas son ahora tres veces más populares de lo que eran entonces. Por el contrario, los niveles de participación no han ido parejos al incremento de consultas, sino que más bien se han reducido del 71% registrado a comienzos de los 90 al 41% en los últimos años.
A todo esto hay que sumarle que, si bien es cierto que muchas de estas consultas han estado vinculadas al avance del proceso de integración, como las que se convocaron para ratificar el Tratado por el que se establecía una Constitución Europea, hay otras que “sientan un precedente peligroso para Bruselas”.
En este sentido, María José Molina, profesora del Departamento de Derecho y Relaciones Internacionales de la Universidad Europea de Madrid, pone como ejemplo uno de las consultas más recientes que puede suponer un riesgo: el que los neerlandeses celebraron el pasado mes de abril sobre el acuerdo de asociación de Ucrania con el bloque europeo o comunitario. El resultado fue negativo y la participación fue del 33% y, a pesar de la sorpresa que generó entre los europeístas, no es la primera vez que Países Bajos ha dado la espalda a la Unión en referéndum. Hizo lo mismo en el año 2005, cuando más del 60% de los holandeses rechazaron la Constitución Europea. Lo que ha pasado ahora es que, además, la extrema derecha se ha apoderado de ese ‘no’, llevándolo al terreno del euroescepticismo.
LA CONSULTA
De ahí que Molina apunte a que hay que enfocar el referéndum “como una opción a la que se acude para traspasar al pueblo la capacidad de tomar una decisión que el poder -por impericia- no es capaz de adoptar. El poder público no es sustituido por el pueblo, se trata de consultar a los ciudadanos o electores, de hacerles partícipes del sistema representativo introduciéndoles de forma complementaria en el proceso consultivo”.
Pero, además, esta fiebre por los referendums plantea problemas de índole común. Para empezar, complica los acuerdos en política transnacional, ya que los tratados se firman por parte de un Gobierno y se ratifican por una asamblea legislativa. Al añadir a todo esto las consultas, se complica la cuestión. “Ahora resulta casi imposible ver que los 28 Estados ratifican un tratado de reforma de la UE”, afirma Stefan Lehne, del think-tank Carnegie Europe, en un artículo sobre esta cuestión en The Economist. Lo que todo esto implica es que las minorías de votantes de países más pequeños pueden obstaculizar la aprobación de una política a nivel europeo. Por ejemplo, sólo el 32% de los votantes neerlandeses participó en el referéndum de Ucrania, pero las consecuencias fueron para todo el continente, lo que podría paralizar el proyecto europeo. “Europa no puede existir como una unión de referendums”, apunta por su parte Ivan Krastev, presidente del Centro para Estrategias Liberales.
LA FASE ACTUAL
A todos estos riesgos hay que sumarle el momento que atraviesa la Unión Europea en la actualidad, que no es precisamente bueno, con una crisis de identidad europea evidente. De ahí que, si uno echa un vistazo a las últimas consultas, además de la que se celebrará ahora en Reino Unido sobre su permanencia o la ya descrita en Holanda, hay otros que planean en la misma línea cuestionadora de la UE como conjunto. Es el caso de la votación en Italia sobre la reforma de su Constitución o de los húngaros sobre las cuotas de refugiados determinadas por Europa. Todos ellos llegan en un momento de ‘rabia’ generalizada hacia los políticos y gobiernos europeos, con una crisis no sólo económica, sino también de credibilidad política, que ha provocado el ascenso de partidos populistas y euroescépticos.
De esta forma, cabe la posibilidad de que a través de un abuso de este tipo de consultas, lo que se provoque sea precisamente el resultado inverso al que se pretende y que la UE en su conjunto no sea la única que sale perdiendo. Por ejemplo, se da el caso del referéndum en Escocia en 2014. Se supone que con él se iba a poner fin al debate, pero después de que la causa independentista fracasara, el número de votantes del Partido Nacionalista Escocés (SNP) se cuadruplicó, lo que puede dar como resultado que se genere un nuevo enfrentamiento por esta causa a corto plazo. De hecho, y vinculado a la consulta del 23 de junio en Reino Unido sobre la permanencia en la UE, Alex Salmond, portavoz de Exteriores en el Parlamento británico del SNP, ha advertido ya que presionará para celebrar un nuevo referéndum sobre la independencia si el Reino Unido decide salir de la Unión Europea (UE).
De ahí que, como apunta Molina, la clave no está en considerar el referéndum como una “amenaza al sistema” o como “un factor de riesgo o de desestabilización per se”, sino en respetar al máximo las líneas que marcan su legalidad y momento de aplicación. “Lo que sí hay que hacer es estar atentos a cómo se articulan, para evitar un uso anormal o ilegal de esta técnica de participación política y vigilar si la frecuencia excesiva genera más inseguridad, desgobierno, provocando más división que concierto”, apunta esta experta en derecho internacional. Además, Molina augura que “probablemente” los gobiernos europeos intimidarán con la convocatoria de referendos para “exigir” concesiones por parte de la UE o para “justificar decisiones internas, aumentar su propia popularidad, sacar rédito de las habituales listas de ganadores o imponer su soberanía nacional”.
En cierto modo, esta predicción ya es una realidad. El sentimiento antieuropeo se ha instalado ya entre los ciudadanos no sólo británicos, sino de países vecinos como Italia o Francia. Basta centrarse en la encuesta publicada por Ipsos-MORI, según la cual el 58% de los italianos y el 55% de los franceses también quiere un referéndum sobre la adhesión a la UE.
El riesgo latente es, por tanto, el de que al final se dificulte el proyecto europeo y su evolución. “Si los Estados miembro deciden asuntos relevantes a través de un referéndum se estaría dejando latente que hay falta de confianza o de credibilidad hacia los máximos decisores o dirigentes políticos europeos. Como vemos hoy día -en las convocatorias recientes o próximas de un referéndum- es obvio que los rifirrafes no benefician al proceso de integración, no aportan convicción. Es de provecho para aquellas tendencias o facciones que quieren debilitarlo”.
De momento la gran cita con la que la UE vuelve a jugarse su futuro llegará el próximo 23 de junio. Falta por ver la opción que eligen los británicos y la senda que decide tomar Europa de acuerdo con lo que ha aprendido de consultas pasadas y a lo que pueda suceder si, finalmente, se impone lo nacional frente a lo que les une.